Bostezo y decepción
Se enfrentaron dos mediocres y quedaron en tablas. Cada uno utilizó sus armas favoritas: Zapatero recurrió a la mentira y a las falsas promesas y aseguró que la economía ya se está recuperando y que el crecimiento está a la vuelta de la esquina; Rajoy, más pusilánime que prudente, acobardado e incapaz de rematar al farsante, no se atrevió a utilizar contra su adversario el gran argumento que la democracia ponía en sus manos: que Zapatero ha perdido ya la única moción de censura importante en democracia, la del pueblo, que está clamando en las calles que el inepto se marche y deje de destruir él país.
El problema es que los dos son ajenos al pueblo y a la democracia, que, incluso, temen a los ciudadanos y que conciben la política como un juego exclusivo de la "casta", ignorando, porque no les conviene, que la gente está harta de torpezas, fracasos y abusos de una clase dirigente política que nada resuelve y que comete a diario el sucio pecado de anteponer los propios intereses al bien común.
El debate fue entre dos políticos mediocres y escasamente demócratas, rodeados por un público parlamentario endogámico, alienado, ajeno a los sufrimientos de la sociedad española y sin otro sentido de la democracia que el fervor por esa partitocracia que les otorga privilegios y lujos a cambio de nada, sin compensar a los ciudadanos, que son sus verdaderos "jefes" en democracia, con la eficacia y el esfuerzo al que tienen derecho.
El gran ausente del hemiciclo fue el pueblo, al que "la casta" conduce hacia la ruina y el fracaso, que ya ha votado en las encuestas y en la vida diaria pidiendo un cambio, no sólo de lider, sino del sistema, podrido y dominado por gente que ha demostrado su incapacidad y podredumbre hasta la saciedad.
Rajoy pidió a los diputados del PSOE que releven a su nefasto líder, pero olvidó pedir a los suyos que también le releven a él y que todos ellos deberían ser relevados por auténticos demócratas al servicio del pueblo al que, falsamente, dicen representar. Se aplaudían unos a otros como idiotas endogámicos, ignorando que fuera del Palacio de las Cortes son despreciados por unos ciudadanos que no los consideran ya sus representantes, sino miembros de una oligarquía ineficiente, inútil y ávida de privilegios.
Ayer quedó claro en el Congreso que lo que España necesita no es cambiar a Zapatero por Rajoy, sino cambiar un sistema político injusto, ineficaz, inútil, que sólo sirve a los profesionales del dominio y del privilegio y que margina y subyuga a unos ciudadanos que poseen en teoría el poder en democracia, pero al que los políticos no sólo han arrebatado ese poder, sino que engañan, esquilman, humillan y le cercenan el futuro y la esperanza.
Votar a Rajoy para expulsar a Zapatero, el peor gobernante de España en dos siglos, no es la solución sino únicamente un respiro. La solución es que el Congreso de España llene sus bancos de gente honrada, de verdederos representantes del pueblo, de ciudadanos dispuestos a rendir cuentas a sus jefes, que son los ciudadanos, que se sientan libres del yugo abusivo y antidemocrático que imponen los partidos a sus bancadas y que sean piezas de un sistema al servicio de los ciudadanos, no de unos partidos políticos que se han convertido ya en el mayor obstáculo para que exista regeneración, democracia y dignidad en España.
Nadie dijo ayer en las Cortes (ni lo dirá porque la prensa está tan sometida, alienada y corrompida como la misma "casta") que el 80 por ciento de los españoles desconfía del gobierno, que los políticos que allí discutían como estrellas, son, en realidad, gente despreciada por su pueblo, que ya les señala en las encuestas como el tercer gran problema del país, por delante, incluso, del terrorismo, que la gente más lúcida y responsable del país, junto con los millones de parados y pobres que llenan las calles de España ya emiten cada día un voto de censura, incuestionable en democracia, no sólo contra Zapatero, sino contra toda "la casta" que infecta a España.
