Corren malos tiempos. Hay mucha gente esperando que escampe, que salga el sol y alumbre el azul solemne del cielo; o, a lo mejor, el frío y la lluvia siguen hasta el año que viene, aunque lo mismo el año no viene, y continúan los chuzos y las nubes. ¡Qué sabe nadie! Aquí tal y como se ven las cosas no hay nada seguro, ni las lomas de enfrente, ni los euros en el banco, ni la casa a medio pagar, aunque la catalana, desahucie las de los del PP. Las cosas van tan mal en lo que va de 2013, que ya nos conformamos con tanta lluvia y un rayito de sol.
España es una corrala, un patio de monipodio, que hoy con la enseñanza de la LOGSE, los jóvenes no saben lo que es: un patio de ladrones; es una balsa de mangantes, de colocados y enchufados en las distintas administraciones en cantidad enorme. La corrupción se ha generalizado y no es que la gente vaya asumiéndola como inevitable, es que incluso ha sobrevenido el extremo de que la astucia dineraria y de finanzas se considera “un buen hacer”, algo meritorio, ser un tío listo; este curioso fenómeno apunta a algo mucho peor, el hecho de que, en esta fase avanzada del capitalismo global, ha perdido su valor y sentido la ética y, a su vez, la moral social; lo cual nos lleva a constatar que estamos viviendo el fin de una era y que, con el siglo, ha comenzado la introducción de un nuevo orden de cosas, un nuevo sistema.
El desencanto y el hartazgo ha calado en los ánimos desilusionados y entristecidos de la ciudadanía. Rajoy con su parsimonia y su pasividad, ha perdido gran parte de sus mayoritarios votantes, por los recortes, los impuestos y tanta obediencia a esos tétricos e insufribles dirigentes europeos. Y el paro sigue, no cesa: las pobres criaturas que han perdido su empleo y no tienen manera de encontrarlo, y esa clase media hundida y sometida al límite de su supervivencia, cuyas numerosas familias malviven en la pobreza o en sus umbrales.
La imagen del Rey está padeciendo un menoscabo considerable por él mismo y por los otros, y ahí están también los que buscan la ruina de la Monarquía, silenciando en su olvido la trascendencia que ha tenido en estos años de la Transición, pues creen que en sus ansias de poder y componendas está la salvación; se ha imputado a la Infanta y se pontifica, se hacen juicios fútiles, populistas e interesados. La imputación en España ha perdido su carácter y ha llegado a dejar por el camino la idea de la presunción de inocencia.
Los ánimos están enfurecidos, la indignación en efervescencia de millones de ciudadanos compungidos y preocupados por los rigores de la crisis y el abuso y mangoneo de los listillos encorbatados. Les pesan las desgraciadas víctimas de los desahucios, a lo que ha salido una plañidera catalana y sus adláteres que no sabemos, si persiguen las resoluciones de los bancos, derribar las casas de los peperos o fraguarse un prospero provenir con sus plataformas y su extrema izquierda; pesan los engañados y robados miserablemente por los sumideros de las preferentes, es todo ello campo propicio para la agitación por parte de los pescadores en el río revuelto y dramático, quieren las ventajas políticas para maniobrar, administrar influencias a sus hijos, amigos y simpatizantes y hacer negocios que conlleven el camino cargado de billetes a los nidos bancarios. Pesan los que a través de sus terminales mediáticas no ocultan prestar su ayuda a ciertos desclasados ambiciosos con un objetivo muy definido, el de derribar del poder rápidamente a ‘estos energúmenos de centro derecha que se creen que pueden y deben conducir este gobierno democrático sólo por haber ganado con mayoría unas elecciones’; están esos misioneros de demagogia insolente que intentan camuflar como ayuda a los desposeídos, lo que no es más que su ropaje ideológico al servicio de sus intereses radicales y sus propios beneficios.
Gran parte de las fortunas españolas, según Revilla, están a recaudo en las refugios fiscales, que si estuvieran en nuestros bancos, España dejaría de tener esa enorme deuda que arrastra y la ahoga. Hoy, si no se tiene una cuenta secreta, se es un paria, un donnadie sin fuste en la vida; lo que se tenía por un delito se ha convertido en un relumbre de moda. Nadie quiere trabajar, se aspira a ser colocado político, muy juntito a las cajas y canjes del Erario, nadie quiere cumplir con sus obligaciones sociales, muchos trincan en cuanto pueden.
