La única manera que tiene Artur Mas de ganar su apuesta soberanista es convirtiéndose en martir y generando entre los catalanes un inmenso e irracional movimiento de protección a su persona y odio a sus adversarios. Por eso provoca cada día y acumula "méritos" para ser procesado. La última tropelía, propia de un auténtico forajido, ha sido afirmar que a él "no le frenarán ni tribunales ni constituciones".
Su desprecio a la Constitutión que juró, su desacato a las sentencias de los altos tribunales, su apuesta por dinamitar una España de cuyo Estado forma parte y su interés por sembrar la división, el victimismo y el odio constituyen materia suficiente para que se le procese, pero él sabe que está blindado y es impune porque hacerlo ahora, en vísperas de unas elecciones, le convertiría en un martir triunfador, al que la sociedad catalana arroparía otorgándole una impresionante marea de votos.
Su jugada ha sido tan arriesgada y delictiva como magistral. Al envolverse en la bandera catalana y arremeter contra el Estado ha convertido las elecciones en un plebiscito sobre la independencia, cuando, en buena lógica, debería haber abierto un profundo debate sobre los errores, carencias, despilfarros y fracasos de los últimos gobiernos catalanes, que han conducido a la antes próspera Cataluña hasta el fracaso y la ruina.
Gracias a sus estrategias de división, odio e insumisión, Mas podría convertirse en uno de los pocos políticos europeos que no paguen en las urnas el castigo que merece por haber fracasado ante la crisis y haber conducido a su pueblo hasta la ruina económica y el retroceso en derechos y libertades. Zapatero, Sarkozy, Sócrates, Berlusconi y otros muchos ya han pagado esos errores y fracasos con la derrota en las urnas, producto del castigo y del rechazo de sus respectivos pueblos.
Pero Mas, antes de asumir la culpa que le corresponde, que no es poca a la vista de los estragos causados en Cataluña por la clase política, la corrupción, el abuso de poder y el despilfarro, ha preferido las bravuconadas y lanzar un desafío y toda regla al Estado y a las leyes, colocando a Cataluña y a España al borde de un conflicto grave, una actitud que, a todas luces, merece un proceso legal por traición y otros delitos.
El comportamiento de Mas, con cuyo partido han coqueteado el PSOE, el PP e Izquierda Unida durante los últimos 30 años, es un reflejo fiel de la baja estofa y nula calidad democrática de la clase política española, en la que han "aterrizado" todo tipo de déspotas, ineptos y energúmenos totalitarios con mentalidad mesiánica, un drama que sólo puede ser remediado por la Justicia, que no debería perder de vista que si los Pujol, los Mas y otros cabecillas del nacionalismo insurgente catalán son culpables, no lo son menos los socialistas, los políticos del PP y los comunistas de Izquierda Unida, por haber fraguada alianzas con el nacionalismo, haber comprado sus votos y cerrado los ojos y ´oídos ante sus insumisiones, desacatos, corrupciones e innumerables abusos de poder.
Su desprecio a la Constitutión que juró, su desacato a las sentencias de los altos tribunales, su apuesta por dinamitar una España de cuyo Estado forma parte y su interés por sembrar la división, el victimismo y el odio constituyen materia suficiente para que se le procese, pero él sabe que está blindado y es impune porque hacerlo ahora, en vísperas de unas elecciones, le convertiría en un martir triunfador, al que la sociedad catalana arroparía otorgándole una impresionante marea de votos.
Su jugada ha sido tan arriesgada y delictiva como magistral. Al envolverse en la bandera catalana y arremeter contra el Estado ha convertido las elecciones en un plebiscito sobre la independencia, cuando, en buena lógica, debería haber abierto un profundo debate sobre los errores, carencias, despilfarros y fracasos de los últimos gobiernos catalanes, que han conducido a la antes próspera Cataluña hasta el fracaso y la ruina.
Gracias a sus estrategias de división, odio e insumisión, Mas podría convertirse en uno de los pocos políticos europeos que no paguen en las urnas el castigo que merece por haber fracasado ante la crisis y haber conducido a su pueblo hasta la ruina económica y el retroceso en derechos y libertades. Zapatero, Sarkozy, Sócrates, Berlusconi y otros muchos ya han pagado esos errores y fracasos con la derrota en las urnas, producto del castigo y del rechazo de sus respectivos pueblos.
Pero Mas, antes de asumir la culpa que le corresponde, que no es poca a la vista de los estragos causados en Cataluña por la clase política, la corrupción, el abuso de poder y el despilfarro, ha preferido las bravuconadas y lanzar un desafío y toda regla al Estado y a las leyes, colocando a Cataluña y a España al borde de un conflicto grave, una actitud que, a todas luces, merece un proceso legal por traición y otros delitos.
El comportamiento de Mas, con cuyo partido han coqueteado el PSOE, el PP e Izquierda Unida durante los últimos 30 años, es un reflejo fiel de la baja estofa y nula calidad democrática de la clase política española, en la que han "aterrizado" todo tipo de déspotas, ineptos y energúmenos totalitarios con mentalidad mesiánica, un drama que sólo puede ser remediado por la Justicia, que no debería perder de vista que si los Pujol, los Mas y otros cabecillas del nacionalismo insurgente catalán son culpables, no lo son menos los socialistas, los políticos del PP y los comunistas de Izquierda Unida, por haber fraguada alianzas con el nacionalismo, haber comprado sus votos y cerrado los ojos y ´oídos ante sus insumisiones, desacatos, corrupciones e innumerables abusos de poder.