El balance final del debate, desolador: constatación de que España está en malas manos, ninguna medida concreta para atajar la crisis, despilfarro e ineptitud a mansalva, burla de la ciudadanía, un iluminado en La Moncloa, que sigue esperando un "milagro", una oposición decepcionante y, para colmo de males, un Zapatero que crea una comisión, que es el recurso de los que no tienen recursos, para entronizar la parálisis y para que todo siga igual.
¡Maldita sea!
El problema es que los dos son ajenos al pueblo y a la democracia, que, incluso, temen a los ciudadanos y que conciben la política como un juego exclusivo de la "casta", ignorando, porque no les conviene, que la gente está harta de torpezas, fracasos y abusos de una clase dirigente política que nada resuelve y que comete a diario el sucio pecado de anteponer los propios intereses al bien común.
El debate fue entre dos políticos mediocres y escasamente demócratas, rodeados por un público parlamentario endogámico, alienado, ajeno a los sufrimientos de la sociedad española y sin otro sentido de la democracia que el fervor por esa partitocracia que les otorga privilegios y lujos a cambio de nada, sin compensar a los ciudadanos, que son sus verdaderos "jefes" en democracia, con la eficacia y el esfuerzo al que tienen derecho.
El gran ausente del hemiciclo fue el pueblo, al que "la casta" conduce hacia la ruina y el fracaso, que ya ha votado en las encuestas y en la vida diaria pidiendo un cambio, no sólo de lider, sino del sistema, podrido y dominado por gente que ha demostrado su incapacidad y podredumbre hasta la saciedad.
Rajoy pidió a los diputados del PSOE que releven a su nefasto líder, pero olvidó pedir a los suyos que también le releven a él y que todos ellos deberían ser relevados por auténticos demócratas al servicio del pueblo al que, falsamente, dicen representar. Se aplaudían unos a otros como idiotas endogámicos, ignorando que fuera del Palacio de las Cortes son despreciados por unos ciudadanos que no los consideran ya sus representantes, sino miembros de una oligarquía ineficiente, inútil y ávida de privilegios.
Ayer quedó claro en el Congreso que lo que España necesita no es cambiar a Zapatero por Rajoy, sino cambiar un sistema político injusto, ineficaz, inútil, que sólo sirve a los profesionales del dominio y del privilegio y que margina y subyuga a unos ciudadanos que poseen en teoría el poder en democracia, pero al que los políticos no sólo han arrebatado ese poder, sino que engañan, esquilman, humillan y le cercenan el futuro y la esperanza.
Votar a Rajoy para expulsar a Zapatero, el peor gobernante de España en dos siglos, no es la solución sino únicamente un respiro. La solución es que el Congreso de España llene sus bancos de gente honrada, de verdederos representantes del pueblo, de ciudadanos dispuestos a rendir cuentas a sus jefes, que son los ciudadanos, que se sientan libres del yugo abusivo y antidemocrático que imponen los partidos a sus bancadas y que sean piezas de un sistema al servicio de los ciudadanos, no de unos partidos políticos que se han convertido ya en el mayor obstáculo para que exista regeneración, democracia y dignidad en España.
Nadie dijo ayer en las Cortes (ni lo dirá porque la prensa está tan sometida, alienada y corrompida como la misma "casta") que el 80 por ciento de los españoles desconfía del gobierno, que los políticos que allí discutían como estrellas, son, en realidad, gente despreciada por su pueblo, que ya les señala en las encuestas como el tercer gran problema del país, por delante, incluso, del terrorismo, que la gente más lúcida y responsable del país, junto con los millones de parados y pobres que llenan las calles de España ya emiten cada día un voto de censura, incuestionable en democracia, no sólo contra Zapatero, sino contra toda "la casta" que infecta a España.
El balance final del debate, desolador: constatación de que España está en malas manos, ninguna medida concreta para atajar la crisis, despilfarro e ineptitud a mansalva, burla de la ciudadanía, un iluminado en La Moncloa, que sigue esperando un "milagro", una oposición decepcionante y, para colmo de males, un Zapatero que crea una comisión, que es el recurso de los que no tienen recursos, para entronizar la parálisis y para que todo siga igual.
¡Maldita sea!
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