Se cimbrea nuestro marco jurídico y político y así el futuro ya destruido por la profunda y terrible crisis económica y social, se diluye ennegrecido, a lo que se añade la amenaza secesionista que acosa. Sobra la agitación y propaganda, falta el servicio, el afán por el bien común y la entrega responsable a España.
C. Mudarra
España es una corrala, un patio de monipodio, que hoy con la enseñanza de la LOGSE, los jóvenes no saben lo que es: un patio de ladrones; es una balsa de mangantes, de colocados y enchufados en las distintas administraciones en cantidad enorme. La corrupción se ha generalizado y no es que la gente vaya asumiéndola como inevitable, es que incluso ha sobrevenido el extremo de que la astucia dineraria y de finanzas se considera “un buen hacer”, algo meritorio, ser un tío listo; este curioso fenómeno apunta a algo mucho peor, el hecho de que, en esta fase avanzada del capitalismo global, ha perdido su valor y sentido la ética y, a su vez, la moral social; lo cual nos lleva a constatar que estamos viviendo el fin de una era y que, con el siglo, ha comenzado la introducción de un nuevo orden de cosas, un nuevo sistema.
El desencanto y el hartazgo ha calado en los ánimos desilusionados y entristecidos de la ciudadanía. Rajoy con su parsimonia y su pasividad, ha perdido gran parte de sus mayoritarios votantes, por los recortes, los impuestos y tanta obediencia a esos tétricos e insufribles dirigentes europeos. Y el paro sigue, no cesa: las pobres criaturas que han perdido su empleo y no tienen manera de encontrarlo, y esa clase media hundida y sometida al límite de su supervivencia, cuyas numerosas familias malviven en la pobreza o en sus umbrales.
La imagen del Rey está padeciendo un menoscabo considerable por él mismo y por los otros, y ahí están también los que buscan la ruina de la Monarquía, silenciando en su olvido la trascendencia que ha tenido en estos años de la Transición, pues creen que en sus ansias de poder y componendas está la salvación; se ha imputado a la Infanta y se pontifica, se hacen juicios fútiles, populistas e interesados. La imputación en España ha perdido su carácter y ha llegado a dejar por el camino la idea de la presunción de inocencia.
Los ánimos están enfurecidos, la indignación en efervescencia de millones de ciudadanos compungidos y preocupados por los rigores de la crisis y el abuso y mangoneo de los listillos encorbatados. Les pesan las desgraciadas víctimas de los desahucios, a lo que ha salido una plañidera catalana y sus adláteres que no sabemos, si persiguen las resoluciones de los bancos, derribar las casas de los peperos o fraguarse un prospero provenir con sus plataformas y su extrema izquierda; pesan los engañados y robados miserablemente por los sumideros de las preferentes, es todo ello campo propicio para la agitación por parte de los pescadores en el río revuelto y dramático, quieren las ventajas políticas para maniobrar, administrar influencias a sus hijos, amigos y simpatizantes y hacer negocios que conlleven el camino cargado de billetes a los nidos bancarios. Pesan los que a través de sus terminales mediáticas no ocultan prestar su ayuda a ciertos desclasados ambiciosos con un objetivo muy definido, el de derribar del poder rápidamente a ‘estos energúmenos de centro derecha que se creen que pueden y deben conducir este gobierno democrático sólo por haber ganado con mayoría unas elecciones’; están esos misioneros de demagogia insolente que intentan camuflar como ayuda a los desposeídos, lo que no es más que su ropaje ideológico al servicio de sus intereses radicales y sus propios beneficios.
Gran parte de las fortunas españolas, según Revilla, están a recaudo en las refugios fiscales, que si estuvieran en nuestros bancos, España dejaría de tener esa enorme deuda que arrastra y la ahoga. Hoy, si no se tiene una cuenta secreta, se es un paria, un donnadie sin fuste en la vida; lo que se tenía por un delito se ha convertido en un relumbre de moda. Nadie quiere trabajar, se aspira a ser colocado político, muy juntito a las cajas y canjes del Erario, nadie quiere cumplir con sus obligaciones sociales, muchos trincan en cuanto pueden.
Se cimbrea nuestro marco jurídico y político y así el futuro ya destruido por la profunda y terrible crisis económica y social, se diluye ennegrecido, a lo que se añade la amenaza secesionista que acosa. Sobra la agitación y propaganda, falta el servicio, el afán por el bien común y la entrega responsable a España.
C. Mudarra