Colaboraciones

CARICATURAS E IDOLATRÍAS





Todavía se ven caretas por ahí. Son las caricaturas que utilizamos durante unos días y que abandonamos inmediatamente después del carnaval. La caricatura es una parodia, una hipérbole, una exageración intencionada. A base de subrayar los defectos, lo convertimos en caricaturas punzantes, en caretas burlescas. Eso está bien para unos días, pero no para todo el año. Lo que ocurre es que, durante el año, llevamos también nuestras caretas y, en febrero, con el carnaval, la sustituimos, para decir con libertad lo que no nos atrevemos a manifestar en la sociedad de nuestras hipocresías.

María Zambrano, la gran filósofo malagueña, nada sospechosa de conservadurismo, nos ha dejado una reflexión que deberíamos tener en cuenta; dice así: “La Modernidad merece una dura crítica, porque es la culpable del escepticismo, del agnosticismo y del despotismo.” Son las tres oscuridades que hemos heredado de la última doctrina filosófica del siglo XIX: en filosofía, el escepticismo es la incapacidad humana para conocer la verdad, la desconfianza para aceptar la verdad del otro; en lo religioso, el agnosticismo es la incapacidad humana para conocer a Dios, la desconfianza de lo trascendente; en lo político, el despotismo es el abuso del poder para imponer nuestra voluntad a los demás, el adueñarnos de todo incluso de las personas.

Como consecuencia, las tres ideologías han impuesto tres ídolos: el dinero, el placer y el poder. El hombre moderno ha perdido el norte de la razón e intenta desbancar a Dios sustituyéndolo por tres idolatrías: la Historia como la única fuente de verdad del pasado; la Sociedad del bienestar, como la única fuente de felicidad del presente; el fantasma del Futuro, como la única existencia del más allá. Con esas tres caricaturas de la trascendencia vamos jugando, con tal de no aceptar la presencia de Dios en nuestro mundo. Son las idolatrías del siglo XX y XXI. Cuando vemos que el cambio no trae sino oscuridades, caos y crueldad, nos convertimos en dictadores y nos dedicamos a corregir la plana a la naturaleza, a sustituir las leyes innatas, a abrir cárceles y a matar.

Un compañero de instituto tenía la curiosidad de calcular las leyes que el Estado con el BOE, las autonomías con el BOJA y las provincias con el BOP, junto a las normas y ordenanzas de cada ministerio, daban cada semana. Y, por medio de unos cálculos, pudo averiguar que en España se dan alrededor de 14.000 leyes al año. Pero, si funcionara, eso sería lo de menos. Lo malo es que con esas miles de leyes, decretos, normas y disposiciones, esto no funciona. Cada vez nuestra sociedad se desvía con más injusticias, con menos trabajo y con más marginaciones; caricaturas que no resuelven la tragicomedia humana.

Sin embargo, con diez preceptos impresos en la naturaleza humana, reducidos a dos, el hombre tendría suficiente para organizar su vida, la de su familia y la de su pueblo. Pero imponer eso desde el exterior supondría comenzar otra vez a dar leyes. Habría que comenzar desde el interior, es decir, transformando las personas y haciendo hombres y mujeres nuevas. Lo demás vendría no por domesticación, ni por cárceles, ni por violencia, sino por información, educación y formación. Por tanto, lo que necesitamos son educadores vocacionados. Ante las elecciones, tendríamos que elegir no al que ofrezca más dinero, ni más bienestar, ni más poder, sino al que presente el mejor programa para educar personas.

JUAN LEIVA

   
Jueves, 6 de Marzo 2008
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