Ver al Partido Popular, habitualmente flácido y poco consistente, lleno de rabia y revolviéndose contra el PSOE cargado de indignación y dignidad, constituyó ayer un espectáculo que devolvió la esperanza a muchos españoles, cansados de contemplar a un Mariano Rajoy que hace su trabajo de oposición claudicando ante el PSOE, escaso de testosterona, falto de reciedumbre y sin demasiada solvencia ética e ideológica.
Si el PP imita a Rosa Diez y reivindica la verdadera democracia, si abandona la indecente complacencia y se acoge al rigor y a la decencia, es posible que frene su decadencia, ponga fin a la ola de deserciones en sus filas y hasta que pueda ganar las próximas elecciones generales. En cualquier caso, el rigor y el látigo frente a la corrupción, el despilfarro y el mal gobierno no pueden ser una pose sino la consecuencia de una convicción y el resultado de una transformación del partido, que, hasta ahora, se parecía al PSOE como dos gotas de agua y se sentía a gusto en la oligocracia indecente que gobierna España.
Tiene razón Rajoy cuando califica de "obscena" la cacería de muflones entre el ministro Bermejo y el juez Garzón porque en cualquier democracia de Occidente esa imagen produciría vómitos. Pero que sepa también Rajoy que rechazar esa obscenidad implica rechazar también otras muchas en las que su partido participa, como el nombramiento de magistrados en los grandes tribunales, el reparto de poder en el Consejo General del Poder Judicial, el reparto de sillones en las cajas de ahorro, las subidas de sueldo de los políticos en plena crisis, el despilfarro, que también existe en algunas de las autonomías y ayuntamientos gobernados por su partido, y otras muchas obscenidades e indecencias que hacen de España una enorme pocilga política.
Al contemplar ayer el destello de oposición recia y solvente, muchos demócratas españoles sintieron la posibilidad de reconciliarse con un Partido Popular cuya cobardía, complicidad y poca capacidad para la indignación democrática ha empujado a cientos de miles de ciudadanos hacia la desesperación por tener que soportar cuatro años más a Zapatero, la abstención, el voto en blanco o el apoyo a incipientes y esperanzadoras formaciones políticas como UPyD y Ciudadanos.
La digna e insólita fortaleza exhibida ayer por Rajoy al blandir el látigo frente a los que profanan el templo de la democracia y la reacción fuerte y digna de todo el PP ante la persecución judicial que está sufriendo su partido abrieron las puertas a la esperanza e hicieron ver a millones de españoles que todavía es posible frenar a un gobierno que ha perdido el respeto internacional y que hoy aparece en los medios de prensa criticado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) por la casi nula eficacia de sus medidas económicas contra la crisis y el escaso rendimiento de los 45.000 millones de euros malgastados por Zapatero, una cantidad suficiente para acabar con todo el hambre de España durante varios años.
Si la derecha española llegara a elegir, con todas sus consecuencias, la senda de la regeneración democrática, pronto descubrirá que esa ruta le llevará a gobernar y a contar con el valioso apoyo no sólo de sus votantes sino también de los millones de españoles independientes y demócratas que se resisten a ser llevados por Zapatero hasta la catástrofe. Si Rajoy y los suyos se convirtieran en demócratas decentes, quizás hasta consigan salvar a España del oscuro destino que le espera con Zapatero al timón.
Ojalá el PP sepa pulsar correctamente la opinión pública, no se deje engañar por las televisiones y medios sometidos al poder socialista y perciba fielmente las sensaciones positivas que experimentaron sus votantes, que ayer sintieron una mezcla saludable de euforia y de esperanza después de meses de postración y de vergüenza, soportando, impávidos y sin amparo, como España era conducida por el gobierno hacia el fracaso y la pobreza, ansiando siempre una actitud valiente, digna y democrática de la oposición, que nunca llegaba y que ayer llegó.
