Información y Opinión

América para los Americanos --- 'Con otro acento' (Observatorio Latinoamericano)





James Monroe
Cuando en 1823 el Presidente James Monroe proclamó ante el Congreso de los Estados Unidos la que se conocería como “Doctrina Monroe” que se sintetizaba en la frase “América para los Americanos”, respondía a las pretensiones imperialistas de la Santa Alianza (Rusia, Prusia y Austria) por intentar una restauración monárquica que de hecho ya habían apoyado en España, y que involucraba a todas las ex colonias de Latinoamérica. Han pasado 183 años y el panorama que tenemos en gran parte de aquella región, especialmente en Sudamérica, es una versión siglo XXI de dicha doctrina que pretendía frenar los intereses europeos en el continente, con las diferencias que imponen dos siglos, como es lógico, en la historia de los pueblos.

Los Presidentes de Venezuela, Argentina y Bolivia, como íconos populistas más destacados por sus acciones de gobierno, creen que las reglas del juego económico deben estar siempre a favor de ellos, y no dudan, ni un instante, en poner en serio riesgo la credibilidad y confianza que merecen los países que gobiernan ante los inversores internacionales, provengan de dónde provengan. Esta mal endémico que se llama “falta de seguridad jurídica” en toda la región, ha favorecido las marchas y contramarchas de progreso y depresión durante las últimas tres décadas, y cuando finalmente los ciudadanos se preguntan con qué cuentan, se encuentran con países llenos de eslóganes políticos y populistas, pero carentes de contenido real en cuanto a distribución de riqueza para aquellas clases trabajadoras que sus líderes elegidos democráticamente dicen defender.

Este fenómeno nacionalista tiene una primera diferencia con aquella pretensión del Presidente Monroe y de su Secretario de Estado Adams: la “Santa Alianza” europea del Siglo XIX pretendía mantener el Statuo Quo monárquico en beneficio de unas minorías de clase aristocrática europeas y seguir beneficiándose de los inmensos recursos que el continente americano disponía, controlándolo y dominándolo, a lo que Adams se refería como “injerencia europea en el Nuevo Mundo”. En 2006 la “Santa Alianza” es la “globalización de los mercados y la internacionalización de los negocios”, es decir, grupos económico-financieros multinacionales que cuentan con presupuestos superiores a los de muchas naciones del orbe, pero cuyo sustrato jurídico está distribuido en más de 180 países que forman las Naciones Unidas. La realidad actual pasa por una continua y permanente corriente de flujos financieros y comerciales que han provocado un crecimiento como nunca antes la historia de la humanidad había registrado, pero con las reservas que nos merece este proceso sobre la justicia distributiva y los abusos que venimos denunciando algunos hace ya un tiempo.

Pero si la realidad es la que es, el sentido común nos dice que debemos adaptarnos a ella, y para que sea posible hacerlo en condiciones más o menos satisfactorias para cada uno de los países, especialmente los más necesitados, se requiere de una gran capacidad de liderazgo político que no es lo mismo que decir gran capacidad de populismo. La diferencia, como decimos, es que los Chavez, Kirchner, Morales y otros, se han equivocado de siglo, en otros términos: nacieron 150 años después de lo que les hubiese gustado nacer, por aquello del caudillismo, porque la diferencia de un caudillo a caballo en la Mesopotamia argentina o en los llanos Venezolanos del XIX y la de un caudillo con limusinas, jets y control sobre el petróleo, el gas y otros recursos, no existe: siguen siendo caudillos, con la diferencia que la “Doctrina Kirchner o Chavez” no es la “Doctrina Monroe”, ni Repsol-YPF, ni Esso, ni Shell, ni BP son restauradores monárquicos, sino movimientos globales de capital e inversión necesarias en la región, y que de prescindir de ellos o de atentar contra la seguridad jurídica de empresas extranjeras complicándoles la vida con tarifas y maniobras que rayan entre la legalidad y la arbitrariedad, es abrir más distancia entre el desarrollo y el subdesarrollo, en definitiva, en la calidad de vida de los pueblos sometidos a democracias que únicamente tienen de democrático el nombre.

Hoy no puede decirse “América para los Americanos”, sino lo que el maestro y político argentino Domingo Faustino Sarmiento le replicara a James Monroe acuñando la frase “América para la Humanidad”. Es más, cualquier alumno de colegio primario en un país como Argentina, al tener que estudiar cuáles han sido los fundamentos históricos y jurídicos de esta República, sabe que en el Preámbulo de la Constitución de 1853, como fiel reflejo de la corriente liberal imperante por aquella época, dice en su párrafo final “para nosotros y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en suelo argentino”.

Se refiere obviamente a los procesos migratorios europeos que caracterizarían entre finales del XIX y comienzos del XX, al crecimiento poblacional de las naciones americanas.

La apertura al mundo que hizo América más allá de la doctrina Monroe hacia finales del XIX, que es el origen del capitalismo mundial y precursor de la actual globalización, no puede detenerse ni se detendrá por personajes como los populistas mencionados, que al igual que los imanes fundamentalistas del Islam, creen “que su destino profético es ser salvadores de su pueblo”. Las masas que les siguen y aplauden sus insultos a los capitales e inversores extranjeros, generalmente utilizando los métodos violentos e ilegales, son una nueva clase aristocrática como la europea del siglo XIX, pero llenas de odios, rencores y obsesión por el poder. Vociferando a los cuatro vientos de que “el enemigo es el extranjero” y no que “está dentro desde hace 50 años”, siguen alimentando la corrupción en Latinoamérica como una epidemia de inmoralidad que se enquista y ante cualquier atisbo de cambio, ejercen su autoridad de manera discrecional. Detentan un poder legítimo al haber sido elegidos libremente en las urnas, pero no significa que pasado un tiempo gocen de la legitimidad para seguir gobernando. Lo legítimo no necesariamente está legitimado y es el camino más corto hacia el abuso del poder.

Los populismos nacionalistas están enfermos de poder y ciegos en cuanto a la realidad que el mundo de hoy exige a un político. Decía Napoleón que “para llegar al poder se necesita sencillez, pero para ejercerlo se requiere grandeza”. Estas dos virtudes unidas son el mejor antídoto contra la fiebre populista, cuyas manifestaciones epidemiológicas son: soberbia, injusticia, arbitrariedad, corrupción, despilfarro y arrogancia.

Y la principal demostración de que la ceguera de los líderes populistas afecta la estrategia de la región, es el conflicto actual del MERCOSUR, en el cual los socios integrantes son incapaces de solventar sus diferencias y tienen que apelar al Tribunal Internacional de La Haya. O sea que “América para los Americanos” que proclaman los nacionalismos baratos, se contradice automáticamente con la decisión del Presidente Kirchner en apelar a un Tribunal Internacional. La “Alta Política”, que es lo mismo que decir, “el Poder”, si no se ejerce con grandeza, como decía Napoleón, en la América latina que llevamos dentro del corazón, verá arreciar tormentas de injusticia y pobreza, lo que condenará a millones de personas a que se le conculquen cada vez más libertad y esperanzas.

Los norteamericanos se caracterizan por hacer muy buenas autocríticas de su vida, sociedad y política a través de series televisivas y películas. En una de ellas, llegué a escuchar que “Washington es un gran pantano que ha cambiado la malaria por la política”. Me pregunto: ¿Y en Latinoamérica?


José Luis Zunni

Franky  
Domingo, 30 de Abril 2006
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