Sobre la maltrecha conciencia de Zapatero hay que anotar también el peso de los 500.000 desahucios que se han realizado en España desde que estalló la crisis, en los tres últimos años. Muchas familias han caído en la pobreza y la desesperación porque les han arrebatado sus viviendas. De nada les sirvió que la Constitución Española proclame el derecho inalienable a una vivienda digna. En este país, las ventajas y el perdón solo son para los poderosos.
Zapatero pudo haber evitado o mitigado ese inmenso desastre y los ríos de dolor que ha provocado. Pudo haber negociado con la banca algunos años de carencia para que los que perdieran el trabajo no fueran también despojados de sus viviendas, pero no lo hizo. Pudo también haber cambiado la injusta ley que permite a la banca no sólo recuperar los pisos que no se pagan, sino confiscar también el resto de los bienes del desgraciado deudor, después de malvender la vivienda embargada, pero no lo hizo, a pesar de que muchos juristas de todo el mundo se escandalizan ante la injusticia e iniquidad que encierra esa ley española.
Al iniciarse 2011 hay en España 316.707 titulares de préstamos hipotecarios cuyos pisos valen menos de lo que ellos deben al banco. ¿También van a ser despojados por sus deudas del piso y del resto de su patrimonio? Alguien tiene que parar esa injusticia y el gobierno está precisamente para eso, para solucionar los grandes problemas y dramas del ciudadano desprotegido.
Pero el sufrimiento causado por la pérdida de la vivienda ni siquiera es el 10 por ciento del enorme sufrimiento que el mal gobierno ha causado a la sociedad española en los últimos años. Además, han llenado las calles y plazas de pobres y parados, han arrebatado al pueblo la esperanza y la ilusión y hasta han conseguido que los pacíficos ciudadanos españoles empiecen a sentir odio y rechazo hacia la casta política y el mismo sistema falso e injusto al que, sin serlo, llaman "Democracia".
Si algún día los españoles salen a las calles, como ha ocurrido en Túnez y Egipto, no lo harán para pedir más democracia, sino para exigir justicia y decencia. Los ciudadanos de este país están ya tan golpeados y frustrados que les da igual que exista o no una democracia formal. Lo que la gente quiere es que la ley sea igual para todos, que los sinvergüenzas que roban ingresen en prisión, que un energúmeno, por el hecho de dormir por la noche en la Moncloa, no tenga poder para endeudar a las próximas tres generaciones de españoles, sin ni siquiera consultar a sus víctimas.
La gente aplastada de todo el mundo, ya sea de Túnez, Egipto, Marruecos, Cuba, España o los mismos Estados Unidos, cansada de que el foso que separa a los ricos de los pobres se ensanche cada día más, de contemplar impotentes como los políticos se autoadjudican sueldos de oro y pensiones de platino, de ver como los poderosos son impunes e inmunes ante la ley y de como muchos que dicen servir al pueblo desde el poder se enriquecen de manera veloz e inexplicable, colocan a sus familiares y amigos, mienten sin pudor, se olvidan del bien común y hacen lo posible por perpetuarse en el poder, ha decidido decir BASTA.
La gente ha descubierto que las élites son injustas y que están gobernando mal el mundo, sin solucionar ni siquiera uno sólo de sus grandes problemas: ni el hambre, ni la inseguridad, ni la educación, ni la indefensión ante la muerte, ni la injusticia, ni la pobreza, etc., etc. y ha decidido limpiar el vertedero.
La lucha por la liberación de los aplastados ha comenzado en los países musulmanes, pero seguirá adelante y recorrerá el mundo entero como un reguero de pólvora, haciendo escalas libertadoras en todos los continentes, incluso en aquellos que, como Europa y América, alardean de una democracia que, si se analiza independencia, no es mucho más justa y decente que la tunecina o la egipcia.
El siglo XX fue el siglo del Estado y del gobierno. Los Estados se hicieron fuertes y acapararon todo el poder, relegando al ciudadano hasta el último rincón. Los Estados asesinaron a más de 100 millones de ciudadanos, no en las trincheras y en los frentes, sino en los pueblos y ciudades, con saña, decían que para combatir la revolución o quizás por miedo a que la pobre gente descubriera la injusticia y la indecencia que emanaba del poder político. Aquella iniquidad se justificaba porque existía una Guerra Fría que podía convertirse en caliente, porque los misiles apuntaban hacia nuestra existencia.
Pero el siglo XXI será el siglo de la libertad y de los ciudadanos, cansados de ser explotados, engañados y, muchas veces, masacrados. Ya no existe la justificación de la Guerra Fría, aunque los poderosos hayan querido sustituir aquella excusa por la del terrorismo internacional, un fenómeno que han hipertrofiado, ocultando que en todo un año causa menos muertes en todo el mundo que el tráfico en un sólo fin de semana.
