El alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín, obligado por su partido a abandonar la alcaldía porque los errores, fracasos y episodios corruptos de su gobierno han inundado la política municipal de basura y están hundiendo al PSOE en las encuestas, negocia con los dirigentes socialistas y exige, antes de dejar su sillón de alcalde, un cargo público de importancia que le permita seguir formando parte de la "casta" y vivir cómodamente en el futuro.
Moteseirín es médico y podría ocupar su puesto en el sistema andaluz de salud, pero él prefiere seguir "en la pomada", viviendo de esa política que ha dejado de ser un servicio y que debe aportar tantos beneficios y satisfacciones que nadie quiere abandonar. Como su partido no le ha ofrecido nada apetecible, amenaza con permanecer como alcalde hasta el fin de su mandato.
Con toda seguridad, Monteseirín logrará su objetivo, a pesar de los daños que su alcaldía ha causado a la capital del sur, y será otro "ejemplo" más, de los muchos ya existentes en España, en el que la partitocracia premia con altos cargos públicos y sueldos de lujo el fracaso político, el rechazo de los ciudadanos y la mala gestión, todo un comportamiento repugnante que envilece la vida política y degenera la democracia. Manuel Chávez, anterior presidente andaluz, bajo sospecha de corrupción por haber entregado diez millones de euros públicos a la empresa donde trabaja su hija Paula, también es otro "premiado" por el PSOE, esta vez nada menos que con una "Vicepresidencia" del gobierno.
Aunque el premio de los fracasados es una constante del sistema que practican al unísono la derecha y la izquierda, nadie supera al PSOE en su "generosidad" con los caídos y fracasados. El PSOE tiene la bien ganada fama de que jamás abandona a los suyos, lo que significa que el ciudadano tenga que pagar con sus impuestos enormes praderas donde pastan políticos amortizados y aparcamientos donde viven sin aportar nada gente fracasada en la política cuyo único mérito es que conocen importantes secretos que no conviene que sean aireados como consecuencia de un enfado.
La capacidad de premiar al dirigente, aunque haya causado estragos al pueblo y a la nación, quedará demostrada, una vez más, cuando Zapatero sea desalojado de la Moncloa. Pasará a la Historia como el peor presidente del gobiuerno español desde el siglo XIX y habrá dejado a su paso un reguero de cadáveres, formados por parados, empresarios arruinados, autónomos en la ruína y muchos nuevos pobres y desesperados, pero su partido se cuidarña de que tenga un futuro "esplendoroso".
La "omertá", o el silencio cómplice que protege al grupo para que no pierda ventajas y privilegios, es uno de los rasgos más corruptos y repugnantes de la actual vida política española, llena de sospechosos, fracasados y hasta auténticos chorizos, que han pasado del fracaso escolar al coche oficial, cuya lealtad y silencio se pagan con cargos y sueldos públicos.
Por desgracia, son prácticas "legales", aunque indignas y repugnantes, que se han convertido en habituales en los partidos políticos españoles, que, desde hace ya mucho tiempo, suelen anteponer sus intereses de poder al bien común y a los deseos y anhelos de los ciudadanos.
La primera urgencia para la regeneración de la democracia española, antes de la reforma de la injusta y desequilibrada ley electoral, es la refundación de los partidos políticos, que en el futuro deberán perder poder y tendrán que ser controlados por los ciudadanos y por comisiones de notables, designadas en y por la sociedad civil, integradas por gente independiente y de probada ética e independencia, con autoridad suficiente para domesticar y enjaular a esos partidos políticos que, presos del autoritarismo, el egoísmo y la enfermiza obsesión por el poder, son hoy el gran obstáculo que imposibilita la democracia en España.
Los partidos políticos han degenerado el sistema y han hecho trizas la ética democrática. Víctimas de una enfermiza obsesión por el poder y el dominio, han convertido la democracia en una sucia oligocracia partidista, donde el poder no descansa ya en el ciudadano, que debería ser el soberano del sistema, sino en las élites profesionales de políticos que controlan los partidos.
