Los periodistas utilizan el símbolo de las “cumbres”, o cimas de la riqueza, cuando se reúnen los países más poderosos de la tierra. Recientemente se celebró en Londres una de esas “cumbres”, la de los veinte más ricos del mundo. Frente a esa reunión hubo otra manifestación, la del grupo “anticapitalista” que quería representar a los países más pobres. Siguiendo con la metáfora, podríamos llamarlo el de las “profundidades”, o simas de la pobreza; los países más deprimidos de la sociedad internacional.
Los que consiguen ser llamados a las “cumbres” son pocos, porque la mayoría está inmersa en las profundidades de la sociedad humana, sin que apenas se hable de ellos. Hasta hace unos años, en Norteamérica no se sabía nada de España, ni siquiera dónde estaba, sencillamente porque se encontraba en las profundidades o simas de la pobreza. Hoy nuestro país se encuentra entre los veinte más ricos. Por lo visto, ha salido de las simas, puede acudir a las “cumbres” y ser reconocido.
Las diferencias entre unos y otros –cimas y simas- son irritantes en un mundo como el del siglo XXI, donde estamos destinados a vivir cada día más cerca y a entendernos con una sola lengua. El grupo de los anticapitalistas venía a decir eso y a manifestarse contrarios a la cumbre. Pero cayeron en el error de la violencia y consiguieron un varapalo físico, más de treinta heridos y otros tantos detenidos. Terminó la cumbre y los veinte volvieron a sus casas pletóricos de satisfacción, mientras que los anticapitalistas, regresaron, como siempre, con el rabo entre las piernas.
Todavía el mundo sigue dividido en dos grupos de humanos antagónicos, paradójicos. Cada día se distancian más las cumbres de las profundidades, las cimas de las simas, los países ricos de los pobres. Da la impresión de que vivimos en un mundo donde sus ciudadanos habitan en formidables castillos, palacios y mansiones, frente a otros seres errantes, exiliados, deshabitados, sin casas...
Frente a las cumbres, siempre hay simas: frente a la riqueza fastuosa de los países ricos, se hunden cada vez más los países pobres; frente a los países más poderosos y armados del mundo, los países pobres se matan entre sí con las armas desechadas y vendidas por los ricos; frente a los países saturados de felicidad, se mueren de desnutrición los países más indigentes; frente a la oferta corrompida de los cárteles y trata de blancas, llegan los jóvenes engañados en los cayucos; frente a la violencia insaciable del sexo, mueren cada día mujeres y niños en todo el mundo; frente a la suciedad y sordidez de los suburbios y fabelas, los pobres se empeñan, inútilmente, en dejar un mundo más limpio y más culto a sus hijos; frente a las injusticias más patentes, luchan los “sin papeles” por hacerse oír; frente a los corazones de piedra, matan los pobres sus corazones de carne.
Dice un proverbio que “el caracol que anda buscando su casa no se conoce”. Damos la impresión de andar buscando nuestra identidad, pero sin conocernos y sin conocer la de los hermanos. Mientras, pasiones y muertes en la Semana de la Pasión y Muerte de Cristo.
J. LEIVA
Los que consiguen ser llamados a las “cumbres” son pocos, porque la mayoría está inmersa en las profundidades de la sociedad humana, sin que apenas se hable de ellos. Hasta hace unos años, en Norteamérica no se sabía nada de España, ni siquiera dónde estaba, sencillamente porque se encontraba en las profundidades o simas de la pobreza. Hoy nuestro país se encuentra entre los veinte más ricos. Por lo visto, ha salido de las simas, puede acudir a las “cumbres” y ser reconocido.
Las diferencias entre unos y otros –cimas y simas- son irritantes en un mundo como el del siglo XXI, donde estamos destinados a vivir cada día más cerca y a entendernos con una sola lengua. El grupo de los anticapitalistas venía a decir eso y a manifestarse contrarios a la cumbre. Pero cayeron en el error de la violencia y consiguieron un varapalo físico, más de treinta heridos y otros tantos detenidos. Terminó la cumbre y los veinte volvieron a sus casas pletóricos de satisfacción, mientras que los anticapitalistas, regresaron, como siempre, con el rabo entre las piernas.
Todavía el mundo sigue dividido en dos grupos de humanos antagónicos, paradójicos. Cada día se distancian más las cumbres de las profundidades, las cimas de las simas, los países ricos de los pobres. Da la impresión de que vivimos en un mundo donde sus ciudadanos habitan en formidables castillos, palacios y mansiones, frente a otros seres errantes, exiliados, deshabitados, sin casas...
Frente a las cumbres, siempre hay simas: frente a la riqueza fastuosa de los países ricos, se hunden cada vez más los países pobres; frente a los países más poderosos y armados del mundo, los países pobres se matan entre sí con las armas desechadas y vendidas por los ricos; frente a los países saturados de felicidad, se mueren de desnutrición los países más indigentes; frente a la oferta corrompida de los cárteles y trata de blancas, llegan los jóvenes engañados en los cayucos; frente a la violencia insaciable del sexo, mueren cada día mujeres y niños en todo el mundo; frente a la suciedad y sordidez de los suburbios y fabelas, los pobres se empeñan, inútilmente, en dejar un mundo más limpio y más culto a sus hijos; frente a las injusticias más patentes, luchan los “sin papeles” por hacerse oír; frente a los corazones de piedra, matan los pobres sus corazones de carne.
Dice un proverbio que “el caracol que anda buscando su casa no se conoce”. Damos la impresión de andar buscando nuestra identidad, pero sin conocernos y sin conocer la de los hermanos. Mientras, pasiones y muertes en la Semana de la Pasión y Muerte de Cristo.
J. LEIVA