José María Aznar tiene razón. Es cierto que necesitamos nuevos liderazgos capaces de ganarse la adhesión de los ciudadanos. Rajoy, el indolente, se perfila ya como el gran perdedor de la política española del presente. Ha sido incapaz de renovar su presidencia por un segundo periodo y ha perdido casi tres millones de votos. En la etapa de las negociaciones se ha quedado solo y se ha dejado arrebatar por el PSOE a su único aliado natural, que era Ciudadanos. La imagen del Rajoy inmóvil, revestido de soberbia y dignidad, obsesionado con una alianza con un PSOE que era imposible y que significaba la sumisión de los socialistas a su liderazgo, le va a costar muy cara, probablemente la muerte de su carrera política.
Con Rajoy, la indolencia ha sido derrotada y la arrogancia también. Su torpeza supina va a lograr que un ambicioso mediocre como Pedro Sánchez, que ha obtenido los peores resultados electorales en la historia moderna del PSOE, sea designado presidente del gobierno. El pobre Mariano está alcanzando niveles de rechazo y deterioro político similares a los que tuvo Zapatero cuando su partido le obligó a retirarse y a ceder el testigo a Rubalcaba porque cada día suyo en el poder provocaba la fuga de miles de votos socialistas.
Tenía que haber cautivado a los ciudadanos, pero ha guardado silencio; tenía que haber enamorado a Ciudadanos, pero lo ha despreciado y lo ha perdido. Hasta ha perdido el liderazgo en su partido, donde ya le cuestionan por su inmovilismo, aislamiento y torpeza. Los españoles le entregaron una valiosa mayoría absoluta para que borrara del mapa la herencia de Zapatero, pero él, al llegar al poder, condecoró al fracasado socialista, incumplio sus promesas electorales y gobernó de manera tan frustrante que permitió la resurrección de un PSOE que estaba acabado y hasta el crecimiento espectacular de nuevas opciones políticas, como Podemos y Ciudadanos, hijas de la decepción y de la indignación de los españoles.
El PP llama "sainete" a lo que ha hecho Pedro Sánchez desde que terminaron las votaciones del 20 de diciembre, pero el verdadero "sainete" ha sido el de Rajoy, que no ha hecho otra cosa que lamentarse, exhibir un pretendido "derecho" a gobernar por haber ganado las elecciones, que no existe en el sistema español, y, sobre todo, haberse dejado arrebatar a Ciudadanos, su aliado natural y la pieza clave de la alianza que pretende forjar el PSOE.
Los barones socialistas jamás habrían asumido una alianza entre el PSOE y Podemos, con Pablo Iglesias como "Vicepresidente", pero sí admiten esa alianza gracias a la presencia en el pacto de la figura mederadora de Ciudadanos.
Albert Rivera cuenta en privado que él pretendía aliarse con el PP, pero que cada vez que se acercaba a Rajoy se encontraba con una especie de plañidera dolida, incapaz de hablar de otra cosa que no fuera su "derecho" a gobernar por haber ganado las elecciones.
Mientras el inútil de Rajoy lloraba, Pedro Sánchez ha aprovechado su momento para hacer campaña, fortalecer su escuálido liderazgo en el socialismo, desarmar a su rival Susana Díaz, promocionarse ante los españoles y puede que hasta forjar una alianza de gobierno.
Rajoy representa un liderazgo deplorable en política, una actitud que desespera y exaspera a los ciudadanos y, sobre todo, a sus votantes porque no lucha, no entusiasma, no explica, no convence, no fascina y ni siquiera convence.
Su mayor pecado y el camino que le ha conducido a perder el poder no ha sido el incumplimiento de sus promesas electorales, ni su entrañable convivencia con la corrupción y los corruptos de su partido, sino el haber gobernado como un sultán cuyo trono está treinta metros por encima de las cabezas de sus súbditos, en un tiempo donde los ciudadanos exigen proximidad, calor, sencillez, valores humanos y democracia.
Francisco Rubiales
Con Rajoy, la indolencia ha sido derrotada y la arrogancia también. Su torpeza supina va a lograr que un ambicioso mediocre como Pedro Sánchez, que ha obtenido los peores resultados electorales en la historia moderna del PSOE, sea designado presidente del gobierno. El pobre Mariano está alcanzando niveles de rechazo y deterioro político similares a los que tuvo Zapatero cuando su partido le obligó a retirarse y a ceder el testigo a Rubalcaba porque cada día suyo en el poder provocaba la fuga de miles de votos socialistas.
Tenía que haber cautivado a los ciudadanos, pero ha guardado silencio; tenía que haber enamorado a Ciudadanos, pero lo ha despreciado y lo ha perdido. Hasta ha perdido el liderazgo en su partido, donde ya le cuestionan por su inmovilismo, aislamiento y torpeza. Los españoles le entregaron una valiosa mayoría absoluta para que borrara del mapa la herencia de Zapatero, pero él, al llegar al poder, condecoró al fracasado socialista, incumplio sus promesas electorales y gobernó de manera tan frustrante que permitió la resurrección de un PSOE que estaba acabado y hasta el crecimiento espectacular de nuevas opciones políticas, como Podemos y Ciudadanos, hijas de la decepción y de la indignación de los españoles.
El PP llama "sainete" a lo que ha hecho Pedro Sánchez desde que terminaron las votaciones del 20 de diciembre, pero el verdadero "sainete" ha sido el de Rajoy, que no ha hecho otra cosa que lamentarse, exhibir un pretendido "derecho" a gobernar por haber ganado las elecciones, que no existe en el sistema español, y, sobre todo, haberse dejado arrebatar a Ciudadanos, su aliado natural y la pieza clave de la alianza que pretende forjar el PSOE.
Los barones socialistas jamás habrían asumido una alianza entre el PSOE y Podemos, con Pablo Iglesias como "Vicepresidente", pero sí admiten esa alianza gracias a la presencia en el pacto de la figura mederadora de Ciudadanos.
Albert Rivera cuenta en privado que él pretendía aliarse con el PP, pero que cada vez que se acercaba a Rajoy se encontraba con una especie de plañidera dolida, incapaz de hablar de otra cosa que no fuera su "derecho" a gobernar por haber ganado las elecciones.
Mientras el inútil de Rajoy lloraba, Pedro Sánchez ha aprovechado su momento para hacer campaña, fortalecer su escuálido liderazgo en el socialismo, desarmar a su rival Susana Díaz, promocionarse ante los españoles y puede que hasta forjar una alianza de gobierno.
Rajoy representa un liderazgo deplorable en política, una actitud que desespera y exaspera a los ciudadanos y, sobre todo, a sus votantes porque no lucha, no entusiasma, no explica, no convence, no fascina y ni siquiera convence.
Su mayor pecado y el camino que le ha conducido a perder el poder no ha sido el incumplimiento de sus promesas electorales, ni su entrañable convivencia con la corrupción y los corruptos de su partido, sino el haber gobernado como un sultán cuyo trono está treinta metros por encima de las cabezas de sus súbditos, en un tiempo donde los ciudadanos exigen proximidad, calor, sencillez, valores humanos y democracia.
Francisco Rubiales
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