No es tan dificultoso llevar unas negociaciones a puerto, es cuestión de voluntad y de aptitud política. Dejando la presencia de los dos cabezas, por el enfrentamiento rayano en el odio, deben sentarse, en un retiro tranquilo, cuatro parlamentarios de cada uno de los tres partidos, PP, PSOE y C's. y, poniendo sobre la mesa los puntos que les unen, ponerse de acuerdo en el resto esencial de cuestiones y, de una vez, salir de este bloqueo, atender el crecimiento económico, asentar la confianza inversora y crear empleo y prosperidad para los jóvenes, los parados y los fatigados por la escasez. Pues bien, ya han transcurrido 85 días desde las elecciones y aún ningún político ha podido formar Gobierno, la fragmentación de la Cámara obliga a pactos y a formar coaliciones, se quieren reunir, pero no avanzan de forma seria; queda la esperanza de logren un cierto entendimiento que dé lugar a un Gobierno de coalición con la mayoría suficiente para renovar el consenso de la Transición y reformar la Constitución de 1978 y esto se ve que ha fracasado hasta ahora; es la coalición o las elecciones. Pero aquí, en esta penuria política, da lo mismo, la cuestión sigue igual que el primer día, eso sí, con un clima enrarecido y airado; no hay lugar para los intereses nacionales, sólo cuentan los personales y partidistas, no hay quien sepa y pueda formar un Gobierno estable que gobierne, atienda el crecimiento, el paro y los asuntos pendientes; sí, saben bien el insulto continuo, la diatriba de la ofensa, su papel egocéntrico, su torpeza y baja talla.
Mientras Rajoy sigue su curso parsimonioso e impasible, en su entorno ya se susurran los nombres de sus sucesores entre militantes y periodistas. Hay algo que ha calado más fuerte y es la idea de que el PP necesita una terapia de regeneración, de lo cual ya nadie duda y que entra en el ámbito de la sucesión de Rajoy; nadie, sin embargo, se atreve a plantearlo abiertamente, como tampoco se duda de que ha practicado una muy extraordinaria gestión económica y a la vez, una ridícula y deprimente actuación política en el aspecto de comunicación y cercanía a los medios. Tras la mayoría absoluta, solo en cuatro años, ha perdido autonomías, municipios y muchos diputados, pero piensa que él es el político ungido y si él no se aparta a un lado, el centro derecha seguirá liderado por el político echado en la pasividad y la lenidad del Morfeo, del sesteo agobiante de que 'el tiempo lo arregla todo', el 'laisser faire', el 'far niente'.
Rajoy no está dispuesto a dejar el protagonismo del sainete que nos entretiene sin gobierno ya demasiado tiempo, en la insufrible farsa de egoísmos e incompetencias, mientras por las entrañas de la sociedad española corre una sensación general de ineficacia ante el espectáculo que están ofreciendo estos politiquillos sin talla, atentos solamente al personalismo propio y a los intereses ficticios de la partitocracia. La abstención de Rajoy no se produce, no se la va a dar nadie, o manda él o ninguno; ni está muerto ni noqueado; su aparente inactividad es estratégica, sigue a la espera insisten: no hay nadie, y Sánchez ni sabe ni puede. Ahora bien, si se convocan nuevas elecciones, Pablo puede ganar y esa no es la alternativa que seduce a la mayoría por ser nociva para el bien nacional.
Tras las investiduras abortadas de Rajoy y Sánchez, ahora se dispone de un plazo de espera, para que lleguen a un acuerdo que dé lugar a la mayoría suficiente para la investidura y la necesaria para gobernar. Sin embargo, el odio, la falta de flexibilidad de unos y otros, de momento hace imposible su consecución; por tanto, no hay más posibilidad que la gran coalición PP, PSOE y C's para conducir a España por la senda de las reformas necesarias; pero, si los protagonistas de los tres partidos se mantienen en su negatividad, no será posible. Al respecto, queda una esperanza y es que, en el último momento, antes de acabar el plazo del dos de mayo, lleguen a un acuerdo los tres partidos posibles; pero, en la política, jugar a lo extravagante siempre es incierto y demasiado arriesgado.
C. Mudarra
Mientras Rajoy sigue su curso parsimonioso e impasible, en su entorno ya se susurran los nombres de sus sucesores entre militantes y periodistas. Hay algo que ha calado más fuerte y es la idea de que el PP necesita una terapia de regeneración, de lo cual ya nadie duda y que entra en el ámbito de la sucesión de Rajoy; nadie, sin embargo, se atreve a plantearlo abiertamente, como tampoco se duda de que ha practicado una muy extraordinaria gestión económica y a la vez, una ridícula y deprimente actuación política en el aspecto de comunicación y cercanía a los medios. Tras la mayoría absoluta, solo en cuatro años, ha perdido autonomías, municipios y muchos diputados, pero piensa que él es el político ungido y si él no se aparta a un lado, el centro derecha seguirá liderado por el político echado en la pasividad y la lenidad del Morfeo, del sesteo agobiante de que 'el tiempo lo arregla todo', el 'laisser faire', el 'far niente'.
Rajoy no está dispuesto a dejar el protagonismo del sainete que nos entretiene sin gobierno ya demasiado tiempo, en la insufrible farsa de egoísmos e incompetencias, mientras por las entrañas de la sociedad española corre una sensación general de ineficacia ante el espectáculo que están ofreciendo estos politiquillos sin talla, atentos solamente al personalismo propio y a los intereses ficticios de la partitocracia. La abstención de Rajoy no se produce, no se la va a dar nadie, o manda él o ninguno; ni está muerto ni noqueado; su aparente inactividad es estratégica, sigue a la espera insisten: no hay nadie, y Sánchez ni sabe ni puede. Ahora bien, si se convocan nuevas elecciones, Pablo puede ganar y esa no es la alternativa que seduce a la mayoría por ser nociva para el bien nacional.
Tras las investiduras abortadas de Rajoy y Sánchez, ahora se dispone de un plazo de espera, para que lleguen a un acuerdo que dé lugar a la mayoría suficiente para la investidura y la necesaria para gobernar. Sin embargo, el odio, la falta de flexibilidad de unos y otros, de momento hace imposible su consecución; por tanto, no hay más posibilidad que la gran coalición PP, PSOE y C's para conducir a España por la senda de las reformas necesarias; pero, si los protagonistas de los tres partidos se mantienen en su negatividad, no será posible. Al respecto, queda una esperanza y es que, en el último momento, antes de acabar el plazo del dos de mayo, lleguen a un acuerdo los tres partidos posibles; pero, en la política, jugar a lo extravagante siempre es incierto y demasiado arriesgado.
C. Mudarra
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