Colaboraciones

ALGO DE INMORTALIDAD





Todos los años, por estas fechas, suenan por doquier los villancicos de Navidad. Es como si necesitáramos volver, volver, volver... No hay villancico sin retorno. Se diría que, desde hace más de dos mil años, volvemos obligados a los mismos lugares, a las mismas personas, a las mismas comidas, a las mismas canciones... Los que no pueden volver, hacen llamadas por el móvil, buscan mensajes, esperan respuestas, evocan recuerdos, deslizan lágrimas de amores, incluso optan por falsos sustitutivos.

Hay algo de inmortalidad en el hombre y en la mujer que le obligan a volver a sus principios, a sus vivencias, a su trascendencia. Considerar a la persona humana sólo como materia es una mirada miope, muy corta; un error que se desdice en muchos momentos de la vida. El hombre tiene tres facultades que le acompañan desde que nace: inteligencia (razón), memoria (evocación) y voluntad (amor o emoción). Cuando pierde alguna de ellas, decae y comienza a disminuir. A veces pierde las tres y se convierte en un animal domesticado, en un vegetal inerte o en un mineral duro.

A veces, también, somos demasiado racionales y nos volvemos máquinas computadoras e insensibles; otras veces somos demasiado evocadores y nos volvemos charlatanes de batallas insoportables; e incluso en ocasiones, somos demasiado emotivos y cualquier tristeza o alegría nos derrite. Quizás sean deformaciones exageradas que nos alejan de la realidad. Es necesario, después, guardar ese poquito de inmortalidad y abrir la ventana de la belleza, del equilibrio, de la sensatez, de la normalidad.

El sentido trascendente de la vida es un don que distingue al hombre de los demás seres creados, aunque muchos no estén de acuerdo y se avergüencen de todo lo que trasciende la materia. Y, como consecuencia, se sonrojan de ser educados, de ser religiosos, de entrar en las iglesias, de orar, de defender los derechos humanos, de dar limosnas a un pobre, de ayudar a un desvalido, de ser voluntario, de proteger los derechos de los no nacidos, de socorrer a los ancianos... Pero, evidentemente, algo nos dice que el futuro del hombre es distinto al del animal, al del vegetal o al del mineral.

Un apotegma de un viejo maestro nos lo recuerda: “Prefiero andar por la vida con la luz de una vela a caminar a oscuras. Y eso vale tanto para la fe como para la cultura. Lo penoso es andar a oscuras.” Algo de inmortalidad hay en el hombre, que trasciende cada año por Navidad; ¡lástima que la hayamos convertido en un gran mercado!.J. LEIVA

- -
Martes, 7 de Diciembre 2010
Artículo leído 989 veces

También en esta sección: