Apadrina un funcionario, por favor. Pero no a un funcionario de libre designación, cuyo único mérito consiste en la capacidad de mamoneo que destila por todos sus poros y por tener carné del partido; sino a un funcionario de oposición libre, de los que sacrificaron su tiempo y su ocio envueltos en toneladas de temarios y batiéndose el cobre con miles de aspirantes.
Apadrina un funcionario, por caridad. Pero que tenga “pedigrí” de mileurista, y de mileurista menos el cinco por ciento; no de los directivos públicos, que no dirigen nada –casi mejor así- y lo único público que conocen es el sueldazo que se meten entre pecho y espalda. Que sea funcionario anónimo y carne de cañón, perseguido por la sociedad por los graves crímenes que se le imputan por el simple hecho de tomar posesión del cargo; que no sea de aquéllos que consumen su tiempo en hacer marketing de los logros del político de turno, en gestionar su agenda del partido, y procurar que los amigos del pelotazo tengan asegurado su parte en el pastel de las contrataciones públicas.
Apadrina un funcionario, por lo que más quieras. Pero asegúrate que sea de los que han tardado décadas en ascender, a través de un infierno de pruebas internas y en inferioridad de condiciones, o de los que nunca han ascendido por no comulgar con ruedas de molino, por no avenirse a llevar a cabo actos contrarios a la ley, que es lo que más urticaria les crea a los políticos que gobiernan las instituciones. Asegúrate que no es de los funcionarios “de confianza”, que allanan el camino a las viles intenciones de corruptelas que envuelven a la degradada –y degradante- clase política de este país.
Apadrina un funcionario, por el amor de Dios. De esos que cada día, y casi a escondidas, cumplen con honradez y escrupulosidad su digno trabajo, a sabiendas de que nunca obtendrán reconocimiento ni de fuera ni de dentro, y que prefieren que no se sepa cuál es su profesión por temor al linchamiento, como si fuera un guardia civil –que por cierto, también son funcionarios- de servicio en el País Vasco, en tiempos pasados. No de esos otros que se vanaglorian de pertenecer a la élite del poder, como si ello elevara la dignidad social, cuando es justamente lo contrario: Por su existencia y acciones se condena a todo un colectivo.
Apadrina un funcionario, por tu madre. A un funcionario de los que se encuentran en peligro de extinción, de los que con su buen hacer consiguen que algo de las instituciones revierta de forma positiva en el conjunto de la sociedad, de los que todavía creen en lo que hacen, aunque lo tengan jodidamente difícil, en hospitales, en la seguridad de bienes y personas, en la atención a colectivos desfavorecidos, en la carretera, en la enseñanza –a pesar de la mierda de sistema educativo- o simplemente atenuando el fraude fiscal; y todo ello con merma de recursos retributivos, humanos y presupuestarios. No al funcionario colocado por la puerta de atrás, que actúa al margen de los intereses de los ciudadanos y con el único objetivo de fraguarse una rápida carrera –treping- de la mano del mayor cancer de la sociedad: los políticos sin vergüenza, ética, moral y, a cada vez más, incultos hasta extremos insultantes, que ponen a su disposición los dineros de todos para proyectos electoralistas de chicha y nabo.
Apadrina un funcionario, por la cuenta que te trae. Porque si entre todos contribuimos a defenestrar el único bastión de objetividad y modelo de servicio público que queda, la apestosa clase política habrá conseguido un objetivo en el que se emplea a fondo desde años: Tener una excusa para “privatizar” la gestión de todo lo público, huyendo de controles legales y sociales, y convirtiendo la administración pública en el holding de unas siglas –cada cual, las suyas- mantenido con los impuestos de los ciudadanos.
Apadrina, como otra forma de decir NO a esta calaña de estafadores con patente de Corso que constituye la clase política en este país.
Luis Candelas
Apadrina un funcionario, por caridad. Pero que tenga “pedigrí” de mileurista, y de mileurista menos el cinco por ciento; no de los directivos públicos, que no dirigen nada –casi mejor así- y lo único público que conocen es el sueldazo que se meten entre pecho y espalda. Que sea funcionario anónimo y carne de cañón, perseguido por la sociedad por los graves crímenes que se le imputan por el simple hecho de tomar posesión del cargo; que no sea de aquéllos que consumen su tiempo en hacer marketing de los logros del político de turno, en gestionar su agenda del partido, y procurar que los amigos del pelotazo tengan asegurado su parte en el pastel de las contrataciones públicas.
Apadrina un funcionario, por lo que más quieras. Pero asegúrate que sea de los que han tardado décadas en ascender, a través de un infierno de pruebas internas y en inferioridad de condiciones, o de los que nunca han ascendido por no comulgar con ruedas de molino, por no avenirse a llevar a cabo actos contrarios a la ley, que es lo que más urticaria les crea a los políticos que gobiernan las instituciones. Asegúrate que no es de los funcionarios “de confianza”, que allanan el camino a las viles intenciones de corruptelas que envuelven a la degradada –y degradante- clase política de este país.
Apadrina un funcionario, por el amor de Dios. De esos que cada día, y casi a escondidas, cumplen con honradez y escrupulosidad su digno trabajo, a sabiendas de que nunca obtendrán reconocimiento ni de fuera ni de dentro, y que prefieren que no se sepa cuál es su profesión por temor al linchamiento, como si fuera un guardia civil –que por cierto, también son funcionarios- de servicio en el País Vasco, en tiempos pasados. No de esos otros que se vanaglorian de pertenecer a la élite del poder, como si ello elevara la dignidad social, cuando es justamente lo contrario: Por su existencia y acciones se condena a todo un colectivo.
Apadrina un funcionario, por tu madre. A un funcionario de los que se encuentran en peligro de extinción, de los que con su buen hacer consiguen que algo de las instituciones revierta de forma positiva en el conjunto de la sociedad, de los que todavía creen en lo que hacen, aunque lo tengan jodidamente difícil, en hospitales, en la seguridad de bienes y personas, en la atención a colectivos desfavorecidos, en la carretera, en la enseñanza –a pesar de la mierda de sistema educativo- o simplemente atenuando el fraude fiscal; y todo ello con merma de recursos retributivos, humanos y presupuestarios. No al funcionario colocado por la puerta de atrás, que actúa al margen de los intereses de los ciudadanos y con el único objetivo de fraguarse una rápida carrera –treping- de la mano del mayor cancer de la sociedad: los políticos sin vergüenza, ética, moral y, a cada vez más, incultos hasta extremos insultantes, que ponen a su disposición los dineros de todos para proyectos electoralistas de chicha y nabo.
Apadrina un funcionario, por la cuenta que te trae. Porque si entre todos contribuimos a defenestrar el único bastión de objetividad y modelo de servicio público que queda, la apestosa clase política habrá conseguido un objetivo en el que se emplea a fondo desde años: Tener una excusa para “privatizar” la gestión de todo lo público, huyendo de controles legales y sociales, y convirtiendo la administración pública en el holding de unas siglas –cada cual, las suyas- mantenido con los impuestos de los ciudadanos.
Apadrina, como otra forma de decir NO a esta calaña de estafadores con patente de Corso que constituye la clase política en este país.
Luis Candelas