El miércoles fue el “día del libro”. La gente de mi generación tiene muchos libros, casi ya no encuentra sitio para colocarlos. Las mujeres amenazan con que un día los van a tirar al contenedor. Pero no lo hacen, porque tanto ellas como nosotros hemos conseguido nuestra cultura a base de esos libros. Muchas personas han formado, a través de su vida, una pequeña biblioteca, y algunas, incluso, han dedicado una habitación exclusivamente para los libros. Esos libros les han acompañado durante toda su vida, han sufrido todas las mudanzas y los cambalaches. Los mejores son los que están más manoseados, más deteriorados, más desvencijados... porque, en los momentos claves de nuestra vida, siempre echamos mano de ellos.
La gente de mi generación es fruto de la bibliografía, es decir, nos hemos formado leyendo libros y nuestra cultura se la debemos a los libros. Por eso, no concebimos que se pueda tirar un libro porque, como decía Plinio, “no hay ninguno tan malo que no tenga algo bueno”. Se podría decir que nuestra biografía es nuestra bibliografía, somos lo que nuestros libros. Esos libros ya no son cosas, ni papeles cosidos, ni estorbos... Son seres cargados de valor que nos dieron no sólo utilidades, sino emociones, aventuras, encuentros espirituales, descubrimientos... Alguien ha dicho: “Dime con qué libro andas y te diré quién quieres ser.”
Hay dos peligros, sin embargo, de los que debemos huir. El primero es convertirnos en “librófagos”; es decir, en caníbales de libros, en salvajes de libros, en gente que devora libros sin más. Se atiborran de letras y de ideas para conseguir la meta de haber leído el libro. Pero no saben apenas de lo que trata, porque no se han parado a pensar sobre lo que leen. Es más, ni una sola idea han sacado para la vida. El otro peligro es el del coleccionista de libros. Lo único que quiere es adquirir libros para su colección. Los coloca en la estantería y allí se mueren inútilmente, porque ni siquiera lo abrieron una sola vez para ver de lo que tratan. Es el falso prurito de ser cultos por tener libros.
Leer es un acto de escucha, oír lo que el autor dice expresamente para ti. Es dejar que aquello que te dice penetre hasta lo más profundo de tu ser, sin que ello quiera decir que lo conviertas en un dogma de fe. Después tendrás que discernir lo que debes hacer con el tesoro que han puesto en tus manos. Casi siempre es un espejo donde se ve reflejado el mundo que nos rodea y la manera de poder hacerlo mejor de lo que es. Y, muchas veces, no es sino un recuerdo de lo que tú ya sabes muy bien y lo tenías echado en el olvido. Algunas personas hacen una ficha de cada libro que leen y lo guardan en el fichero, donde acuden cuando les hace falta.
Por todo ello, creo que ese soporte de ideas, aventuras y emociones, llamado libro, sigue siendo uno de los principales impulsores de cultura de nuestro mundo. En ellos siguen bebiendo los niños, los adolescentes, los jóvenes y los adultos. Es más, mientras más sabia es la persona, más lee, porque está convencida de que aún le queda mucho que aprender. El ignorante no lee porque no sabe aún que no sabe.
Juan Leiva.
La gente de mi generación es fruto de la bibliografía, es decir, nos hemos formado leyendo libros y nuestra cultura se la debemos a los libros. Por eso, no concebimos que se pueda tirar un libro porque, como decía Plinio, “no hay ninguno tan malo que no tenga algo bueno”. Se podría decir que nuestra biografía es nuestra bibliografía, somos lo que nuestros libros. Esos libros ya no son cosas, ni papeles cosidos, ni estorbos... Son seres cargados de valor que nos dieron no sólo utilidades, sino emociones, aventuras, encuentros espirituales, descubrimientos... Alguien ha dicho: “Dime con qué libro andas y te diré quién quieres ser.”
Hay dos peligros, sin embargo, de los que debemos huir. El primero es convertirnos en “librófagos”; es decir, en caníbales de libros, en salvajes de libros, en gente que devora libros sin más. Se atiborran de letras y de ideas para conseguir la meta de haber leído el libro. Pero no saben apenas de lo que trata, porque no se han parado a pensar sobre lo que leen. Es más, ni una sola idea han sacado para la vida. El otro peligro es el del coleccionista de libros. Lo único que quiere es adquirir libros para su colección. Los coloca en la estantería y allí se mueren inútilmente, porque ni siquiera lo abrieron una sola vez para ver de lo que tratan. Es el falso prurito de ser cultos por tener libros.
Leer es un acto de escucha, oír lo que el autor dice expresamente para ti. Es dejar que aquello que te dice penetre hasta lo más profundo de tu ser, sin que ello quiera decir que lo conviertas en un dogma de fe. Después tendrás que discernir lo que debes hacer con el tesoro que han puesto en tus manos. Casi siempre es un espejo donde se ve reflejado el mundo que nos rodea y la manera de poder hacerlo mejor de lo que es. Y, muchas veces, no es sino un recuerdo de lo que tú ya sabes muy bien y lo tenías echado en el olvido. Algunas personas hacen una ficha de cada libro que leen y lo guardan en el fichero, donde acuden cuando les hace falta.
Por todo ello, creo que ese soporte de ideas, aventuras y emociones, llamado libro, sigue siendo uno de los principales impulsores de cultura de nuestro mundo. En ellos siguen bebiendo los niños, los adolescentes, los jóvenes y los adultos. Es más, mientras más sabia es la persona, más lee, porque está convencida de que aún le queda mucho que aprender. El ignorante no lee porque no sabe aún que no sabe.
Juan Leiva.