En la universal ineficacia de Naciones Unidas, donde la única enjundia que queda es la retórica y la imagen, exhibiendo su iniciativa de la Alianza de Civilizaciones, se ha alzado la voz de R. Zapatero, para encontrar socios del "Diálogo de Culturas" y buscar compañeros con "ansias infinitas de paz". De momento, se le ha apuntado un islamista, Mohamet Jatami, sujeto curioso de escasa moderación y amplio islamismo, que anda tras la fabricación de la bomba atómica.
El Presidente del talante y la sonrisa, que se asocia con Carod Rovira, aragonés, hijo de un guardia civil, a cuyo apellido ha renunciado y con el extraño Jatami, no es capaz de cerrar acuerdos de Estado y de entenderse con la oposición que cuenta con la mitad de los apoyos políticos españoles. En estos días, Rajoy le ha brindado un pacto sobre la Educación, asunto en el que España naufraga y se hunde en su ruina, a la cola de toda Europa, y sólo le han devuelto una declaración de principios, para que la suscriba al pie, ande y calle. Y, en cuanto a la Ley de Defensa Nacional, ha sido incapaz de involucrar a los populares y entablar caminos de colaboración. Con gestos de diálogo huero, amparados por una incisiva propaganda gubernamental, su propósito de aislamiento presenta al Partido Popular como nido de crispación, gente intratable, obsoleta y de mal agüero. Mientras olvida la cohesión de España, anda con su política de ambigüedad y permite que aleteen, en las brumas del horizonte, las mociones de un soterrado proyecto de ruptura. En su olvido, no cabe trabajar por la unidad interior, por ejemplo, establecer una Alianza Autonómica, pero sí, salir fuera y proclamar alianzas dudosas e imposibles.
La idea Zapatero es buena y grandiosa. Pero esa idea no sabemos los apoyos que suscita y la cabida y calado que consigue en pueblos de sentimientos y costumbres antiguas y distintas. Decía Pío Baroja que “las ideas no tienen importancia alguna. Las ideas son el uniforme vistoso que se les pone a los sentimientos y a los instintos. Una costumbre indica mucho más el carácter de un pueblo que una idea”. Los hábitos y las costumbres ancestrales son muy difíciles de cambiar y de hacer comprender a ajenos y extraños, y más aún, cuando se hallan entrelazados por creencias religiosas que conforman, no sólo el espacio personal, sino el político y nacional. Hace un poco tiempo, Tony Blair argumentaba que “sería un error de proporciones catastróficas pensar que ellos van a cambiar, porque nosotros cambiemos”. Una sociedad desgarrada y sacrificada en el altar de la provocación y de la hostilidad fanática, no digerirá con entusiasmo los cuencos presidenciales condimentados con la tolerancia, la consideración y la coexistencia, especialmente, en lo que respecta a su oferente política antiterrorista. Pero, aquí, encuentra unos comensales flexibles y poco exigentes. Una parte de la sociedad instalada en la ética del conformismo prosigue su vida confortable en la acomodación, se deja llevar y se desentiende de compromisos problemáticos y huye de complicaciones desagradables.
Si la gran alianza se formara y ello acabase con el terrorismo, sería un logro histórico.
Camilo Valverde
El Presidente del talante y la sonrisa, que se asocia con Carod Rovira, aragonés, hijo de un guardia civil, a cuyo apellido ha renunciado y con el extraño Jatami, no es capaz de cerrar acuerdos de Estado y de entenderse con la oposición que cuenta con la mitad de los apoyos políticos españoles. En estos días, Rajoy le ha brindado un pacto sobre la Educación, asunto en el que España naufraga y se hunde en su ruina, a la cola de toda Europa, y sólo le han devuelto una declaración de principios, para que la suscriba al pie, ande y calle. Y, en cuanto a la Ley de Defensa Nacional, ha sido incapaz de involucrar a los populares y entablar caminos de colaboración. Con gestos de diálogo huero, amparados por una incisiva propaganda gubernamental, su propósito de aislamiento presenta al Partido Popular como nido de crispación, gente intratable, obsoleta y de mal agüero. Mientras olvida la cohesión de España, anda con su política de ambigüedad y permite que aleteen, en las brumas del horizonte, las mociones de un soterrado proyecto de ruptura. En su olvido, no cabe trabajar por la unidad interior, por ejemplo, establecer una Alianza Autonómica, pero sí, salir fuera y proclamar alianzas dudosas e imposibles.
La idea Zapatero es buena y grandiosa. Pero esa idea no sabemos los apoyos que suscita y la cabida y calado que consigue en pueblos de sentimientos y costumbres antiguas y distintas. Decía Pío Baroja que “las ideas no tienen importancia alguna. Las ideas son el uniforme vistoso que se les pone a los sentimientos y a los instintos. Una costumbre indica mucho más el carácter de un pueblo que una idea”. Los hábitos y las costumbres ancestrales son muy difíciles de cambiar y de hacer comprender a ajenos y extraños, y más aún, cuando se hallan entrelazados por creencias religiosas que conforman, no sólo el espacio personal, sino el político y nacional. Hace un poco tiempo, Tony Blair argumentaba que “sería un error de proporciones catastróficas pensar que ellos van a cambiar, porque nosotros cambiemos”. Una sociedad desgarrada y sacrificada en el altar de la provocación y de la hostilidad fanática, no digerirá con entusiasmo los cuencos presidenciales condimentados con la tolerancia, la consideración y la coexistencia, especialmente, en lo que respecta a su oferente política antiterrorista. Pero, aquí, encuentra unos comensales flexibles y poco exigentes. Una parte de la sociedad instalada en la ética del conformismo prosigue su vida confortable en la acomodación, se deja llevar y se desentiende de compromisos problemáticos y huye de complicaciones desagradables.
Si la gran alianza se formara y ello acabase con el terrorismo, sería un logro histórico.
Camilo Valverde