Si el vacilante Rajoy tiene todavía dudas sobre cual debe ser su camino, que mire la última encuesta del CIS, recién filtrada, en la que él aparece valorado por los españoles en cuarta posición, detrás de Zapatero, Rosa Díez y Durán y LLeida, con una puntuación de 3,51, la peor desde que lidera el primer partido de la oposición.
Si el PP imita a Rosa Diez y reivindica la verdadera democracia, si abandona la indecente complacencia y se acoge al rigor y a la decencia, es posible que frene su decadencia, ponga fin a la ola de deserciones en sus filas y hasta que pueda ganar las próximas elecciones generales. En cualquier caso, el rigor y el látigo frente a la corrupción, el despilfarro y el mal gobierno no pueden ser una pose sino la consecuencia de una convicción y el resultado de una transformación del partido, que, hasta ahora, se parecía al PSOE como dos gotas de agua y se sentía a gusto en la oligocracia indecente que gobierna España.
Tiene razón Rajoy cuando califica de "obscena" la cacería de muflones entre el ministro Bermejo y el juez Garzón porque en cualquier democracia de Occidente esa imagen produciría vómitos. Pero que sepa también Rajoy que rechazar esa obscenidad implica rechazar también otras muchas en las que su partido participa, como el nombramiento de magistrados en los grandes tribunales, el reparto de poder en el Consejo General del Poder Judicial, el reparto de sillones en las cajas de ahorro, las subidas de sueldo de los políticos en plena crisis, el despilfarro, que también existe en algunas de las autonomías y ayuntamientos gobernados por su partido, y otras muchas obscenidades e indecencias que hacen de España una enorme pocilga política.
Al contemplar ayer el destello de oposición recia y solvente, muchos demócratas españoles sintieron la posibilidad de reconciliarse con un Partido Popular cuya cobardía, complicidad y poca capacidad para la indignación democrática ha empujado a cientos de miles de ciudadanos hacia la desesperación por tener que soportar cuatro años más a Zapatero, la abstención, el voto en blanco o el apoyo a incipientes y esperanzadoras formaciones políticas como UPyD y Ciudadanos.
La digna e insólita fortaleza exhibida ayer por Rajoy al blandir el látigo frente a los que profanan el templo de la democracia y la reacción fuerte y digna de todo el PP ante la persecución judicial que está sufriendo su partido abrieron las puertas a la esperanza e hicieron ver a millones de españoles que todavía es posible frenar a un gobierno que ha perdido el respeto internacional y que hoy aparece en los medios de prensa criticado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) por la casi nula eficacia de sus medidas económicas contra la crisis y el escaso rendimiento de los 45.000 millones de euros malgastados por Zapatero, una cantidad suficiente para acabar con todo el hambre de España durante varios años.
Si la derecha española llegara a elegir, con todas sus consecuencias, la senda de la regeneración democrática, pronto descubrirá que esa ruta le llevará a gobernar y a contar con el valioso apoyo no sólo de sus votantes sino también de los millones de españoles independientes y demócratas que se resisten a ser llevados por Zapatero hasta la catástrofe. Si Rajoy y los suyos se convirtieran en demócratas decentes, quizás hasta consigan salvar a España del oscuro destino que le espera con Zapatero al timón.
Ojalá el PP sepa pulsar correctamente la opinión pública, no se deje engañar por las televisiones y medios sometidos al poder socialista y perciba fielmente las sensaciones positivas que experimentaron sus votantes, que ayer sintieron una mezcla saludable de euforia y de esperanza después de meses de postración y de vergüenza, soportando, impávidos y sin amparo, como España era conducida por el gobierno hacia el fracaso y la pobreza, ansiando siempre una actitud valiente, digna y democrática de la oposición, que nunca llegaba y que ayer llegó.
Si el vacilante Rajoy tiene todavía dudas sobre cual debe ser su camino, que mire la última encuesta del CIS, recién filtrada, en la que él aparece valorado por los españoles en cuarta posición, detrás de Zapatero, Rosa Díez y Durán y LLeida, con una puntuación de 3,51, la peor desde que lidera el primer partido de la oposición.