Junto con su paisano Felipe González, Guerra destruyó la sociedad civil española, que se había organizado para hacer frente al franquismo, acaparó todo el poder para su partido, fortaleció el modelo de la partitocracia como sustituto de la democracia, desindustrializó España y comenzó aquella nauseabunda política de corrupción, chaqueteos y pactos sucios con el nacionalismo catalán y vasco, cuyos peligrosos frutos, convertidos ya en sedición e independentismo golpista, son visibles en nuestros días.
Ahora Guerra olvida todo el mal que hizo, ni se acuerda que el de su poderoso hermano Juan fue el primer gran escándalo de corrupción en la falsa democracia española, ha dejado de mentir con cinismo y hasta predica el bien. Mas vale tarde que nunca. Se nota que ya es viejo y tiene miedo del Juicio.
En cualquier democracia seria, Alfonso Guerra, al afirmar que Montesquieu había muerto, lo que significaba que su partido tenía derecho a gobernar sobre todos los poderes del Estado, sin respeto a la democrática separación, habría sido obligado a dimitir por no alcanzar los mínimos de calidad democrática exigibles a un dirigente. Pero España nunca fue una democracia, ni nada que se le parezca porque la Constitución de 1978, que Guerra pacto con Abril Martorell entre vasos de whisky, más que sustentar una democracia sostenía una dictadura de partidos, descompensada, arbitraria y ajena a una ciudadanía que quedaba vergonzosamente marginada del poder y de toda influencia.
Alfonso Guerra es el principal símbolo viviente de la política degradada que ha imperado en España y lo es no sólo porque ayudó a crear un estilo donde los partidos y los políticos tenían todo el poder, autoritario y depredador, en el que el ciudadano estaba ausente y el poder no tenía casi límites, sino porque él mismo, como persona, estuvo siempre en los sillones y palacios del poder, disfrutando de privilegios, sin rectificar el rumbo erróneo que había impuesto, junto con Felipe Gonzalez, y demostrando que la política, en España, es una profesión suculenta más que un servicio al pueblo y al bien común.
Sus actuales críticas a Pedro Sánchez y al rumbo suicida que el presidente ha impuesto a España y a su partido son bienvenidas, pero llegan demasiado tarde, cuando el mal que él y otros sembraron ha germinado y convertido España en una cloaca.
Francisco Rubiales
Ahora Guerra olvida todo el mal que hizo, ni se acuerda que el de su poderoso hermano Juan fue el primer gran escándalo de corrupción en la falsa democracia española, ha dejado de mentir con cinismo y hasta predica el bien. Mas vale tarde que nunca. Se nota que ya es viejo y tiene miedo del Juicio.
En cualquier democracia seria, Alfonso Guerra, al afirmar que Montesquieu había muerto, lo que significaba que su partido tenía derecho a gobernar sobre todos los poderes del Estado, sin respeto a la democrática separación, habría sido obligado a dimitir por no alcanzar los mínimos de calidad democrática exigibles a un dirigente. Pero España nunca fue una democracia, ni nada que se le parezca porque la Constitución de 1978, que Guerra pacto con Abril Martorell entre vasos de whisky, más que sustentar una democracia sostenía una dictadura de partidos, descompensada, arbitraria y ajena a una ciudadanía que quedaba vergonzosamente marginada del poder y de toda influencia.
Alfonso Guerra es el principal símbolo viviente de la política degradada que ha imperado en España y lo es no sólo porque ayudó a crear un estilo donde los partidos y los políticos tenían todo el poder, autoritario y depredador, en el que el ciudadano estaba ausente y el poder no tenía casi límites, sino porque él mismo, como persona, estuvo siempre en los sillones y palacios del poder, disfrutando de privilegios, sin rectificar el rumbo erróneo que había impuesto, junto con Felipe Gonzalez, y demostrando que la política, en España, es una profesión suculenta más que un servicio al pueblo y al bien común.
Sus actuales críticas a Pedro Sánchez y al rumbo suicida que el presidente ha impuesto a España y a su partido son bienvenidas, pero llegan demasiado tarde, cuando el mal que él y otros sembraron ha germinado y convertido España en una cloaca.
Francisco Rubiales