Andalucía es una región pletórica de intensa luz, cubierta de un cielo más ancho que el mar y lleno de una alegría más sonora que una plaza de Toros. Eso nos ha traído, como consecuencia, un gran amor a la vida, una identidad con nuestra exuberante naturaleza, una gran amistad con los que llegan y un alborozo rebosante de sal. Como contrapartida, hemos robado tiempo al tiempo, hemos soñado demasiado, hemos disfrutado bastante y hemos derrochado las estaciones sin valorarlas seriamente. Los foráneos que llegan se quedan prendados de nuestra tierra, de nuestra manera de entender la vida y de nuestro trato cercano y amable. En cambio, las comunidades españolas más ricas nos han desacreditado e incluso nos han denigrado.
Pujol dijo que los andaluces somos un pueblo sin hacer, anárquico, sin amor al trabajo y sin concepto de arraigo. Por eso –dice- hemos emigrado reiteradamente. Para los vascos, no movemos un dedo para exigir nuestros derechos y dicen que nunca nos independizaremos, porque hemos vivido siempre independizados, sin leyes y sin someternos a nadie. Pero eso es una parodia de lo que ellos mismos hacen, tal como lo hemos visto en la película “Ocho apellidos vascos”. Y cuando nos preguntan cómo va Andalucía, dicen que decimos: “Aquí nunca pasa nada y, si pasa, como si no pasara.”
Un cardenal arzobispo de Sevilla, el burgalés Pedro Segura y Sáenz, estuvo en la sede hispalense veinte años -desde 1937 a 1957-, pero no llegó a entender a los andaluces; peor aún, no se fiaba del clero sevillano y trajo de Burgos y de las provincias vascas, a clérigos que misionaban la diócesis y daban funtamentalismo a la carrera eclesiástica. No le gustaba el carácter de los andaluces. Llegó a castigar con penas canónicas de excomunión a los feligreses de Estepa y a los de Los Palacios: a los primeros quiso arrebatarles su patrimonio artístico; y a los segundos, sus tradiciones.
Otro denigrador de Andalucía fue el escritor, filósofo y periodista José Ortega y Gasset. Se proclamó siempre madrileño y evadía confesar que era oriundo de Extremadura. En su “Teoría sobre Andalucía”, la define como “el país del paro”, encubierto por el sector servicios, por la emigración y el turismo. Lo publicó en el diario “El Sol”, en abril de 1927. Elevaba a categoría cultural la fórmula radical de una existencia colectiva y lo generalizaba aplicándolo a todos los andaluces, como gente sin un trabajo realizador. Por eso, muchos se van en busca de otras tierras, porque Andalucía, para muchas familias, sigue siendo, desgraciadamente, “el país del paro”. Según Ortega, el siglo XX ha transcurrido bajo la hegemonía del Norte.
La verdad es que a los andaluces nos interesa más la solidaridad que el ahorro, la libertad que el poder, la fraternidad y la convivencia con los compatriotas españoles que la soberbia de la independencia. A veces, eso nos pierde. Hoy, los andaluces podríamos preguntar a los políticos qué han hecho en Andalucía durante los cuarenta años de Democracia. “Aquí no ha pasado nada.”
(Juan Leiva)
Pujol dijo que los andaluces somos un pueblo sin hacer, anárquico, sin amor al trabajo y sin concepto de arraigo. Por eso –dice- hemos emigrado reiteradamente. Para los vascos, no movemos un dedo para exigir nuestros derechos y dicen que nunca nos independizaremos, porque hemos vivido siempre independizados, sin leyes y sin someternos a nadie. Pero eso es una parodia de lo que ellos mismos hacen, tal como lo hemos visto en la película “Ocho apellidos vascos”. Y cuando nos preguntan cómo va Andalucía, dicen que decimos: “Aquí nunca pasa nada y, si pasa, como si no pasara.”
Un cardenal arzobispo de Sevilla, el burgalés Pedro Segura y Sáenz, estuvo en la sede hispalense veinte años -desde 1937 a 1957-, pero no llegó a entender a los andaluces; peor aún, no se fiaba del clero sevillano y trajo de Burgos y de las provincias vascas, a clérigos que misionaban la diócesis y daban funtamentalismo a la carrera eclesiástica. No le gustaba el carácter de los andaluces. Llegó a castigar con penas canónicas de excomunión a los feligreses de Estepa y a los de Los Palacios: a los primeros quiso arrebatarles su patrimonio artístico; y a los segundos, sus tradiciones.
Otro denigrador de Andalucía fue el escritor, filósofo y periodista José Ortega y Gasset. Se proclamó siempre madrileño y evadía confesar que era oriundo de Extremadura. En su “Teoría sobre Andalucía”, la define como “el país del paro”, encubierto por el sector servicios, por la emigración y el turismo. Lo publicó en el diario “El Sol”, en abril de 1927. Elevaba a categoría cultural la fórmula radical de una existencia colectiva y lo generalizaba aplicándolo a todos los andaluces, como gente sin un trabajo realizador. Por eso, muchos se van en busca de otras tierras, porque Andalucía, para muchas familias, sigue siendo, desgraciadamente, “el país del paro”. Según Ortega, el siglo XX ha transcurrido bajo la hegemonía del Norte.
La verdad es que a los andaluces nos interesa más la solidaridad que el ahorro, la libertad que el poder, la fraternidad y la convivencia con los compatriotas españoles que la soberbia de la independencia. A veces, eso nos pierde. Hoy, los andaluces podríamos preguntar a los políticos qué han hecho en Andalucía durante los cuarenta años de Democracia. “Aquí no ha pasado nada.”
(Juan Leiva)