La torpeza del gobierno y el durísimo desgaste que recibe del “frente catalán” están configurando una imagen de la izquierda española que se despliega ante los ciudadanos como agotada, torpe, desideologizada y demasiado obsesionada con el poder, capaz hasta de pactar con el nacionalismo totalitario catalán para mantener el gobierno.
Sin haber atravesado siquiera el ecuador de su primera legislatura, el gobierno de ZP se siente prematuramente envejecido, nervioso porque no puede taponar sus vías de agua y tan desconcertado que hasta ha decretado una extraña orden de silencio y enclaustramiento de sus ministros para reducir el nivel de desgaste.
Sin embargo, no hay misterio alguno en lo que ocurre, sino pura lógica, porque todo es la consecuencia de haber quedado atrapado en la “ciénaga” catalana, un pantano peligroso con tufo antidemocrático, donde los nacionalistas totalitarios y excluyentes, a los que Zapatero ha elegido como aliados, contaminan y degradan al socialismo con sus provocaciones y escándalos (tres por ciento, Carmel, créditos condonados, etc.), con su persecución, acoso y boicot a los que utilizan el idioma español, con su represión y odio a los medios de comunicación que practican la libertad de expresión y de crítica y con su proyecto de Estatuto, un bodrio antiespañol, arrogante, intervencionista y de tintes totalitarios que, incomprensiblemente, ha merecido el apoyo socialista.
El desconcierto del gobierno ha derivado en histeria al comprobar que su blindaje frente al desgaste ha saltado por los aires y que los mensajes antigubernamentales emitidos por los escasos medios de comunicación críticos, como la COPE, El Mundo y pocos más, ganan credibilidad y se implantan fácilmente en la opinión pública.
El de Zapatero tiene el curioso mérito se ser el primer gobierno de la etapa democrática española que inicia su desgaste antes de cumplir su segundo año de mandato, un hecho casi inexplicable y sin precedentes en las democracias occidentales que, en opinión de los expertos, era esperado para el cuarto año o para el inicio de la segunda legislatura.
Es probable que, dentro de pocos años, cuando el tiempo haya permitido un análisis sereno y un balance racional, los socialistas españoles recuerden esta etapa como una de las más tristes de su historia, como un ejemplo de lo que nunca debe hacerse desde el poder y como un periodo negativo en el que su partido, para conquistar y mantenerse en el poder, fue capaz de poner en peligro su enorme patrimonio de prestigio y servicio a la sociedad, pactando, sin que los valores, principios y postulados fueran un obstáculo, con partidos y gente excluyente, furiosamente nacionalista, antiespañola y contaminada hasta el tuétano de rasgos y perfiles totalitarios.
FIN
FR
Sin haber atravesado siquiera el ecuador de su primera legislatura, el gobierno de ZP se siente prematuramente envejecido, nervioso porque no puede taponar sus vías de agua y tan desconcertado que hasta ha decretado una extraña orden de silencio y enclaustramiento de sus ministros para reducir el nivel de desgaste.
Sin embargo, no hay misterio alguno en lo que ocurre, sino pura lógica, porque todo es la consecuencia de haber quedado atrapado en la “ciénaga” catalana, un pantano peligroso con tufo antidemocrático, donde los nacionalistas totalitarios y excluyentes, a los que Zapatero ha elegido como aliados, contaminan y degradan al socialismo con sus provocaciones y escándalos (tres por ciento, Carmel, créditos condonados, etc.), con su persecución, acoso y boicot a los que utilizan el idioma español, con su represión y odio a los medios de comunicación que practican la libertad de expresión y de crítica y con su proyecto de Estatuto, un bodrio antiespañol, arrogante, intervencionista y de tintes totalitarios que, incomprensiblemente, ha merecido el apoyo socialista.
El desconcierto del gobierno ha derivado en histeria al comprobar que su blindaje frente al desgaste ha saltado por los aires y que los mensajes antigubernamentales emitidos por los escasos medios de comunicación críticos, como la COPE, El Mundo y pocos más, ganan credibilidad y se implantan fácilmente en la opinión pública.
El de Zapatero tiene el curioso mérito se ser el primer gobierno de la etapa democrática española que inicia su desgaste antes de cumplir su segundo año de mandato, un hecho casi inexplicable y sin precedentes en las democracias occidentales que, en opinión de los expertos, era esperado para el cuarto año o para el inicio de la segunda legislatura.
Es probable que, dentro de pocos años, cuando el tiempo haya permitido un análisis sereno y un balance racional, los socialistas españoles recuerden esta etapa como una de las más tristes de su historia, como un ejemplo de lo que nunca debe hacerse desde el poder y como un periodo negativo en el que su partido, para conquistar y mantenerse en el poder, fue capaz de poner en peligro su enorme patrimonio de prestigio y servicio a la sociedad, pactando, sin que los valores, principios y postulados fueran un obstáculo, con partidos y gente excluyente, furiosamente nacionalista, antiespañola y contaminada hasta el tuétano de rasgos y perfiles totalitarios.
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