“ No hay que fiarse de los dirigentes que prometen el paraíso, porque ése es el camino más seguro al infierno ”.
Karl Popper
El viernes pasado, el Gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero, cogiendo al morlaco por las astas, dio de lleno en el blanco o centro de la diana al estamparle el níhil óbstat al proyecto de reforma de la Ley del Menor, que será remitido a la Cámara Baja para que allí balbucee y gatee su trámite parlamentario. Ergo, bienvenido es el propósito gubernativo de intentar buscarles prontas soluciones duraderas a los nuevos problemas de violencia juvenil que acucian y aquejan a la sociedad española moderna; sobre todo, los provocados por el “bullying” o violencia escolar y los ocasionados por las bandas o grupos juveniles ¿organizados? Y, de paso, si se tercia, prevenir fenómenos como los ocurridos recientemente en los arrabales parisinos y varias ciudades galas.
Empero, de nada servirán los esfuerzos dedicados a la identificación de los problemas y baldío será, asimismo, devanarse las meninges procurando hallarles remedios oportunos, si al primer denuedo, el de las óptimas pretensiones, no le siguen o acompañan las partidas presupuestarias preceptivas, pertinentes, necesarias, imprescindibles, que doten de recursos personales y materiales al espíritu y a la letra de la ley, para llevar a buen puerto o feliz término las tales, porque no queremos que todo quede reducido a agua de borrajas o cerrajas, a papel mojado.
La violencia juvenil, corolario y correlato del fracaso de la familia y del fiasco de la escuela y el instituto en el abastecimiento o suministro y fijación de un selecto muestrario de normas de conducta impecable o modelos comportamentales sin tacha a imitar o que seguir, reclama a grito pelado lo que precisa, medidas multidisciplinares para su derrocamiento, derrota y erradicación. Las penales y procesales ayudarán, sin duda, pero como el problema hinca sus raíces en el feroz relativismo rampante que vivimos y la subsiguiente y pertinaz crisis actual de valores, urge pergeñar y formular otros tipos de medidas que contribuyan a la persuasión entera y definitiva de que la violencia, en tanto en cuanto callejón sin salida que es, no lleva a ninguna parte.
Ángel Sáez García
Karl Popper
El viernes pasado, el Gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero, cogiendo al morlaco por las astas, dio de lleno en el blanco o centro de la diana al estamparle el níhil óbstat al proyecto de reforma de la Ley del Menor, que será remitido a la Cámara Baja para que allí balbucee y gatee su trámite parlamentario. Ergo, bienvenido es el propósito gubernativo de intentar buscarles prontas soluciones duraderas a los nuevos problemas de violencia juvenil que acucian y aquejan a la sociedad española moderna; sobre todo, los provocados por el “bullying” o violencia escolar y los ocasionados por las bandas o grupos juveniles ¿organizados? Y, de paso, si se tercia, prevenir fenómenos como los ocurridos recientemente en los arrabales parisinos y varias ciudades galas.
Empero, de nada servirán los esfuerzos dedicados a la identificación de los problemas y baldío será, asimismo, devanarse las meninges procurando hallarles remedios oportunos, si al primer denuedo, el de las óptimas pretensiones, no le siguen o acompañan las partidas presupuestarias preceptivas, pertinentes, necesarias, imprescindibles, que doten de recursos personales y materiales al espíritu y a la letra de la ley, para llevar a buen puerto o feliz término las tales, porque no queremos que todo quede reducido a agua de borrajas o cerrajas, a papel mojado.
La violencia juvenil, corolario y correlato del fracaso de la familia y del fiasco de la escuela y el instituto en el abastecimiento o suministro y fijación de un selecto muestrario de normas de conducta impecable o modelos comportamentales sin tacha a imitar o que seguir, reclama a grito pelado lo que precisa, medidas multidisciplinares para su derrocamiento, derrota y erradicación. Las penales y procesales ayudarán, sin duda, pero como el problema hinca sus raíces en el feroz relativismo rampante que vivimos y la subsiguiente y pertinaz crisis actual de valores, urge pergeñar y formular otros tipos de medidas que contribuyan a la persuasión entera y definitiva de que la violencia, en tanto en cuanto callejón sin salida que es, no lleva a ninguna parte.
Ángel Sáez García