Estamos asistiendo a un profundo cambio. Los ciudadanos están decididos a acabar con los corruptos, los canallas, los mentirosos y los que se atiborran de dinero y de privilegios sin que la Justicia les haga dar con sus huesos en las cárceles.
¡Bendito sea ese cambio, que inyecta decencia en la raza humana!
Zapatero pudo haber evitado o mitigado ese inmenso desastre y los ríos de dolor que ha provocado. Pudo haber negociado con la banca algunos años de carencia para que los que perdieran el trabajo no fueran también despojados de sus viviendas, pero no lo hizo. Pudo también haber cambiado la injusta ley que permite a la banca no sólo recuperar los pisos que no se pagan, sino confiscar también el resto de los bienes del desgraciado deudor, después de malvender la vivienda embargada, pero no lo hizo, a pesar de que muchos juristas de todo el mundo se escandalizan ante la injusticia e iniquidad que encierra esa ley española.
Al iniciarse 2011 hay en España 316.707 titulares de préstamos hipotecarios cuyos pisos valen menos de lo que ellos deben al banco. ¿También van a ser despojados por sus deudas del piso y del resto de su patrimonio? Alguien tiene que parar esa injusticia y el gobierno está precisamente para eso, para solucionar los grandes problemas y dramas del ciudadano desprotegido.
Pero el sufrimiento causado por la pérdida de la vivienda ni siquiera es el 10 por ciento del enorme sufrimiento que el mal gobierno ha causado a la sociedad española en los últimos años. Además, han llenado las calles y plazas de pobres y parados, han arrebatado al pueblo la esperanza y la ilusión y hasta han conseguido que los pacíficos ciudadanos españoles empiecen a sentir odio y rechazo hacia la casta política y el mismo sistema falso e injusto al que, sin serlo, llaman "Democracia".
Si algún día los españoles salen a las calles, como ha ocurrido en Túnez y Egipto, no lo harán para pedir más democracia, sino para exigir justicia y decencia. Los ciudadanos de este país están ya tan golpeados y frustrados que les da igual que exista o no una democracia formal. Lo que la gente quiere es que la ley sea igual para todos, que los sinvergüenzas que roban ingresen en prisión, que un energúmeno, por el hecho de dormir por la noche en la Moncloa, no tenga poder para endeudar a las próximas tres generaciones de españoles, sin ni siquiera consultar a sus víctimas.
La gente aplastada de todo el mundo, ya sea de Túnez, Egipto, Marruecos, Cuba, España o los mismos Estados Unidos, cansada de que el foso que separa a los ricos de los pobres se ensanche cada día más, de contemplar impotentes como los políticos se autoadjudican sueldos de oro y pensiones de platino, de ver como los poderosos son impunes e inmunes ante la ley y de como muchos que dicen servir al pueblo desde el poder se enriquecen de manera veloz e inexplicable, colocan a sus familiares y amigos, mienten sin pudor, se olvidan del bien común y hacen lo posible por perpetuarse en el poder, ha decidido decir BASTA.
La gente ha descubierto que las élites son injustas y que están gobernando mal el mundo, sin solucionar ni siquiera uno sólo de sus grandes problemas: ni el hambre, ni la inseguridad, ni la educación, ni la indefensión ante la muerte, ni la injusticia, ni la pobreza, etc., etc. y ha decidido limpiar el vertedero.
La lucha por la liberación de los aplastados ha comenzado en los países musulmanes, pero seguirá adelante y recorrerá el mundo entero como un reguero de pólvora, haciendo escalas libertadoras en todos los continentes, incluso en aquellos que, como Europa y América, alardean de una democracia que, si se analiza independencia, no es mucho más justa y decente que la tunecina o la egipcia.
El siglo XX fue el siglo del Estado y del gobierno. Los Estados se hicieron fuertes y acapararon todo el poder, relegando al ciudadano hasta el último rincón. Los Estados asesinaron a más de 100 millones de ciudadanos, no en las trincheras y en los frentes, sino en los pueblos y ciudades, con saña, decían que para combatir la revolución o quizás por miedo a que la pobre gente descubriera la injusticia y la indecencia que emanaba del poder político. Aquella iniquidad se justificaba porque existía una Guerra Fría que podía convertirse en caliente, porque los misiles apuntaban hacia nuestra existencia.
Pero el siglo XXI será el siglo de la libertad y de los ciudadanos, cansados de ser explotados, engañados y, muchas veces, masacrados. Ya no existe la justificación de la Guerra Fría, aunque los poderosos hayan querido sustituir aquella excusa por la del terrorismo internacional, un fenómeno que han hipertrofiado, ocultando que en todo un año causa menos muertes en todo el mundo que el tráfico en un sólo fin de semana.
Estamos asistiendo a un profundo cambio. Los ciudadanos están decididos a acabar con los corruptos, los canallas, los mentirosos y los que se atiborran de dinero y de privilegios sin que la Justicia les haga dar con sus huesos en las cárceles.
¡Bendito sea ese cambio, que inyecta decencia en la raza humana!