El asesinato de Benazir Bhutto debería servir al menos para que los demócratas reflexionen y para recordar a algunos líderes occidentales desorientados e ilusos que la actual guerra mundial sigue su curso y que el terrorismo, en guerra abierta contra las democracias, continúa matando y desestabilizando.
Esa guerra, que muchos dirigentes ciegos y falsamente pacifistas se niegan a admitir, tiene su eje mas activo en una arco que va desde Indonesia a Pakistán, Afganistán, Irán, Irak, Israel, Palestina y el Magreb, incluyéndo el cuerno de África, Egipto, Sudán y la Península Arábica.
España, una de las democracias más ciegas y esquizofrénicas en la batalla contra el terrorismo internacional, se permite el lujo de mantener relaciones amistosas con paises cercanos al bando del terrorismo internacional, como Cuba, Irán, Venezuela y Siria, entre otros, y frías y distantes con Estados Unidos, la primera potencia democrática del mundo, olvidando que el terrorismo no sólo está en sus fronteras con el Magreb sino tambien en el País Vasco y dentro de la propia España, una tierra que los más radicales islamistas siguen llamando Al Andalus y que reivindican como propia.
La muerte de Buttho, una líder conectada con las democracias occidentales que representaba un tapón para el islamismo en Pakistán, también debería servir para reforzar el laxo y dividido frente democrático en su determinación de lucha y para avergonzarnos por no haber sabido defender la vida de una aliada de la democracia.
Europa, donde se concentra el mayor número de dirigentes díscolos, desorientados y y falsos pacifistas que se niegan a admitir que la democracia está en guerra contra el terror, ha afrontado durante el año que concluye nada menos que 63 ataques terroristas.
Pakistan es la única potencia atómica de religión musulmana y también es la presa más codiciada por el extremismo islamista, que ansía instaurar en ese país una república islámica. Si eso ocurriera, la tercera guerra mundial estallaría rápidamente, implicando a la India y, probablemente, a China, todas ellas potencias atómicas.
Esa guerra, que muchos dirigentes ciegos y falsamente pacifistas se niegan a admitir, tiene su eje mas activo en una arco que va desde Indonesia a Pakistán, Afganistán, Irán, Irak, Israel, Palestina y el Magreb, incluyéndo el cuerno de África, Egipto, Sudán y la Península Arábica.
España, una de las democracias más ciegas y esquizofrénicas en la batalla contra el terrorismo internacional, se permite el lujo de mantener relaciones amistosas con paises cercanos al bando del terrorismo internacional, como Cuba, Irán, Venezuela y Siria, entre otros, y frías y distantes con Estados Unidos, la primera potencia democrática del mundo, olvidando que el terrorismo no sólo está en sus fronteras con el Magreb sino tambien en el País Vasco y dentro de la propia España, una tierra que los más radicales islamistas siguen llamando Al Andalus y que reivindican como propia.
La muerte de Buttho, una líder conectada con las democracias occidentales que representaba un tapón para el islamismo en Pakistán, también debería servir para reforzar el laxo y dividido frente democrático en su determinación de lucha y para avergonzarnos por no haber sabido defender la vida de una aliada de la democracia.
Europa, donde se concentra el mayor número de dirigentes díscolos, desorientados y y falsos pacifistas que se niegan a admitir que la democracia está en guerra contra el terror, ha afrontado durante el año que concluye nada menos que 63 ataques terroristas.
Pakistan es la única potencia atómica de religión musulmana y también es la presa más codiciada por el extremismo islamista, que ansía instaurar en ese país una república islámica. Si eso ocurriera, la tercera guerra mundial estallaría rápidamente, implicando a la India y, probablemente, a China, todas ellas potencias atómicas.