La gestión del secuestro del Alakrana por parte del gobierno español ha puesto en evidencia la incompetencia de Zapatero, su afición a la chapuza y, sobre todo, su tendencia a la opacidad, un rasgo preocupante en un gobernante europeo, incompatible con la democracia.
Despreciando el derecho fundamental del ciudadano a ser informado con veracidad, Zapatero compareció ante las cámaras para apuntarse el "tanto" político de la liberación de los secuestrados del atunero Alakrana, pero sin informar sobre los múltiples detalles oscuros de la operación.
Desde el principio, la operación ha sido opaca, sin que esa opacidad tenga nada que ver con la prudencia y discreción que requiere una negociación. El gobierno español parece ignorar que la democracia, más que un sistema de votos y de elección de representantes, es una cultura basada en la confianza y la limpieza, en el que el derecha a informar y ser informado es fundamental. Un sistema opaco, sin transparencia ni verdad, es tiranía en estado puro.
La operación no estará finalizada hasta que no se aclaren las numerosas incógnitas del caso: ¿Que bandera llevaba el barco cuando fue apresado? ¿Quién y por qué se detuvo a los dos piratas y se trajeron a España? ¿Quién lo ordenó? ¿Quién pagó el rescate? ¿Se entregó dinero por error, como se ha dicho, a una facción pirata equivocada? ¿A que se debió el enfrentamiento entre la Audiencia Nacional y el gobierno? ¿Que significa lo que ha dicho el ministro de Justicia, de que el gobierno no paga "como tal" un rescate? ¿Qué le dijo Zapatero a los familiares de los secuestrados para que guardaran un silencio sepulcral? ¿Por qué se enfrentaron unos ministros con otros? ¿Qué se va a hacer con los dos piratas detenidos? ¿Existe el compromiso de liberarlos? ¿Vamos a tener que sufrir como pueblo la humillación de indultarlos? ¿Que hará el gobierno para que no vuelvan a secuestrar otra nave española? ¿Por qué no se embarcan militares españoles en los pesqueros, como ya han hecho otros países?
El propio Zapatero, exhibiendo un desprecio intolerable a la transparencia y a la verdad, parece que ha cerrado el caso afirmando eso de que "hemos hecho lo que debíamos", sin admitir error alguno, sin un atisbo de autocrítica.
Ni siquiera está claro el extraño incidente de los disparos realizados por la armada española a los piratas, ni se sabe si fue un montaje para salvar el honor ante la opinión pública o si simplemente se fue incompetente con el uso de las armas. No se sabe si tenían orden de no causar bajas. Tampoco se sabe que razones sustentan el malestar existente en el seno de las fuerzas armadas.
Quedan muchas más preguntas sin respuesta, además de flecos judiciales que sustanciar, responsabilidades políticas sin adjudicar y lecciones que aprender.
Aunque todavía falta distancia y demasiada información para realizar un análisis completo del asunto Alakrana, sí hay suficientes datos para afirmar que de todos los errores cometidos, el peor de todos no es la incompetencia del gobierno, ni la bisoñez de los ministros implicados, ni la preocupante mediocridad del liderazgo español, sino la opacidad demostrada, el miedo a la verdad y a la luz, una siniestra e inquietante afición a la oscuridad por parte de Zapatero y sus acólitos que nada tiene que ver con la democracia y que, desgraciadamente, apesta a raíces totalitarias, a tiranía camuflada.
Despreciando el derecho fundamental del ciudadano a ser informado con veracidad, Zapatero compareció ante las cámaras para apuntarse el "tanto" político de la liberación de los secuestrados del atunero Alakrana, pero sin informar sobre los múltiples detalles oscuros de la operación.
Desde el principio, la operación ha sido opaca, sin que esa opacidad tenga nada que ver con la prudencia y discreción que requiere una negociación. El gobierno español parece ignorar que la democracia, más que un sistema de votos y de elección de representantes, es una cultura basada en la confianza y la limpieza, en el que el derecha a informar y ser informado es fundamental. Un sistema opaco, sin transparencia ni verdad, es tiranía en estado puro.
La operación no estará finalizada hasta que no se aclaren las numerosas incógnitas del caso: ¿Que bandera llevaba el barco cuando fue apresado? ¿Quién y por qué se detuvo a los dos piratas y se trajeron a España? ¿Quién lo ordenó? ¿Quién pagó el rescate? ¿Se entregó dinero por error, como se ha dicho, a una facción pirata equivocada? ¿A que se debió el enfrentamiento entre la Audiencia Nacional y el gobierno? ¿Que significa lo que ha dicho el ministro de Justicia, de que el gobierno no paga "como tal" un rescate? ¿Qué le dijo Zapatero a los familiares de los secuestrados para que guardaran un silencio sepulcral? ¿Por qué se enfrentaron unos ministros con otros? ¿Qué se va a hacer con los dos piratas detenidos? ¿Existe el compromiso de liberarlos? ¿Vamos a tener que sufrir como pueblo la humillación de indultarlos? ¿Que hará el gobierno para que no vuelvan a secuestrar otra nave española? ¿Por qué no se embarcan militares españoles en los pesqueros, como ya han hecho otros países?
El propio Zapatero, exhibiendo un desprecio intolerable a la transparencia y a la verdad, parece que ha cerrado el caso afirmando eso de que "hemos hecho lo que debíamos", sin admitir error alguno, sin un atisbo de autocrítica.
Ni siquiera está claro el extraño incidente de los disparos realizados por la armada española a los piratas, ni se sabe si fue un montaje para salvar el honor ante la opinión pública o si simplemente se fue incompetente con el uso de las armas. No se sabe si tenían orden de no causar bajas. Tampoco se sabe que razones sustentan el malestar existente en el seno de las fuerzas armadas.
Quedan muchas más preguntas sin respuesta, además de flecos judiciales que sustanciar, responsabilidades políticas sin adjudicar y lecciones que aprender.
Aunque todavía falta distancia y demasiada información para realizar un análisis completo del asunto Alakrana, sí hay suficientes datos para afirmar que de todos los errores cometidos, el peor de todos no es la incompetencia del gobierno, ni la bisoñez de los ministros implicados, ni la preocupante mediocridad del liderazgo español, sino la opacidad demostrada, el miedo a la verdad y a la luz, una siniestra e inquietante afición a la oscuridad por parte de Zapatero y sus acólitos que nada tiene que ver con la democracia y que, desgraciadamente, apesta a raíces totalitarias, a tiranía camuflada.