El retorno del liberalismo, que fue la doctrina que inspiró la democracia y que fue barrida por el éxito del comunismo y el contagio autoritario que infectó al mundo, está motivado por el fracaso del Estado en todo los órdenes, sobre todo como creador de paz, armonía, igualdad y felicidad en los administrados.
El Estado fuerte, el que se presentó ante los ciudadanos prometiendo que lo solucionaría todo si le entregaban todo el poder, plasmado en doctrinas como el fascismo, en nazismo, el comunismo y, posteriormente, en la socialdemocracia, ha conocido en el siglo XX un éxito espectacular y aun lo conserva en el siglo XXI, donde muchos partidos de la derecha tradicional se han infectado de estatalismo y son tan intervencionistas, enemigos de las libertades individuales y adoradores del Estado como los socialdemócratas y los comunistas.
El fracaso del Estado fuerte e intervencionista es enorme, aunque la dimensión colosal de sus abusos, errores y crímenes no se conoce porque sus eficaces aparatos de propaganda y mentira siguen activos y engrasados. El Estado autoritario, además de haber fabricado cientos de millones de pobres que no poseían nada y algunos miles de ricos, casi todos miembros de los partidos autoritarios que gobernaban el mundo, ha creado un mundo contrario a todo lo que prometió: un centenar de millones de muertos, asesinados por los estados, en lugar de paz y concordia entre los ciudadanos; clasificación de la población en categorías imaginadas, como ricos, pobres, plebeyos, esclavos, blancos, negros, patricios, siervos, amigos del poder, represaliados y proscritos.
La mayor prueba del fracaso de esas izquierdas y populismos que adoran al Estado y quieren regularlo todo desde un poder prácticamente absoluto es que el mundo, al iniciarse el siglo XXI, es el más desigual desde el Renacimiento, tan injusto y elitista que las cien personas más ricas del mundo tienen tanta riqueza en sus manos como la mitad más pobre del planeta.
La llegada del liberalismo traerá consigo el mínimo Estado posible y la desaparición de esos políticos que nunca rinden cuentas a sus ciudadanos y que gobiernan como si tuvieran un cheque en blanco en el bolsillo, incluso en contra de la voluntad popular y el bien común. El liberalismo se basa en la idea de que los votantes saben lo que hacen, que están preparados para el autogobierno y que no hay necesidad alguna de que el Gran Hermano les diga lo que es bueno y lo que deben hacer. A los niños y estudiantes se les enseña a pensar por si mismos, no como hacen los estatalistas, que los forman para ser esclavos y siempre dependientes del poder público. El eslogan liberal es "Se fiel a ti mismo", mientras el de los sátrapas es "Recurre al Estado, que te lo solucionará todo".
No sabemos lo que conseguirá hacer con nuestro mundo el liberalismo, si es que regresa, pero hay algunas cosas que sí sabemos: creará hombres y mujeres más libres e independientes, enseñará a pensar, formará a seres mas libres y menos dependientes y estúpidos y erradicará del poder a los muchos falsos mesías corruptos, travestidos de políticos, que se han apoderado del Estado, tras expulsar a los ciudadanos, para ejercer el poder en exclusiva, con sus riquezas y privilegios, en régimen de exclusiva.
Francisco Rubiales
El Estado fuerte, el que se presentó ante los ciudadanos prometiendo que lo solucionaría todo si le entregaban todo el poder, plasmado en doctrinas como el fascismo, en nazismo, el comunismo y, posteriormente, en la socialdemocracia, ha conocido en el siglo XX un éxito espectacular y aun lo conserva en el siglo XXI, donde muchos partidos de la derecha tradicional se han infectado de estatalismo y son tan intervencionistas, enemigos de las libertades individuales y adoradores del Estado como los socialdemócratas y los comunistas.
El fracaso del Estado fuerte e intervencionista es enorme, aunque la dimensión colosal de sus abusos, errores y crímenes no se conoce porque sus eficaces aparatos de propaganda y mentira siguen activos y engrasados. El Estado autoritario, además de haber fabricado cientos de millones de pobres que no poseían nada y algunos miles de ricos, casi todos miembros de los partidos autoritarios que gobernaban el mundo, ha creado un mundo contrario a todo lo que prometió: un centenar de millones de muertos, asesinados por los estados, en lugar de paz y concordia entre los ciudadanos; clasificación de la población en categorías imaginadas, como ricos, pobres, plebeyos, esclavos, blancos, negros, patricios, siervos, amigos del poder, represaliados y proscritos.
La mayor prueba del fracaso de esas izquierdas y populismos que adoran al Estado y quieren regularlo todo desde un poder prácticamente absoluto es que el mundo, al iniciarse el siglo XXI, es el más desigual desde el Renacimiento, tan injusto y elitista que las cien personas más ricas del mundo tienen tanta riqueza en sus manos como la mitad más pobre del planeta.
La llegada del liberalismo traerá consigo el mínimo Estado posible y la desaparición de esos políticos que nunca rinden cuentas a sus ciudadanos y que gobiernan como si tuvieran un cheque en blanco en el bolsillo, incluso en contra de la voluntad popular y el bien común. El liberalismo se basa en la idea de que los votantes saben lo que hacen, que están preparados para el autogobierno y que no hay necesidad alguna de que el Gran Hermano les diga lo que es bueno y lo que deben hacer. A los niños y estudiantes se les enseña a pensar por si mismos, no como hacen los estatalistas, que los forman para ser esclavos y siempre dependientes del poder público. El eslogan liberal es "Se fiel a ti mismo", mientras el de los sátrapas es "Recurre al Estado, que te lo solucionará todo".
No sabemos lo que conseguirá hacer con nuestro mundo el liberalismo, si es que regresa, pero hay algunas cosas que sí sabemos: creará hombres y mujeres más libres e independientes, enseñará a pensar, formará a seres mas libres y menos dependientes y estúpidos y erradicará del poder a los muchos falsos mesías corruptos, travestidos de políticos, que se han apoderado del Estado, tras expulsar a los ciudadanos, para ejercer el poder en exclusiva, con sus riquezas y privilegios, en régimen de exclusiva.
Francisco Rubiales
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