Es triste, muy triste tener que escribir sobre esta miseria, miseria humana, miseria de los Estados, de los gobiernos, de los instalados, de los ricos, de todos los hombres que permiten la injusticia y no acuden al clamor herido de los niños. Las ONGs han zarandeado las conciencias con la denuncia de que once millones de niños fallecen cada año por la malnutrición y enfermedades tratables; cuatro millones de recién nacidos mueren antes de cumplir un mes y otros siete millones no llegan a ver su primer año. Fatal destino, escrito en el vacío de vida incipiente sin futuro, seres ínfimos con la marca de muerte en su dintel sin esperanza, porque, para ellos, no existe ninguna.
La humanidad, satisfecha en su bienestar, sigue con su inoperancia, su zafiedad y sus guerras. ¿De qué sirvió la Declaración de los Derechos del Niño aprobada en 1959? Las cifras y los datos trágicos y terribles calculan que cien millones de jóvenes viven en las calles a causa de la pobreza, del abandono o la ruptura familiar, no sólo, en la India, con dieciocho millones, sino, incluso, en los países más opulentos e industrializados, la mayor parte, el 99%, especialmente en el África Subsahariana, por la carencia de servicios sanitarios básicos. No hay que ir muy lejos. En España, uno de cada cuatro niños vive por debajo del umbral de la pobreza, alrededor de 1,8 millones, de los que un tres por ciento son pobres de solemnidad. Cáritas señala 8,5 millones de pobres españoles; es la más alta tasa de la Unión Europea; y uno de los factores explicativos de este dato es el "reducidísimo nivel" de prestaciones sociales destinadas a las familias españolas.
Los niños, atrapados en abusos y malos tratos, corroídos de privaciones y pisoteados sus derechos, carecen de infancia. En el mundo existen quince millones de huérfanos, víctimas del sida, no conocen ni asisten a la escuela, las niñas pierden su infancia en matrimonios prematuros y en la ilicitud de relaciones precoces y el tráfico sexual. Hay 246 millones que realizan un trabajo ilegal, para sobrevivir. Se siguen vulnerando, incluso en los países desarrollados, los derechos fundamentales de la infancia.
El justo reparto de la riqueza es un concepto olvidado y preterido, no cuenta, no existe. Pero sí, se acordaron de proveerlos de armas y su manejo; no les enseñaron el cultivo y la pesca, no les dieron el arado, las semillas y las redes, ni abrieron pozos y canales; los barbechos fueron eriales y cosecharon hambres, guerras y emigración. No necesitan subsidios ni limosnas, precisan incentivar la producción y el incremento, desechar el odio y la injusticia y zafarse de la garra de dirigentes mangantes y tiranos. La vida sin el calor de la paz y la justicia es la muerte y la negra travesía de la patera.
Camilo Valverde Mudarra
La humanidad, satisfecha en su bienestar, sigue con su inoperancia, su zafiedad y sus guerras. ¿De qué sirvió la Declaración de los Derechos del Niño aprobada en 1959? Las cifras y los datos trágicos y terribles calculan que cien millones de jóvenes viven en las calles a causa de la pobreza, del abandono o la ruptura familiar, no sólo, en la India, con dieciocho millones, sino, incluso, en los países más opulentos e industrializados, la mayor parte, el 99%, especialmente en el África Subsahariana, por la carencia de servicios sanitarios básicos. No hay que ir muy lejos. En España, uno de cada cuatro niños vive por debajo del umbral de la pobreza, alrededor de 1,8 millones, de los que un tres por ciento son pobres de solemnidad. Cáritas señala 8,5 millones de pobres españoles; es la más alta tasa de la Unión Europea; y uno de los factores explicativos de este dato es el "reducidísimo nivel" de prestaciones sociales destinadas a las familias españolas.
Los niños, atrapados en abusos y malos tratos, corroídos de privaciones y pisoteados sus derechos, carecen de infancia. En el mundo existen quince millones de huérfanos, víctimas del sida, no conocen ni asisten a la escuela, las niñas pierden su infancia en matrimonios prematuros y en la ilicitud de relaciones precoces y el tráfico sexual. Hay 246 millones que realizan un trabajo ilegal, para sobrevivir. Se siguen vulnerando, incluso en los países desarrollados, los derechos fundamentales de la infancia.
El justo reparto de la riqueza es un concepto olvidado y preterido, no cuenta, no existe. Pero sí, se acordaron de proveerlos de armas y su manejo; no les enseñaron el cultivo y la pesca, no les dieron el arado, las semillas y las redes, ni abrieron pozos y canales; los barbechos fueron eriales y cosecharon hambres, guerras y emigración. No necesitan subsidios ni limosnas, precisan incentivar la producción y el incremento, desechar el odio y la injusticia y zafarse de la garra de dirigentes mangantes y tiranos. La vida sin el calor de la paz y la justicia es la muerte y la negra travesía de la patera.
Camilo Valverde Mudarra