¿Hacia dónde avanza España bajo el sanchismo?
No es un congreso socialista sino "sanchista". El PSOE que se reúne en su 40 congreso se parece tan poco al de González y Guerra que ganó por goleada las elecciones de 1982 que ya es otro partido. Desde entonces ha cruzado líneas que parecían rojas e infranqueables, pero que el partido ha atravesado sin sufrir daños internos, aunque los externos son durísimos. Han abandonado la ideología socialdemócrata, se han alejado de la democracia, han elegido como socios a lo peor de España, han dividido la sociedad, han convertido la mentira en política de Estado y han dado un abrazo suicida al comunismo, una doctrina mundialmente condenada por asesina y esclavizante que siempre ha engullido a sus aliados y a sus pueblos.
El 40 Congreso es una orgía de poder, pero carente de valores que son fundamentales, sin aprecio popular, sin esperanza, sin ilusión y rodeado de socios que en el fondo son enemigos. Sánchez ha aportado al partido sólo poder, pero nada más. Todos se rinden ante el poder acumulado y ejercido, tanto que ningún otro partido gobernante se atrevió a ejercerlo con tanta fuerza y decisión, pero sienten miedo porque perciben el descontento popular, el aliento del rechazo en sus cuellos.
Aunque sientan la euforia que se deriva del dominio del Estado, se trata de una euforia forzada y falsa porque saben que su gobierno está internacionalmente aislado y desprestigiado, ausente de los grandes foros y marginado de las grandes decisiones y cónclaves del mundo occidental. Estados Unidos y la Unión Europea miran a la España de Sánchez con desconfianza y preocupación, no sólo por su economía renqueante y dramáticamente endeudada, sino por lo que ellos consideran una deriva constante hacia el autoritarismo y la antidemocracia, cada día más cercana a países malditos por su esclavitud y miseria, como Venezuela y Cuba, entre otros.
La victoria socialista de 1982 fue una fiesta nacional, celebrada incluso por los perdedores, pero hoy, esos mismos socialistas, han cavado una fosa profunda que divide España en dos bandos y que hace imposible que ocurra lo mismo. El poder sanchista es sólo de ellos y de sus aliados, expertos en ordeñar el Estado, y es contemplado con indignación, rabia y una seria preocupación por el resto triste de los españoles, que ven con impotencia como España es vapuleada y desarbolada.
El símbolo más elocuente del 40 Congreso podría ser ese vehículo de la presidenta socialista de La Rioja, que circulaba hacia Valencia, para acudir al Congreso, a 156 kilómetros por hora, saltándose las reglas y normas del tráfico que el resto de los españoles tenemos que respetar. El 40 Congreso es una orgía de privilegios para los socialistas, sus amigos y sus socios, que utilizan en su favor, sin escrúpulos ni pudor, los grandes recursos que posee el Estado, hasta el punto de que muchos españoles dudamos que sus coches, circulando a 156 kilómetros a la hora, sean finalmente multados.
Ser socialista hoy en España representa disfrutar de un río de privilegios: trabajo, subvenciones, exenciones, influencia, poder, contratos y otros muchos beneficios, que no están al alcance del resto de los ciudadanos.
El 40 Congreso es una enorme borrachera de poder en un país triste, preocupado por su futuro, atribulado por los impuestos proporcionalmente más elevados de toda Europa, con empresas en fuga, con más desempleo que ningún otro de sus vecinos, con una deuda desorbitada, sin amigos en el extranjero, sin el aprecio de millones de ciudadanos, que han decidido abuchearles y afearles sus abusos, sin esperanza, sin respeto a la democracia y a sus reglas y cautelas y abrumados por la obligación de gobernar con socios indeseables y peligrosos, desde comunistas a golpistas, herederos de ETA y mercenarios vascos que cambian siempre sus votos por dinero y privilegios.
El camino del socialismo español hacia el futuro es, según la mentira propagandística, una autopista, pero en realidad es un calvario sanchista triste y doloroso, jalonado de abucheos, protestas, rechazos, mala conciencia, abusos, socios indeseables, desprecio internacional, aislamiento, la luz más cara de Europa, los impuestos más esquilmadores y sin un gramo de ilusión popular que les acompañe en su orgía de poder y dominio de España.
