Hoy, lunes, 26 de junio de 2006, por… (la razón se la ahorro a usted, quizás, porque a mí también se me escapa), me ha apetecido un montón recordar, de modo sucinto siquiera, una nueva vieja, sí; aunque, seguramente, vos, amable, atento, dilecto, discreto y selecto lector, ya tuvo conocimiento entonces, hace dos años y pico, de la misma, cuando todos los periódicos y todas las radios y todas las televisiones públicas y privadas, locales, autonómicas y estatales, analógicas, digitales o por cable, la contaron con profusión de detalles, con pelos y señales, y aun con pormenores escabrosos o menudencias escatológicas, obscenas o salaces, hasta la misma plétora, hasta la propia hartura. En el caso o supuesto de que no sea así, aquí está el menda lerenda, “Otramotro”, para narrársela de cabo a rabo o de la roda al codaste, como prefiera. O sea, que la condena, cual espada de Damocles, pende sobre el celebérrimo remedio. Aunque más parece que perece o que éste está a punto de ser colocado sin pico ni cota en la picota. O que se halla a un paso de ser pasto de las llamas que consumen la hoguera de las vanidades.
Según se colige, la panacea para la disfunción eréctil, la porción azul, la Viagra, el milagro para la jodienda y el regocijo, orgasmo o gozo, pues, en apenas unos minutos, metamorfosea al más chato, flojo e inapetente de los hombres en un ariete enristrado, en un sátiro de los de aquí te espero, Juana, fue imputada, en toda la regla, como la tercera en discordia y/o la verdadera circunstancia causante del desorden y fracaso o naufragio de un matrimonio británico.
Ahí va, por (a)mor de la concisión, la empolvada nueva. En un lugar de la pérfida Albión, de cuyo nombre poco importa acordarse ahora, no hace mucho tiempo (dos años largos) que vivía, sin mayores problemas, una pareja, cuyos dos componentes frisaban la edad de la cincuentena. Pero he aquí que el demonio entró en el domicilio conyugal bajo la apariencia de la celestial pastillita en cuestión o de marras, que sólo encabritó al macho, que fue quien la ingirió, rebajándole los años vividos una treintena, poniéndole, en breves minutos, aquello, que daba pena, tiesísimo, como lanza en astillero, y duro, como el pedernal, y las piernas, cual galgo corredor, a la caza de su media naranja, que, como la pillara, amén de escocida y/o exprimida, la dejaba como una colilla o hecha polvo (después de haberle echado unos cuantos), para el arrastre… de la mopa. O sea que la cosa estaba descompensada; porque, mientras el uno derrochaba altanería, la otra estaba ahíta, de capa caída, exhausta, casi (y hasta podríamos ahorrarnos el casi) muerta. Lo dicho, el desequilibrio, esto es, la demanda de divorcio al canto por parte de ella. Aguardamos la sentencia. “Que inventen una Viagra para las féminas”, se le escuchó reclamar al marido, que había vuelto a cogerle gusto al coito, “eroskiki” o “folleteo”, debido a la palingenesia.
Ángel Sáez García
Según se colige, la panacea para la disfunción eréctil, la porción azul, la Viagra, el milagro para la jodienda y el regocijo, orgasmo o gozo, pues, en apenas unos minutos, metamorfosea al más chato, flojo e inapetente de los hombres en un ariete enristrado, en un sátiro de los de aquí te espero, Juana, fue imputada, en toda la regla, como la tercera en discordia y/o la verdadera circunstancia causante del desorden y fracaso o naufragio de un matrimonio británico.
Ahí va, por (a)mor de la concisión, la empolvada nueva. En un lugar de la pérfida Albión, de cuyo nombre poco importa acordarse ahora, no hace mucho tiempo (dos años largos) que vivía, sin mayores problemas, una pareja, cuyos dos componentes frisaban la edad de la cincuentena. Pero he aquí que el demonio entró en el domicilio conyugal bajo la apariencia de la celestial pastillita en cuestión o de marras, que sólo encabritó al macho, que fue quien la ingirió, rebajándole los años vividos una treintena, poniéndole, en breves minutos, aquello, que daba pena, tiesísimo, como lanza en astillero, y duro, como el pedernal, y las piernas, cual galgo corredor, a la caza de su media naranja, que, como la pillara, amén de escocida y/o exprimida, la dejaba como una colilla o hecha polvo (después de haberle echado unos cuantos), para el arrastre… de la mopa. O sea que la cosa estaba descompensada; porque, mientras el uno derrochaba altanería, la otra estaba ahíta, de capa caída, exhausta, casi (y hasta podríamos ahorrarnos el casi) muerta. Lo dicho, el desequilibrio, esto es, la demanda de divorcio al canto por parte de ella. Aguardamos la sentencia. “Que inventen una Viagra para las féminas”, se le escuchó reclamar al marido, que había vuelto a cogerle gusto al coito, “eroskiki” o “folleteo”, debido a la palingenesia.
Ángel Sáez García