La madre del último soldado muerto, entre pertinentes y justas lágrimas, critica la ambigüedad del Gobierno y la falta de medios para la guerra afgana: “Mi hijo creía que iba a Afganistán a prestar ayuda humanitaria, no a una guerra; los soldados están todos vendidos”; y lamenta que Defensa diga que van a una misión de reconstrucción, cuando se enfrentan a una guerra total. La madre de este, las madres de todos los que estuvieron y están claman, porque se diga la verdad, se huya de subterfugios y se trabaje y defiendan el bien común y los intereses de los españoles y no los propósitos electorales de ZP.
Si pudiéramos hablar con el muerto o, lo que es más factible, con los que están allí destinados, nos dirían: Mire Vd., yo no sé donde estoy, yo no vengo a la guerra, que a mí me ha dicho el hombrecete del talante, que yo vengo en “misión de paz”; aquí están los moros, los Ben Ladeen y los Talibanes armados hasta los dientes, disparan, ponen minas y lanzan balas por doquier y yo ando aquí desprovisto y sin coraza, con unas cartucheras y escopetas faltas y escasas, con unos blindados sin blindaje y con órdenes de no disparar. ¿Yo qué hago aquí? Me sacaron deprisa y a la ligera de la guerra de Irak y me trajeron a esta, porque era menos guerra; aquella era allí, esta es acá; allí era una guerra con moros por el petróleo, acá es con moros por el gas; allí estaba Buchs, acá está Obama; allí derribamos los dictados de Sadam Husein y acá venimos a ponerles, entre bombas y metralla, una democracia humanitaria no solicitada ni querida por estos ni por aquellos.
Son muchas las críticas al Gobierno por la falta de medios en Afganistán y por esas directrices y órdenes contradictorias y confusas que dan a la tropa. Rubalcaba, al declarar ayer que “las cosas no están yendo bien”, ha sorprendido a propios y extraños de que sea el ministro del Interior y no el de Defensa, quien salga al paso de un asunto que no le compete, y más increíble y sospechosa es, a estas alturas, su obsesión por dejar patentes las distancias entre la guerra de Afganistán y la de Irak, hoy, que ya nadie tiene la menor duda de que la situación afgana se ha reavivado tanto o más de lo que estaba la iraquí en el momento en que nuestras tropas salieron del país.
Ciertamente, es sabido que Este Gobierno no ha actuado con decisión, se halla atrapado en la ñoñería, en el ingenuo pacifismo, en ese imberbe buenismo de no entrar y ni hacer lo que hay que hacer, se ha dejado llevar por la vacilación, la timidez y el titubeo; es preciso encarar la cuestión con resolución y armar a nuestros soldados con los medios más modernos y eficaces y proveerlos de los blindados RG-31 antiminas, como ya han hecho muchas naciones aliadas de España. Todo esto se debe a ese incongruente complejo anímico que tiene ZP, a admitir que está participando en guerras y contiendas, iguales o peores que la de Irak; la realidad es la que hay, el Presidente, Rubalcaba y todos los demás han de abrir los ojos, mirar a Europa y a la Alianza, tomar decisiones firmes y contundentes y dejarse de monsergas antibelicistas y nacionalistas o guardarse el Ejército en conserva.
C. Mudarra
Si pudiéramos hablar con el muerto o, lo que es más factible, con los que están allí destinados, nos dirían: Mire Vd., yo no sé donde estoy, yo no vengo a la guerra, que a mí me ha dicho el hombrecete del talante, que yo vengo en “misión de paz”; aquí están los moros, los Ben Ladeen y los Talibanes armados hasta los dientes, disparan, ponen minas y lanzan balas por doquier y yo ando aquí desprovisto y sin coraza, con unas cartucheras y escopetas faltas y escasas, con unos blindados sin blindaje y con órdenes de no disparar. ¿Yo qué hago aquí? Me sacaron deprisa y a la ligera de la guerra de Irak y me trajeron a esta, porque era menos guerra; aquella era allí, esta es acá; allí era una guerra con moros por el petróleo, acá es con moros por el gas; allí estaba Buchs, acá está Obama; allí derribamos los dictados de Sadam Husein y acá venimos a ponerles, entre bombas y metralla, una democracia humanitaria no solicitada ni querida por estos ni por aquellos.
Son muchas las críticas al Gobierno por la falta de medios en Afganistán y por esas directrices y órdenes contradictorias y confusas que dan a la tropa. Rubalcaba, al declarar ayer que “las cosas no están yendo bien”, ha sorprendido a propios y extraños de que sea el ministro del Interior y no el de Defensa, quien salga al paso de un asunto que no le compete, y más increíble y sospechosa es, a estas alturas, su obsesión por dejar patentes las distancias entre la guerra de Afganistán y la de Irak, hoy, que ya nadie tiene la menor duda de que la situación afgana se ha reavivado tanto o más de lo que estaba la iraquí en el momento en que nuestras tropas salieron del país.
Ciertamente, es sabido que Este Gobierno no ha actuado con decisión, se halla atrapado en la ñoñería, en el ingenuo pacifismo, en ese imberbe buenismo de no entrar y ni hacer lo que hay que hacer, se ha dejado llevar por la vacilación, la timidez y el titubeo; es preciso encarar la cuestión con resolución y armar a nuestros soldados con los medios más modernos y eficaces y proveerlos de los blindados RG-31 antiminas, como ya han hecho muchas naciones aliadas de España. Todo esto se debe a ese incongruente complejo anímico que tiene ZP, a admitir que está participando en guerras y contiendas, iguales o peores que la de Irak; la realidad es la que hay, el Presidente, Rubalcaba y todos los demás han de abrir los ojos, mirar a Europa y a la Alianza, tomar decisiones firmes y contundentes y dejarse de monsergas antibelicistas y nacionalistas o guardarse el Ejército en conserva.
C. Mudarra