Hoy, por lo acaecido ayer en determinada obra de teatro acéfala y ápoda, en buena parte de los mentideros de esta piel de toro puesta a secar al sol, que, aunque ya hemos entrado y estrenado la primavera, apenas calienta, se dice, se comenta, se rumorea que en cierto Estado de derecho (donde debería imperar la ley, mientras ésta no fuera cambiada por otra o derogada) existió un gerifalte, jefe de un Ejecutivo autonómico, que, aduciendo un deber, tener que cumplir el compromiso que había adquirido con el electorado de la sociedad de dicho territorio autonómico de buscar una solución definitiva al grave problema de terrorismo que aquejaba, desde hacía cuatro décadas al menos, a aquellas tierras, reconoció que había contravenido el espíritu y la letra de la ley y, otrosí, que estaba dispuesto a desobedecerla cuantas veces hiciera falta (hasta conseguir coronar su ansiada aspiración).
Al parecer, nadie (de entre su numerosa claque o cortejo) cayó en la cuenta de que no convenía ni merecía la pena callar; tampoco supo hallar ni logró convencer al susodicho gerifalte con el argumento pintiparado de que él, en tanto en cuanto persona investida de dignidad, estaba obligado a dar ejemplo; ergo, era el primero que debía cumplir y hacer cumplir la ley.
Y es que, como muy bien dijo y dejó escrito en letras de molde sir Winston Churchill, “un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”.
E. S. O., un andoba de Cornago
Al parecer, nadie (de entre su numerosa claque o cortejo) cayó en la cuenta de que no convenía ni merecía la pena callar; tampoco supo hallar ni logró convencer al susodicho gerifalte con el argumento pintiparado de que él, en tanto en cuanto persona investida de dignidad, estaba obligado a dar ejemplo; ergo, era el primero que debía cumplir y hacer cumplir la ley.
Y es que, como muy bien dijo y dejó escrito en letras de molde sir Winston Churchill, “un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”.
E. S. O., un andoba de Cornago