El aborto no es hoy en España ningún asunto prioritario; no hacía falta removerlo ni la sociedad demandaba ahora su ampliación innecesaria y aberrante. Sí, por el contrario, existe cierta necesidad y alarma social en cuanto al asesinato de niñas y la continua muerte de mujeres, la plaga de los violadores y pederastas que andan sueltos y, en fin, el terrorismo; tres cuestiones que no están en la agenda de perentoriedades del Gobierno ni del Legislador. Si ahora lo aborda este gobierno imberbe e ignorante no es más que para ocultar su inoperancia e inutilidad para centrar su política y, en especial, para reparar la destrucción de empleo y solventar con eficacia la crisis económica que camina hacia los cuatro millones y medio de parados.
El aborto es un crimen nefando; es mayor que otro por la indefensión que presenta la víctima y la cobardía que supone en el que lo perpetra, aparte de los fines viciados que lo mueven a ello; hay muchos profesionales sanitarios desarmados y clínicas inmundas que por el miserable lucro y sustanciosas ganancias engordan sus fétidas panzas con este perverso crimen. El aborto no tiene fundamento legal, ni científico ni teológico ni humano; el óvulo una vez fecundado y anidado en el útero, si no se interrumpe y manipula, da lugar al nacimiento de un niño, a su debido tiempo. Es denigrante para la mujer que es violentada en su intimidad y contrario a su dignidad femenina, de hecho, consentido o no por la mujer, siempre supone un tremendo trauma para ella, de largas y tristes consecuencias. El Aborto ataca la maternidad, que es la flor más preciada de la mujer; esa especialísima potencialidad de ser madre, es lo que la constituye en un ser distinto y privilegiado; ese esencial misterio la hace dispensadora de gracia, esperanza y vitalidad; hace que su índole innata sea la capacidad esencial del amor, y que ella sea la vida, portadora y dadora de la vida y afirmación de la vida.
La sociedad que impasible permite, con su silencio, la promulgación de leyes, como esta, sectarias, injustas y criminales muestra que está enferma, vacía de valores y principios, carente de conciencia ética. El hombre ha de velar por la vida, primer derecho del ser humano; el gobierno y el legislador están para defender la vida humana, han de preservar y respetar cuidadosamente los derechos humanos y nunca conculcarlos, y el primero y fundamental es el de la defensa de la vida. El “nasciturus” es un ser humano que exige el respeto y salvaguarda de su vida; es falso, en este caso, el argumento de que la mujer es dueña de su cuerpo; en cuanto queda embarazada en ella hay otra vida, otro cuerpo del que ella es sólo portadora, no dueña absoluta. Si no lo quería, no es ese el momento ni el medio de evitarlo; debió propiciarlo antes, a su hora. No es admisible que una niña aborte por su cuenta y riesgo sin intervención paterna y familiar. Más bien, hay que arbitrarles a las niñas los medios educativos y el refuerzo de su conciencia moral antes que inducirlas al preservativo y al aborto.
En fin, se debe tomar esa terrible determinación sólo en caso de grave enfermedad del feto o de la madre. En todo lo demás, conviene establecer los cauces legales y fáciles de la adopción; son muchos los que soportan indecibles y costosísimos trámites, para conseguir la adopción de un niño, cuando la podrían tener aquí. En lugar de legislar la muerte, legíslese la vida y todo lo que la apoye y conserve; eso sí es de veras “progresista”.
C. Mudarra
El aborto es un crimen nefando; es mayor que otro por la indefensión que presenta la víctima y la cobardía que supone en el que lo perpetra, aparte de los fines viciados que lo mueven a ello; hay muchos profesionales sanitarios desarmados y clínicas inmundas que por el miserable lucro y sustanciosas ganancias engordan sus fétidas panzas con este perverso crimen. El aborto no tiene fundamento legal, ni científico ni teológico ni humano; el óvulo una vez fecundado y anidado en el útero, si no se interrumpe y manipula, da lugar al nacimiento de un niño, a su debido tiempo. Es denigrante para la mujer que es violentada en su intimidad y contrario a su dignidad femenina, de hecho, consentido o no por la mujer, siempre supone un tremendo trauma para ella, de largas y tristes consecuencias. El Aborto ataca la maternidad, que es la flor más preciada de la mujer; esa especialísima potencialidad de ser madre, es lo que la constituye en un ser distinto y privilegiado; ese esencial misterio la hace dispensadora de gracia, esperanza y vitalidad; hace que su índole innata sea la capacidad esencial del amor, y que ella sea la vida, portadora y dadora de la vida y afirmación de la vida.
La sociedad que impasible permite, con su silencio, la promulgación de leyes, como esta, sectarias, injustas y criminales muestra que está enferma, vacía de valores y principios, carente de conciencia ética. El hombre ha de velar por la vida, primer derecho del ser humano; el gobierno y el legislador están para defender la vida humana, han de preservar y respetar cuidadosamente los derechos humanos y nunca conculcarlos, y el primero y fundamental es el de la defensa de la vida. El “nasciturus” es un ser humano que exige el respeto y salvaguarda de su vida; es falso, en este caso, el argumento de que la mujer es dueña de su cuerpo; en cuanto queda embarazada en ella hay otra vida, otro cuerpo del que ella es sólo portadora, no dueña absoluta. Si no lo quería, no es ese el momento ni el medio de evitarlo; debió propiciarlo antes, a su hora. No es admisible que una niña aborte por su cuenta y riesgo sin intervención paterna y familiar. Más bien, hay que arbitrarles a las niñas los medios educativos y el refuerzo de su conciencia moral antes que inducirlas al preservativo y al aborto.
En fin, se debe tomar esa terrible determinación sólo en caso de grave enfermedad del feto o de la madre. En todo lo demás, conviene establecer los cauces legales y fáciles de la adopción; son muchos los que soportan indecibles y costosísimos trámites, para conseguir la adopción de un niño, cuando la podrían tener aquí. En lugar de legislar la muerte, legíslese la vida y todo lo que la apoye y conserve; eso sí es de veras “progresista”.
C. Mudarra