Este mes de Junio, con la abdicación del Rey, Juan Carlos I, se ha convertido en histórico; vivimos fechas transcendentales para España que pasarán a las páginas de la historia. El día 2 de Junio, cuando el Rey compareció para anunciar su abdicación, se inició un proceso legal y protocolario que culminará el día 19 con la proclamación del Príncipe de Asturias como Rey, Felipe VI. Ha sido una gran sorpresa para el pueblo español que en su mayoría -un 82% de ciudadanos y de ellos, un 73% de jóvenes- le prestan su apoyo con satisfacción y beneplácito, salvo una minoría radical y comunista, contraria, anacrónica y tergiversante; la operación ha recibido el respaldo del Gobierno de la Nación, de la mayoría parlamentaria y del Jefe de la Oposición; “era ya necesario y conveniente”, se dice, por varios motivos, de hecho, si se hiciese un referéndum, la opción monárquica ganaría por 29 puntos a la republicana. El mismo Rey, al anunciar su decisión, asumió, “el desgaste de la Institución”, junto a su estado de salud.
La imagen del Príncipe como hombre preparado, vital, responsable y ordenado genera confianza e inspira credibilidad. La Corona, en el pasado, recibió un trato especial por lo que representaba y por los importantísimos servicios prestados mediante la instauración y defensa de un sistema democrático en la famosa transición de modo pacífico fundado en el consenso y la concordia, que nos fue a homologar a los países de nuestro entorno, con la ayuda de estadistas excepcionales como Suárez y F. Miranda; pero ese blindaje ya no va a tenerlo el Nuevo Rey, Felipe VI. La transición funcionó espléndidamente, al menos por un tiempo. Luego vinieron los errores, el pueblo los fue recibiendo en silencio y con disgusto, los cometidos por el propio monarca y con ira y rechazo los de allegados suyos, que le han causado daños considerables; y eso la gente ni lo admite ni lo olvida, el Rey debió cortarlos en seco; ha pasado el tiempo y ahí está ese feo asunto pudriéndose y esperando. España necesita la regeneración de instituciones y estamentos en una transformación que devuelva la confianza y la ilusión. Por eso, el Rey ha dicho: “Ha llegado el momento de dar un impulso, porque lo que hagamos contribuirá a la renovación de España”. Ellos lo saben, reconocen que la “operación relevo de la Corona” afecta a la estabilidad de España, está en juego el futuro de la monarquía y el de España”
Ahora, en esta etapa crucial, convulsa y de crisis, España necesita políticos responsables, leales y comprometidos con el bien común. El Rey ha mantenido siempre con todos los expresidentes del Gobierno unas relaciones correctas, institucionales y de lealtad, como en la actualidad con M. Rajoy, cargado de serenidad y de sentido común y con Pérez Rubalcaba, un hombre con sentido de Estado; parece ser, según ciertas fuentes, que la sustitución de este último en la dirección del PSOE precipitó la decisión regia; y así mismo, los resultados del 25-M, y el desbarajuste electoral socialista más la salida de su Secretario General vatiticinaban cambios; y, a la vez, el avance de la extrema izquierda, la novedosa irrupción del “We Can”, las exigencias de grupúsculos republicanos y el desafío catalán han sido una confluencia de factores muy preocupantes y que por ello suscitaron el nerviosismo y el posible peligro, que tal vez se cernía.
Juan Carlos quiso reinar en una nación democrática en la que la Corona quedaba subordinada a la Constitución y al Parlamento. Los españoles agradecieron al Rey el establecimiento de la democracia y su actitud decidida cuando varios militares trataron de derribar el Gobierno por la fuerza, pues sin su intervención la democracia se habría interrumpido. Con Felipe VI se cierra el ciclo y comienza otro; su inmensa tarea es convertir a los españoles en monárquicos convencidos de la utilidad de una institución que los conecta con su vieja historia nacional y forma parte de las señas de identidad colectivas, como sucede en Holanda, Inglaterra o Escandinavia y consolidar la monarquía dentro de un Estado que tiene que funcionar con probidad y eficiencia, para ganarse el respeto de una sociedad que necesariamente debe percibir que tiene la posibilidad de mejorar progresivamente su calidad de vida, si hace los necesarios esfuerzos. Ellos serán los reyes, pero le toca a Rajoy y a los que vengan después gobernar bien, para que la monarquía se sostenga. En 1981 el rey salvó la democracia; ahora la democracia debe salvar a los reyes.
