El caso de la sevillana Marta del Castillo, asesinada por su exnovio o por miembros de su pandilla, refleja con exactitud prodigiosa las carencias y vergüenzas de la sociedad española. En el desgraciado cóctel de su vida y asesinato conviven padres permisivos y cobardes, adolescentes y menores sin valores, capaces, incluso, de asesinar y de ponerse de acuerdo para que nunca aparezca el cuerpo de la víctima, una policía sorprendentemente ineficaz, una legislación permisiva, hipócrita y peligrosa, un pavoroso déficit ético y una educación impartida en escuelas e institutos que fabrica descerebrados, esclavos y hasta delincuentes.
La sociedad española se siente estupefacta ante el asesinato de Marta, ante el mes largo de búsqueda infructuosa de su cadaver por el rio Guadalquivir, lo que implica decenas de millones de euros gastados inutilmente, ante los cambios continuos de las versiones que proporcionan los sospechosos al juez, ante la incapacidad de la policía para acceder a la verdad y ante el espectáculo bochornoso en que se ha convertido el caso para la televisión y algunos medios de prensa, empeñados en narcotizar a los ciudadanos ofreciéndoles pan y circo en dosis letales, mientras España se hunde en la crisis, el desempleo y la pobreza.
El primer asunto que emana del "caso Marta" es la permisividad de los padres con las costumbres y malas compañías de Marta. La foto que ilustra este artículo de la adolescente con su ex novio y presunto asesino es todo un elocuente "poema". Muchos sospechamos que los padres de Marta han sido demasiado permisivos, que permitían que la niña saliera de casa durante la noche sin explicaciones y que frecuentara a gente que, como la realidad ha demostrado, eran carne de cárcel. Es probable que los padres de Marta formen parte de esa enorme masa de millones de padres españoles, cobardes y culpables en gran medida de la pésima educación de sus hijos por haberles permitido llegar a casa en la alta madrugada, por no preguntarles ni siquiera qué han hecho durante la noche y por no acercarse a ellos para no descubrir que huelen a alcohol y a drogas. Ese comportamiento, más cobarde que permisivo y liberal, es, en gran medida, el culpable del fracaso escolar, del auge de la droga, del alcoholismo juvenil y de la falta de preparación y competitividad de las nuevas generaciones de españoles, cien veces menos preparadas para el esfuerzo que los millones de inmigrantes que llegan a España para relanzar sus vidas.
El segundo asunto que hiere la sensibilidad en el "caso Marta" es el de una policía incapaz de acceder a la verdad, engañada y manipulada por unos jovencitos que, probablemente, no hayan aprobado con méritos propios una sola asignatura de secundaria en toda su vida académica.
Otro escándalo incomprensible es el de una legislación que mima y casi exculpa a los menores, lo que aconseja, como ya demostró Farruquito, que los adultos implicados culpen a menores y eludan así las penas fuertes que establece la ley.
El resultado de todos estos desatinos, reflejo milimétrico de las vengüenzas, carencias e inmoralizades de la actual sociedad española, es doble: por una parte un país en pavoroso declive, y por otra un enorme circo nacional que permite al gobierno que la atención de la sociedad se centre en la miseria, el morbo y el crimen, en lugar de fijarse en el verdadero drama de los españoles, que es el avance imparable de nuestra sociedad hacia el desempleo, la miseria y la derrota, llevados de la mano por una clase política inepta que no merece gobernar a pueblo alguno.
La sociedad española se siente estupefacta ante el asesinato de Marta, ante el mes largo de búsqueda infructuosa de su cadaver por el rio Guadalquivir, lo que implica decenas de millones de euros gastados inutilmente, ante los cambios continuos de las versiones que proporcionan los sospechosos al juez, ante la incapacidad de la policía para acceder a la verdad y ante el espectáculo bochornoso en que se ha convertido el caso para la televisión y algunos medios de prensa, empeñados en narcotizar a los ciudadanos ofreciéndoles pan y circo en dosis letales, mientras España se hunde en la crisis, el desempleo y la pobreza.
El primer asunto que emana del "caso Marta" es la permisividad de los padres con las costumbres y malas compañías de Marta. La foto que ilustra este artículo de la adolescente con su ex novio y presunto asesino es todo un elocuente "poema". Muchos sospechamos que los padres de Marta han sido demasiado permisivos, que permitían que la niña saliera de casa durante la noche sin explicaciones y que frecuentara a gente que, como la realidad ha demostrado, eran carne de cárcel. Es probable que los padres de Marta formen parte de esa enorme masa de millones de padres españoles, cobardes y culpables en gran medida de la pésima educación de sus hijos por haberles permitido llegar a casa en la alta madrugada, por no preguntarles ni siquiera qué han hecho durante la noche y por no acercarse a ellos para no descubrir que huelen a alcohol y a drogas. Ese comportamiento, más cobarde que permisivo y liberal, es, en gran medida, el culpable del fracaso escolar, del auge de la droga, del alcoholismo juvenil y de la falta de preparación y competitividad de las nuevas generaciones de españoles, cien veces menos preparadas para el esfuerzo que los millones de inmigrantes que llegan a España para relanzar sus vidas.
El segundo asunto que hiere la sensibilidad en el "caso Marta" es el de una policía incapaz de acceder a la verdad, engañada y manipulada por unos jovencitos que, probablemente, no hayan aprobado con méritos propios una sola asignatura de secundaria en toda su vida académica.
Otro escándalo incomprensible es el de una legislación que mima y casi exculpa a los menores, lo que aconseja, como ya demostró Farruquito, que los adultos implicados culpen a menores y eludan así las penas fuertes que establece la ley.
El resultado de todos estos desatinos, reflejo milimétrico de las vengüenzas, carencias e inmoralizades de la actual sociedad española, es doble: por una parte un país en pavoroso declive, y por otra un enorme circo nacional que permite al gobierno que la atención de la sociedad se centre en la miseria, el morbo y el crimen, en lugar de fijarse en el verdadero drama de los españoles, que es el avance imparable de nuestra sociedad hacia el desempleo, la miseria y la derrota, llevados de la mano por una clase política inepta que no merece gobernar a pueblo alguno.