La "sucia ética" partidista incumple todas las reglas imprescindibles para que exista democracia, sin excepción, desde la independencia y separación de los grandes poderes del Estado y el protagonismo del ciudadano, hasta el respeto a los derechos fundamentales, la igualdad ante la ley, la garantía de una prensa libre y la existencia de unos procesos electorales plenamente libres.
Los partidos, abrazados con fuerza a la mediocridad y al autoritarismo, son las peores escuelas imaginables para formar a demócratas. Dentro de los partidos no existe el debate libre, ni se premian los méritos, ni reina la libertad, valores imprescindibles en democracia que han sido suplantados por la sumisión al lider, el silencio cómplice y una falsa lealtad que antepone el partido a la moral, que prescinde de la ideología cuando se convierte en un estorbo y que eleva a la categoría de "disciplina interna" una mezcla indigna de omertá y arrogancia.
El drama de la partitocracia no es exclusivo de España, aunque en nuestro país haya alcanzado niveles casi insuperables. Es un mal que afecta a la mayoría de los países en teoría democráticos del mundo, transformados, con mayor o menor intensidad y descaro, en dictaduras de partidos sancionadas por las urnas.
Todos prescinden del ciudadano, que debería ser el soberano del sistema, al que envían a su casa y sólo convocan cuando se abren las urnas. No son los ciudadanos sino los partidos los que realmente eligen a los representantes politicos, porque son los partidos y no los ciudadanos los que elaboran esas listas "cerradas" y "bloqueadas" que son inamovibles para el votante. Las promesas electorales no se cumplen; las alianzas post electorales para alcanzar el poder son, muchas veces, contra natura; la convivencia del liderazgo político con la corrupción causa espanto, la financiación de los partidos es tan opaca como la noche; la prensa libre está acosada y los periodistas y editores comprados por le poder son ya una legión cuyo hedor inunda el planeta.
La política es una estafa y tiene que ser refundada. Los cambios a introducir son tan profundos, que los actuales políticos se resistirán como fieras para preservar su condición de "nuevos amos" del mundo. Sin embargo, el cambio será inevitable y, tarde o temprano, los chorizos tendrán que bajarse de los coches oficiales y la gente noble y dominada por la ética tendrá que regresar al poder público, del que hace mucho tiempo que fue ignominiosamente expulsada.
Moteseirín es médico y podría ocupar su puesto en el sistema andaluz de salud, pero él prefiere seguir "en la pomada", viviendo de esa política que ha dejado de ser un servicio y que debe aportar tantos beneficios y satisfacciones que nadie quiere abandonar. Como su partido no le ha ofrecido nada apetecible, amenaza con permanecer como alcalde hasta el fin de su mandato.
Con toda seguridad, Monteseirín logrará su objetivo, a pesar de los daños que su alcaldía ha causado a la capital del sur, y será otro "ejemplo" más, de los muchos ya existentes en España, en el que la partitocracia premia con altos cargos públicos y sueldos de lujo el fracaso político, el rechazo de los ciudadanos y la mala gestión, todo un comportamiento repugnante que envilece la vida política y degenera la democracia. Manuel Chávez, anterior presidente andaluz, bajo sospecha de corrupción por haber entregado diez millones de euros públicos a la empresa donde trabaja su hija Paula, también es otro "premiado" por el PSOE, esta vez nada menos que con una "Vicepresidencia" del gobierno.
Aunque el premio de los fracasados es una constante del sistema que practican al unísono la derecha y la izquierda, nadie supera al PSOE en su "generosidad" con los caídos y fracasados. El PSOE tiene la bien ganada fama de que jamás abandona a los suyos, lo que significa que el ciudadano tenga que pagar con sus impuestos enormes praderas donde pastan políticos amortizados y aparcamientos donde viven sin aportar nada gente fracasada en la política cuyo único mérito es que conocen importantes secretos que no conviene que sean aireados como consecuencia de un enfado.
