Colaboraciones

¿CONSERVADORES O PROGRESISTAS?





Las próximas elecciones municipales se presentan apasionantes para el análisis. Un alcalde que se postula como candidato y una oposición que, a buen seguro, medita si ofertar una cara nueva o continuar con un eterno aspirante capacitado que no ha gozado de suerte en las urnas. Parece del todo lógico que el partido en el poder municipal vuelva a insistir en una mano ganadora: una persona reputada y conocida en la ciudad con un carisma hasta ahora suficiente para conseguir mayorías absolutas. Por tanto, la máxima a seguir se resume en el viejo aforismo conservador “si todo funciona, para qué cambiar”. ¿Qué aconseja, en cambio, la teoría política al principal partido de la oposición? Emplearse a fondo para captar la atención de los defraudados por las actuales políticas municipales, planteando un programa electoral viable en una futura acción de gobierno. Pero, ¿cómo? Planificando una alternativa verdaderamente revolucionaria de largo recorrido: por un lado, propuestas, ajustadas al presupuesto que les tocaría manejar y alejadas de los vicios que afirman haber identificado; por otro, el inevitable y sorpresivo ámbito de las personas, sopesando los pros y contras de cualquier innovación. La sentencia anterior, por tanto, ahora tiene que ser invertida: “hay que cambiar porque no se funciona”. Qué bloquea el ascenso de la oposición (esto es, por qué una vez tras otra pierde la batalla por la alcaldía) y qué permite a otro partido mantener el gobierno de la ciudad (o sea, qué virtudes perciben los ciudadanos en sus actuales dirigentes) son cuestiones que han de ser respondidas de cara a la realidad sin modelos preconcebidos. Al margen de los supuestos valores ideológicos, si un partido quiere establecer diferencias respecto a otro, tiene que tomar distancia para escrutar su propio contexto tanto a nivel interno como externo: es decir, de una parte, con qué mimbres se cuenta para proclamar un/a alcaldable que pueda calar socialmente y qué programa se va a entregar a la ciudadanía que eleve de nuevo la ilusión a cotas ya olvidadas (respectivamente, ¿no sería mejor proceder mediante primarias locales y abrirse a la sociedad civil?); de otra, qué perfil consideran los onubenses más idóneo para el/a candidato/a y cuáles son las iniciativas más urgentes a llevar a cabo según los ciudadanos (¿no sería mejor una delegación desde abajo y no desde arriba?). Derrotar a un candidato respaldado por varias legislaturas y por un sólido aparato detrás precisa subordinar el programa a aquellas demandas legítimas de los onubenses, criticar constructivamente y agradecer la gestión de quien haya entregado años de su vida al honor de administrar la ciudad, sin olvidar el pingüe beneficio que pueden arrojar las tendencias sociales que terminan permeando la vida política: ¿podría el partido en la oposición poner sobre el tapete la conveniencia de la baza del género, una vez estudiado el cruce del porcentaje de votos por sexo con la inclinación ideológica?

Conservador y progresista, así pues, son adjetivos coyunturales desde el punto de vista de la estrategia y táctica políticas. Se suele fracasar por un desaconsejable conservadurismo interno, mientras que se triunfa gracias a la ductilidad del liderazgo.

Juan Jesús Mora

Franky  
Sábado, 22 de Julio 2006
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