Para apreciar la realidad del sanchismo en todo su esplendor, basta asumir una verdad incuestionable: la mayor fuerza del gobierno no es el apoyo popular, sino el de los medios de comunicación comprados con dinero público.
Francisco Rubiales
El 40 Congreso es una orgía de poder, pero carente de valores que son fundamentales, sin aprecio popular, sin esperanza, sin ilusión y rodeado de socios que en el fondo son enemigos. Sánchez ha aportado al partido sólo poder, pero nada más. Todos se rinden ante el poder acumulado y ejercido, tanto que ningún otro partido gobernante se atrevió a ejercerlo con tanta fuerza y decisión, pero sienten miedo porque perciben el descontento popular, el aliento del rechazo en sus cuellos.
Aunque sientan la euforia que se deriva del dominio del Estado, se trata de una euforia forzada y falsa porque saben que su gobierno está internacionalmente aislado y desprestigiado, ausente de los grandes foros y marginado de las grandes decisiones y cónclaves del mundo occidental. Estados Unidos y la Unión Europea miran a la España de Sánchez con desconfianza y preocupación, no sólo por su economía renqueante y dramáticamente endeudada, sino por lo que ellos consideran una deriva constante hacia el autoritarismo y la antidemocracia, cada día más cercana a países malditos por su esclavitud y miseria, como Venezuela y Cuba, entre otros.
La victoria socialista de 1982 fue una fiesta nacional, celebrada incluso por los perdedores, pero hoy, esos mismos socialistas, han cavado una fosa profunda que divide España en dos bandos y que hace imposible que ocurra lo mismo. El poder sanchista es sólo de ellos y de sus aliados, expertos en ordeñar el Estado, y es contemplado con indignación, rabia y una seria preocupación por el resto triste de los españoles, que ven con impotencia como España es vapuleada y desarbolada.
El símbolo más elocuente del 40 Congreso podría ser ese vehículo de la presidenta socialista de La Rioja, que circulaba hacia Valencia, para acudir al Congreso, a 156 kilómetros por hora, saltándose las reglas y normas del tráfico que el resto de los españoles tenemos que respetar. El 40 Congreso es una orgía de privilegios para los socialistas, sus amigos y sus socios, que utilizan en su favor, sin escrúpulos ni pudor, los grandes recursos que posee el Estado, hasta el punto de que muchos españoles dudamos que sus coches, circulando a 156 kilómetros a la hora, sean finalmente multados.
Ser socialista hoy en España representa disfrutar de un río de privilegios: trabajo, subvenciones, exenciones, influencia, poder, contratos y otros muchos beneficios, que no están al alcance del resto de los ciudadanos.
El 40 Congreso es una enorme borrachera de poder en un país triste, preocupado por su futuro, atribulado por los impuestos proporcionalmente más elevados de toda Europa, con empresas en fuga, con más desempleo que ningún otro de sus vecinos, con una deuda desorbitada, sin amigos en el extranjero, sin el aprecio de millones de ciudadanos, que han decidido abuchearles y afearles sus abusos, sin esperanza, sin respeto a la democracia y a sus reglas y cautelas y abrumados por la obligación de gobernar con socios indeseables y peligrosos, desde comunistas a golpistas, herederos de ETA y mercenarios vascos que cambian siempre sus votos por dinero y privilegios.
El camino del socialismo español hacia el futuro es, según la mentira propagandística, una autopista, pero en realidad es un calvario sanchista triste y doloroso, jalonado de abucheos, protestas, rechazos, mala conciencia, abusos, socios indeseables, desprecio internacional, aislamiento, la luz más cara de Europa, los impuestos más esquilmadores y sin un gramo de ilusión popular que les acompañe en su orgía de poder y dominio de España.
Para apreciar la realidad del sanchismo en todo su esplendor, basta asumir una verdad incuestionable: la mayor fuerza del gobierno no es el apoyo popular, sino el de los medios de comunicación comprados con dinero público.
Francisco Rubiales