La capacidad de premiar al dirigente, aunque haya causado estragos al pueblo y a la nación, quedará demostrada, una vez más, cuando Zapatero sea desalojado de la Moncloa. Pasará a la Historia como el peor presidente del gobiuerno español desde el siglo XIX y habrá dejado a su paso un reguero de cadáveres, formados por parados, empresarios arruinados, autónomos en la ruína y muchos nuevos pobres y desesperados, pero su partido se cuidarña de que tenga un futuro "esplendoroso".
La "omertá", o el silencio cómplice que protege al grupo para que no pierda ventajas y privilegios, es uno de los rasgos más corruptos y repugnantes de la actual vida política española, llena de sospechosos, fracasados y hasta auténticos chorizos, que han pasado del fracaso escolar al coche oficial, cuya lealtad y silencio se pagan con cargos y sueldos públicos.
Por desgracia, son prácticas "legales", aunque indignas y repugnantes, que se han convertido en habituales en los partidos políticos españoles, que, desde hace ya mucho tiempo, suelen anteponer sus intereses de poder al bien común y a los deseos y anhelos de los ciudadanos.
La primera urgencia para la regeneración de la democracia española, antes de la reforma de la injusta y desequilibrada ley electoral, es la refundación de los partidos políticos, que en el futuro deberán perder poder y tendrán que ser controlados por los ciudadanos y por comisiones de notables, designadas en y por la sociedad civil, integradas por gente independiente y de probada ética e independencia, con autoridad suficiente para domesticar y enjaular a esos partidos políticos que, presos del autoritarismo, el egoísmo y la enfermiza obsesión por el poder, son hoy el gran obstáculo que imposibilita la democracia en España.
Los partidos políticos han degenerado el sistema y han hecho trizas la ética democrática. Víctimas de una enfermiza obsesión por el poder y el dominio, han convertido la democracia en una sucia oligocracia partidista, donde el poder no descansa ya en el ciudadano, que debería ser el soberano del sistema, sino en las élites profesionales de políticos que controlan los partidos.
La "sucia ética" partidista incumple todas las reglas imprescindibles para que exista democracia, sin excepción, desde la independencia y separación de los grandes poderes del Estado y el protagonismo del ciudadano, hasta el respeto a los derechos fundamentales, la igualdad ante la ley, la garantía de una prensa libre y la existencia de unos procesos electorales plenamente libres.
Los partidos, abrazados con fuerza a la mediocridad y al autoritarismo, son las peores escuelas imaginables para formar a demócratas. Dentro de los partidos no existe el debate libre, ni se premian los méritos, ni reina la libertad, valores imprescindibles en democracia que han sido suplantados por la sumisión al lider, el silencio cómplice y una falsa lealtad que antepone el partido a la moral, que prescinde de la ideología cuando se convierte en un estorbo y que eleva a la categoría de "disciplina interna" una mezcla indigna de omertá y arrogancia.
El drama de la partitocracia no es exclusivo de España, aunque en nuestro país haya alcanzado niveles casi insuperables. Es un mal que afecta a la mayoría de los países en teoría democráticos del mundo, transformados, con mayor o menor intensidad y descaro, en dictaduras de partidos sancionadas por las urnas.
Todos prescinden del ciudadano, que debería ser el soberano del sistema, al que envían a su casa y sólo convocan cuando se abren las urnas. No son los ciudadanos sino los partidos los que realmente eligen a los representantes politicos, porque son los partidos y no los ciudadanos los que elaboran esas listas "cerradas" y "bloqueadas" que son inamovibles para el votante. Las promesas electorales no se cumplen; las alianzas post electorales para alcanzar el poder son, muchas veces, contra natura; la convivencia del liderazgo político con la corrupción causa espanto, la financiación de los partidos es tan opaca como la noche; la prensa libre está acosada y los periodistas y editores comprados por le poder son ya una legión cuyo hedor inunda el planeta.
La política es una estafa y tiene que ser refundada. Los cambios a introducir son tan profundos, que los actuales políticos se resistirán como fieras para preservar su condición de "nuevos amos" del mundo. Sin embargo, el cambio será inevitable y, tarde o temprano, los chorizos tendrán que bajarse de los coches oficiales y la gente noble y dominada por la ética tendrá que regresar al poder público, del que hace mucho tiempo que fue ignominiosamente expulsada.
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