C. Mudarra
La imagen del Príncipe como hombre preparado, vital, responsable y ordenado genera confianza e inspira credibilidad. La Corona, en el pasado, recibió un trato especial por lo que representaba y por los importantísimos servicios prestados mediante la instauración y defensa de un sistema democrático en la famosa transición de modo pacífico fundado en el consenso y la concordia, que nos fue a homologar a los países de nuestro entorno, con la ayuda de estadistas excepcionales como Suárez y F. Miranda; pero ese blindaje ya no va a tenerlo el Nuevo Rey, Felipe VI. La transición funcionó espléndidamente, al menos por un tiempo. Luego vinieron los errores, el pueblo los fue recibiendo en silencio y con disgusto, los cometidos por el propio monarca y con ira y rechazo los de allegados suyos, que le han causado daños considerables; y eso la gente ni lo admite ni lo olvida, el Rey debió cortarlos en seco; ha pasado el tiempo y ahí está ese feo asunto pudriéndose y esperando. España necesita la regeneración de instituciones y estamentos en una transformación que devuelva la confianza y la ilusión. Por eso, el Rey ha dicho: “Ha llegado el momento de dar un impulso, porque lo que hagamos contribuirá a la renovación de España”. Ellos lo saben, reconocen que la “operación relevo de la Corona” afecta a la estabilidad de España, está en juego el futuro de la monarquía y el de España”
Ahora, en esta etapa crucial, convulsa y de crisis, España necesita políticos responsables, leales y comprometidos con el bien común. El Rey ha mantenido siempre con todos los expresidentes del Gobierno unas relaciones correctas, institucionales y de lealtad, como en la actualidad con M. Rajoy, cargado de serenidad y de sentido común y con Pérez Rubalcaba, un hombre con sentido de Estado; parece ser, según ciertas fuentes, que la sustitución de este último en la dirección del PSOE precipitó la decisión regia; y así mismo, los resultados del 25-M, y el desbarajuste electoral socialista más la salida de su Secretario General vatiticinaban cambios; y, a la vez, el avance de la extrema izquierda, la novedosa irrupción del “We Can”, las exigencias de grupúsculos republicanos y el desafío catalán han sido una confluencia de factores muy preocupantes y que por ello suscitaron el nerviosismo y el posible peligro, que tal vez se cernía.
Juan Carlos quiso reinar en una nación democrática en la que la Corona quedaba subordinada a la Constitución y al Parlamento. Los españoles agradecieron al Rey el establecimiento de la democracia y su actitud decidida cuando varios militares trataron de derribar el Gobierno por la fuerza, pues sin su intervención la democracia se habría interrumpido. Con Felipe VI se cierra el ciclo y comienza otro; su inmensa tarea es convertir a los españoles en monárquicos convencidos de la utilidad de una institución que los conecta con su vieja historia nacional y forma parte de las señas de identidad colectivas, como sucede en Holanda, Inglaterra o Escandinavia y consolidar la monarquía dentro de un Estado que tiene que funcionar con probidad y eficiencia, para ganarse el respeto de una sociedad que necesariamente debe percibir que tiene la posibilidad de mejorar progresivamente su calidad de vida, si hace los necesarios esfuerzos. Ellos serán los reyes, pero le toca a Rajoy y a los que vengan después gobernar bien, para que la monarquía se sostenga. En 1981 el rey salvó la democracia; ahora la democracia debe salvar a los reyes.
C. Mudarra