Tras miles de años de civilización, los seres humanos hemos llegado a un estadio en el que confiamos que la palabra es capaz de cambiar el orden establecido.
Hemos abolido la violencia física de nuestras preciadas democracias y valoramos el arte de la palabra (la oratoria) cómo la cima de la Humanidad.
Escuchamos extasiados a nuestros “padres de la patria”, sus ocurrencias, su ironía, su celeridad en la contra réplica,....sus engaños.
Y, nos quedamos boquiabiertos ante los cientos de miles de artículos periodísticos, las intervenciones diarias de cientos de periodistas y colaboradores, que con una autosuficiencia rayana en la obscenidad, nos “educan” e “informan” sobre la realidad en la que vivimos.
Pero ¿qué ocurre cuándo uno descubre que detrás de la palabra está la mentira?
¿Qué ocurre, cuándo detrás de una intervención, en teoría independiente, se esconde un afiliado de uno u otro partido?
¿Qué ocurre cuándo uno descubre que la profesión de periodista se ha denigrado hasta límites nauseabundos, atendiendo sólo a la gratificación mensual de un determinado lobby?
Os lo voy a decir.
Poco a poco se va instalando en lo más profundo de tu ser, un cinismo, una incredulidad que duele cómo un cáncer de colon.
Y, por cada información que, al principio, aceptabas cómo veraz y fidedigna, vas desconfiando hasta que todo, absolutamente todo, lo pones en cuarentena y terminas haciéndote la misma pregunta: ¿A quién beneficia?
El último reducto de LA VERDAD, la Numancia de la palabra, frente al asedio de la intoxicación, era el Periodismo.
Y, ese reducto de valientes, hace mucho, mucho tiempo que ha sido arrasado por las hordas y los ejércitos del Poder.
Ya no confío en nadie. No asimilo un discurso, por muy elaborado que esté, sin preguntarme, sin plantearme, si me están proporcionando la información real o la han filtrado, previamente, con un punto de adulteración que la convierte en incomestible.
Y, al final de tu vida, convertido en un ateo de la existencia de la palabra, no te queda más remedio que admitir que, mientras fuiste joven, mientras fuiste honrado, mientras trabajabas para sacar adelante una familia y un país, la palabra (ese don del ser humano) no había hecho más que esclavizarte y condenarte al infierno de las tinieblas.
Unas tinieblas, una espesa sopa de mentiras, que condicionaba tus más íntimos pensamientos, tus más profundas creencias, reduciéndolas a una marcada opinión basada en hechos tergiversados.
Yo os maldigo, periodistas del poder. Os maldigo, galeotes de la manipulación.
Porque habéis hecho de mí un ateo, un agnóstico de la palabra, destruyendo, descomponiendo lo más hermoso con lo que nace una persona.....LA CONFIANZA en otra.
Eduardo-Arturo Carmona Martínez
Hemos abolido la violencia física de nuestras preciadas democracias y valoramos el arte de la palabra (la oratoria) cómo la cima de la Humanidad.
Escuchamos extasiados a nuestros “padres de la patria”, sus ocurrencias, su ironía, su celeridad en la contra réplica,....sus engaños.
Y, nos quedamos boquiabiertos ante los cientos de miles de artículos periodísticos, las intervenciones diarias de cientos de periodistas y colaboradores, que con una autosuficiencia rayana en la obscenidad, nos “educan” e “informan” sobre la realidad en la que vivimos.
Pero ¿qué ocurre cuándo uno descubre que detrás de la palabra está la mentira?
¿Qué ocurre, cuándo detrás de una intervención, en teoría independiente, se esconde un afiliado de uno u otro partido?
¿Qué ocurre cuándo uno descubre que la profesión de periodista se ha denigrado hasta límites nauseabundos, atendiendo sólo a la gratificación mensual de un determinado lobby?
Os lo voy a decir.
Poco a poco se va instalando en lo más profundo de tu ser, un cinismo, una incredulidad que duele cómo un cáncer de colon.
Y, por cada información que, al principio, aceptabas cómo veraz y fidedigna, vas desconfiando hasta que todo, absolutamente todo, lo pones en cuarentena y terminas haciéndote la misma pregunta: ¿A quién beneficia?
El último reducto de LA VERDAD, la Numancia de la palabra, frente al asedio de la intoxicación, era el Periodismo.
Y, ese reducto de valientes, hace mucho, mucho tiempo que ha sido arrasado por las hordas y los ejércitos del Poder.
Ya no confío en nadie. No asimilo un discurso, por muy elaborado que esté, sin preguntarme, sin plantearme, si me están proporcionando la información real o la han filtrado, previamente, con un punto de adulteración que la convierte en incomestible.
Y, al final de tu vida, convertido en un ateo de la existencia de la palabra, no te queda más remedio que admitir que, mientras fuiste joven, mientras fuiste honrado, mientras trabajabas para sacar adelante una familia y un país, la palabra (ese don del ser humano) no había hecho más que esclavizarte y condenarte al infierno de las tinieblas.
Unas tinieblas, una espesa sopa de mentiras, que condicionaba tus más íntimos pensamientos, tus más profundas creencias, reduciéndolas a una marcada opinión basada en hechos tergiversados.
Yo os maldigo, periodistas del poder. Os maldigo, galeotes de la manipulación.
Porque habéis hecho de mí un ateo, un agnóstico de la palabra, destruyendo, descomponiendo lo más hermoso con lo que nace una persona.....LA CONFIANZA en otra.
Eduardo-Arturo Carmona Martínez