La prensa norteamericana, mejor informada y más libre que la española, con The New York Times a la cabeza, argumenta que Zapatero destila fracaso, que no es el líder capaz de salvar a España y sugiere algo de extrema importancia y que descalifica tanto a Zapatero que debería obligarle a dimitir: que ha perdido credibilidad y la confianza de su pueblo.
Esa pérdida de credibilidad y de confianza se refleja en las encuestas y se percibe en la vida diaria de los españoles, pero la propaganda gubernamental la esconde y la prensa cómplice española ayuda a ocultarla.
Esa misma prensa norteamericana sugiere que, en la reciente visita del rey Juan Carlos a la Casa Blanca, en la comida privada que compartió con Obama, con Hilary Clinton y con otros personajes claves del poder americano, se le hizo saber al monarca la preocupación en Estados Unidos por la pérdida de credibilidad de Zapatero.
Nadie sabe si el rey reaccionó hablando bien de su "amigo" Zapatero, al que defendió públicamente en España, no hace mucho, rompiendo así la neutralidad que es recomendable al Jefe del Estado en democracia, pero lo más probable es que, consciente de que esa "perdida de credibilidad" es una verdad incuestionable, agachara la cabeza y se tragara ese sapo, merecido por él como jefe del Estado y también por el pueblo cobarde de España, que soporta sin rebeldía a quien le malgobierna y arruina a diario.
De cualquier modo, el rey Juan Carlos debió ser receptor en la Casa Blanca de análisis y testimonios de gran importancia porque es evidente que su nivel de preocupación ante la situación de España se ha incrementado notablemente a su regreso. Lo más probable es que, después de escuchar a Obama y a su equipo más próximo, llegara al convencimiento de que las reformas que España necesita con urgencia tienen que decidirse ya, a pesar de que el gobierno de Zapatero se niegue a hacerlas, poniendo al país en peligro, porque no quiere asumir sin el apoyo del resto de los partidos el importante desgate que traerá consigo esas medidas impopulares y dolorosas para los ciudadanos.
Los españoles deberían sentirse avergonzados por soportar a un gobierno, el presidido por Zapatero, desprestigiado ante los gobiernos y las cancillerías de los países democráticos y avanzados. Nadie se explica en la alta política mundial por qué razón ese gobierno de Zapatero sigue demorando las reformas que el país necesita con desesperante urgencia, ni entiende qué es lo que paraliza a los ciudadanos españoles y les impide exigir que los ineptos que le conducen hacia el abismo abandonen el timón y convoquen las elecciones anticipadas que el país se merece.
El caso de Zapatero será estudiado pronto en todas las grandes escuelas de altos estudios políticos y en los principales thinks tanks del planeta como modelo de lo que no debe hacerse en política. El rasgo principal que se desprenderá de esos estudios quizás sea su condición de "despilfarrador" compulsivo. Ha despilfarrado no sólo la riqueza acumulada por España en las últimas décadas, sino también el valioso tejido productivo español, la armadura moral de la sociedad, los valores y hasta su propio capital político, abundante cuando fue elegido en 2004 e inexistente hoy, cuando proyecta la imagen de un pobre diablo acosado, solitatio, alienado, sin el cariño de su pueblo, al que únicamente apoyan los fanáticos y los que ordeñan a diario las ubres del Estado, al que la comunidad internacional señala como un desacreditado dirigente, nocivo para su pueblo.
Pero la tragedia de Zapatero no es únicamente la de un líder inepto que perjudica a su pueblo, sino también la de un sujeto dilapidador que deteriora todo lo que toca, incluyendo la "credibilidad" y la "confianza" que tanto preocupan en Washington, donde saben que son las bases de la democracia, de la economía, de la convivencia y la principal justificación del liderazgo. Sin confianza, las sociedades no pueden avanzar, ni sostenerse. Sin creer en su líder, los hombres y las mujeres libres dejan de existir y toda sociedad termina siendo humillada, sometida, esclavizada y esquilmada en su dignidad.
Esa pérdida de credibilidad y de confianza se refleja en las encuestas y se percibe en la vida diaria de los españoles, pero la propaganda gubernamental la esconde y la prensa cómplice española ayuda a ocultarla.
Esa misma prensa norteamericana sugiere que, en la reciente visita del rey Juan Carlos a la Casa Blanca, en la comida privada que compartió con Obama, con Hilary Clinton y con otros personajes claves del poder americano, se le hizo saber al monarca la preocupación en Estados Unidos por la pérdida de credibilidad de Zapatero.
Nadie sabe si el rey reaccionó hablando bien de su "amigo" Zapatero, al que defendió públicamente en España, no hace mucho, rompiendo así la neutralidad que es recomendable al Jefe del Estado en democracia, pero lo más probable es que, consciente de que esa "perdida de credibilidad" es una verdad incuestionable, agachara la cabeza y se tragara ese sapo, merecido por él como jefe del Estado y también por el pueblo cobarde de España, que soporta sin rebeldía a quien le malgobierna y arruina a diario.
De cualquier modo, el rey Juan Carlos debió ser receptor en la Casa Blanca de análisis y testimonios de gran importancia porque es evidente que su nivel de preocupación ante la situación de España se ha incrementado notablemente a su regreso. Lo más probable es que, después de escuchar a Obama y a su equipo más próximo, llegara al convencimiento de que las reformas que España necesita con urgencia tienen que decidirse ya, a pesar de que el gobierno de Zapatero se niegue a hacerlas, poniendo al país en peligro, porque no quiere asumir sin el apoyo del resto de los partidos el importante desgate que traerá consigo esas medidas impopulares y dolorosas para los ciudadanos.
Los españoles deberían sentirse avergonzados por soportar a un gobierno, el presidido por Zapatero, desprestigiado ante los gobiernos y las cancillerías de los países democráticos y avanzados. Nadie se explica en la alta política mundial por qué razón ese gobierno de Zapatero sigue demorando las reformas que el país necesita con desesperante urgencia, ni entiende qué es lo que paraliza a los ciudadanos españoles y les impide exigir que los ineptos que le conducen hacia el abismo abandonen el timón y convoquen las elecciones anticipadas que el país se merece.
El caso de Zapatero será estudiado pronto en todas las grandes escuelas de altos estudios políticos y en los principales thinks tanks del planeta como modelo de lo que no debe hacerse en política. El rasgo principal que se desprenderá de esos estudios quizás sea su condición de "despilfarrador" compulsivo. Ha despilfarrado no sólo la riqueza acumulada por España en las últimas décadas, sino también el valioso tejido productivo español, la armadura moral de la sociedad, los valores y hasta su propio capital político, abundante cuando fue elegido en 2004 e inexistente hoy, cuando proyecta la imagen de un pobre diablo acosado, solitatio, alienado, sin el cariño de su pueblo, al que únicamente apoyan los fanáticos y los que ordeñan a diario las ubres del Estado, al que la comunidad internacional señala como un desacreditado dirigente, nocivo para su pueblo.
Pero la tragedia de Zapatero no es únicamente la de un líder inepto que perjudica a su pueblo, sino también la de un sujeto dilapidador que deteriora todo lo que toca, incluyendo la "credibilidad" y la "confianza" que tanto preocupan en Washington, donde saben que son las bases de la democracia, de la economía, de la convivencia y la principal justificación del liderazgo. Sin confianza, las sociedades no pueden avanzar, ni sostenerse. Sin creer en su líder, los hombres y las mujeres libres dejan de existir y toda sociedad termina siendo humillada, sometida, esclavizada y esquilmada en su dignidad.
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