No hace mucho, los medios de comunicación anunciaron que José Luis Rodríguez Zapatero dejaba temporalmente el Consejo de Estado para colaborar con una ONG de matriz alemana. Millones de españoles expresaron en las redes y en la prensa su satisfacción por el hecho de que ese pésimo político, verdugo de España y uno de los peores mandatarios de nuestra historia, se fuera de ese alto órgano consultivo, donde solo podía seguir dañando a la nación.
Hizo tantas barbaridades y estupideces cuando gobernaba España que son difíciles de enumerar y muy dolorosas de recordar. Negó la crisis, manipuló la realidad, creó tensiones para ganar votos, sembró el país de desempleados, elevó la mentira a política de Estado, hizo recortes impensables para un político de izquierdas, fue injusto, gestionó la crisis como un idiota, alimentó el nacionalismo, dio brío al independentismo, dejó a ETA instalada en las instituciones y, lo peor de todo, dejó a España tan sedienta de un cambio que los españoles votaron masivamente a Rojoy, todo un mequetrefe que jamás debería haber alcanzado la jefatura del gobierno de una nación digna y decente.
Zapatero, además de ser el verdugo de España, lo fue también de su partido y causó tanto daño al prestigio y a la imagen de la izquierda que la dejó tocada y renqueante, preparando el terreno para que ese espacio del espectro político pudiera ser ocupado por radicales sin demasiado cerebro y ajenos a la democracia, impulsores de un inquietante populismo nuevo.
El gobierno de Zapatero fue tan nefasto que los ciudadanos le culpan de muchos errores que no son suyos en exclusiva y de dramas que él no inició, como la corrupción, el desempleo, la crisis, los desahucios, los recortes y el uso de la mentira desde el corazón del Estado.
Lo único bueno de su gobierno fue que los ciudadanos se cansaron tanto y se indignaron con tanta furia que terminaron rebelándose contra él, contra su partido y contra toda la casta política, que comenzó a aparecer en las encuestas como el gran problema del país, junto con el paro, por encima, incluso, de la corrupción.
Si hubiera sido inteligente, habría pedido perdón por sus errores y daños y se habría retirado de la vida pública hasta que las heridas que abrió se cerraran, pero es tan atolondrado e inepto que participa en foros, opina, aconseja y hasta propone recetas, una actitud que sólo consigue enfurecer a los que le culpan del actual desastre español.
El PSOE, asustado porque la presencia de Zapatero en el poder le restaba cientos de miles de votos cada mes, le pidió que se fuera, un gesto insólito en un partido tan disciplinado y vertical como el socialista.
El rechazo a Zapatero, contrariamente a lo que él mismo esperaba, no se ha suavizado apenas con el transcurso del tiempo y sigue vivo en la epidermis política de los españoles. Por eso, que nadie se extrañe de que haya sido su propio partido, inquieto porque, a pesar del descrédito y de los errores del PP de Rajoy, no termina de despegar en las encuestas, haya sido el que le ha exigido que se marche del Consejo de Estado y hasta de España.
Hizo tantas barbaridades y estupideces cuando gobernaba España que son difíciles de enumerar y muy dolorosas de recordar. Negó la crisis, manipuló la realidad, creó tensiones para ganar votos, sembró el país de desempleados, elevó la mentira a política de Estado, hizo recortes impensables para un político de izquierdas, fue injusto, gestionó la crisis como un idiota, alimentó el nacionalismo, dio brío al independentismo, dejó a ETA instalada en las instituciones y, lo peor de todo, dejó a España tan sedienta de un cambio que los españoles votaron masivamente a Rojoy, todo un mequetrefe que jamás debería haber alcanzado la jefatura del gobierno de una nación digna y decente.
Zapatero, además de ser el verdugo de España, lo fue también de su partido y causó tanto daño al prestigio y a la imagen de la izquierda que la dejó tocada y renqueante, preparando el terreno para que ese espacio del espectro político pudiera ser ocupado por radicales sin demasiado cerebro y ajenos a la democracia, impulsores de un inquietante populismo nuevo.
El gobierno de Zapatero fue tan nefasto que los ciudadanos le culpan de muchos errores que no son suyos en exclusiva y de dramas que él no inició, como la corrupción, el desempleo, la crisis, los desahucios, los recortes y el uso de la mentira desde el corazón del Estado.
Lo único bueno de su gobierno fue que los ciudadanos se cansaron tanto y se indignaron con tanta furia que terminaron rebelándose contra él, contra su partido y contra toda la casta política, que comenzó a aparecer en las encuestas como el gran problema del país, junto con el paro, por encima, incluso, de la corrupción.
Si hubiera sido inteligente, habría pedido perdón por sus errores y daños y se habría retirado de la vida pública hasta que las heridas que abrió se cerraran, pero es tan atolondrado e inepto que participa en foros, opina, aconseja y hasta propone recetas, una actitud que sólo consigue enfurecer a los que le culpan del actual desastre español.
El PSOE, asustado porque la presencia de Zapatero en el poder le restaba cientos de miles de votos cada mes, le pidió que se fuera, un gesto insólito en un partido tan disciplinado y vertical como el socialista.
El rechazo a Zapatero, contrariamente a lo que él mismo esperaba, no se ha suavizado apenas con el transcurso del tiempo y sigue vivo en la epidermis política de los españoles. Por eso, que nadie se extrañe de que haya sido su propio partido, inquieto porque, a pesar del descrédito y de los errores del PP de Rajoy, no termina de despegar en las encuestas, haya sido el que le ha exigido que se marche del Consejo de Estado y hasta de España.
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