La democracia, además de una filosofía ideada para poder convivir en armonía, aunque se discrepe, es también un sistema con reglas y leyes que todos deben respetar. El alma de la democracia es la valoración del ciudadano, que es el protagonista y el soberano del sistema, pero su esencia más íntima es que considera al Estado como un peligro con tendencias a aumentar siempre su poder, por lo que necesita ser enjaulado, vigilado y controlado para evitar que ejerza como tirano opresor. La democracia es el único sistema político ideado por el hombre que ha demostrado ser capaz de encerrar al Estado en una jaula con múltiples y eficaces cerrojos.
Entre esos cerrojos que impiden al Estado convertirse en un monstruo opresor, destaca la existencia de una prensa libre, capaz de informar verazmente y de fiscalizar a los grandes poderes, lo que implica ser críticos con los poderosos y respeto al derecho ciudadano a difundir y a recibir información veraz.
Hay otros cerrojos, como son la separación y funcionamiento independiente de los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, las elecciones verdaderamente libres, el respeto a los derechos fundamentales, el protagonismo y participación del ciudadano en la vida política, la necesidad de controlar el poder de los partidos políticos, la garantía de la lucha del Estado contra la corrupción, la defensa de los grandes valores y otros, todos ellos orientados a mantener al Estado bajo control, a obligarle a actuar con decencia e impedirle que desarrolle sus tendencias opresoras.
El cerrojo de la libertad mediática, esperanzador y eficiente, ideado como la última garantía del sistema, trajo consigo el nacimiento de una prensa rabiosamente libre, cuya principal misión era buscar y difundir la verdad, fiscalizando y controlando de ese modo, con luz y taquígrafos, a los grandes poderes. La democracia, consciente del valor crucial de la libertad y la independencia de la prensa, dotó a los periodistas de prestigio y casi los convirtió en héroes populares, regalándoles derechos especiales como el uso casi ilimitado de la libertad de expresión, facilidades para investigar y difundir la verdad y el derecho a preservar y proteger a sus fuentes. A cambio, sólo les pedía que buscaran incansablemente la verdad y la difundieran a los cuatro vientos, sin renunciar nunca a la independencia y al deber de servir a la ciudadanía en su lucha contra los grandes poderes. Esa alianza entre periodistas y ciudadanos, vital para el sistema democrático, es la que alumbró el periodismo moderno.
De esa prensa libre y crítica con los grandes poderes apenas quedan unas sombras, generalmente medios de poca audiencia y muchos blogs y páginas en internet, muy poco si se compara esos brotes de libertad con la inmensidad de las cadenas y medios vinculados al poder y ayudando a la confusión, desinformación y sometimiento del ciudadano, todo un panorama desolador para la libertad que hace imposible la existencia de una verdadera democracia.
Trump ha sorprendido al mundo declarando la guerra a los medios estadounidenses, probablemente los más influyentes y poderosos del mundo. En su última rueda de prensa, Trump ha negado la palabra a periodistas estrellas de Estados Unidos y ha llamado mentirosos y delincuentes a medios poderosos y temidos, hasta ahora considerados puntales de la democracia americana. Una parte importante de la sociedad norteamericana, acostumbrada a contemplar a la CNN, al Washington Post, al New York Times y a otros grandes medios como "dioses", está sorprendida, pero complacida en el fondo por la osada valentía de Trump.
Al calificarlos como los seres más deshonestos existentes sobre la tierra, Trump corre el riesgo de tener que gobernar con los periodistas y los medios en contra, pero los medios también arriesgan porque las acusaciones de Trump son compartidas por millones de ciudadanos que pueden tomar partido por el presidente y demostrar que el poder mediático tiene los pies de barro si pierde credibilidad y el aprecio de su audiencia.
La cruzada de Trump contra los medios no inaugura la polémica entre ciudadanos y poder mediático sino que únicamente la reactiva y relanza. Muchos ciudadanos empiezan a descubrir que el periodismo está todavía más degradado y degenerado que la política y que hay periodistas tan acostumbrados a manipular y mentir que superan en vileza y corrupción a los peores políticos.
Muchos creen que el gran drama de nuestro tiempo y la causa principal de la decadencia y de la corrupción es el deterioro de la política y la perversión de los políticos, pero la verdad es que el periodismo está todavía más degradado y degenerado que la política y que hay periodistas cuya vileza y corrupción supera las de los peores políticos.
En países como España, la alianza de los medios con los grandes poderes y la traición a la democracia son más graves y escandalosos que en Estados Unidos. Los políticos españoles prefieren gobernar sin interferencias y sin que nada ni nadie les vigile, critique y cuestione su proceder. Eso significa que desarrollan un antidemocrático trabajo que consiste en sellar alianzas con las empresas mediáticas, a las que ayudan con publicidad y otras concesiones y marginar a los medios críticos, al mismo tiempo que obstaculizan la carrera profesional de los periodistas críticos y promocionan la de sus voceros y sometidos. Simultáneamente, suelen contratar periodistas para los medios públicos, entre los que no soportan la crítica, y emplean cada vez más a expertos en distorsión, confusión y manipulación, muchos de los cuales son periodistas, para que desarrollen su actividad en las redes sociales, favoreciendo siempre a los poderosos.
No sabemos si Trump será un buen o un mal presidente, ni si logrará, como muchos esperamos, dar a la política mundial ese giro necesario que la obligue a mirar a los ciudadanos, a trabajar para el bien común y a defender los valores, derechos y libertades, en lugar de colaborar con el poder que ha llenado el planeta de paraísos fiscales, desigualdad, injusticia, desempleo, guerras, corrupción en los palacios del poder y una democracia tan deteriorada que cada día se parece más a una tiranía de partidos.
Si Trump triunfa, los medios habituados a manipular y mentir para beneficiar al establishment también tendrán que corregir su rumbo y volver a convertir a los ciudadanos y a la verdad crítica frente al poder en sus principales clientes y aliados.
Francisco Rubiales
Entre esos cerrojos que impiden al Estado convertirse en un monstruo opresor, destaca la existencia de una prensa libre, capaz de informar verazmente y de fiscalizar a los grandes poderes, lo que implica ser críticos con los poderosos y respeto al derecho ciudadano a difundir y a recibir información veraz.
Hay otros cerrojos, como son la separación y funcionamiento independiente de los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, las elecciones verdaderamente libres, el respeto a los derechos fundamentales, el protagonismo y participación del ciudadano en la vida política, la necesidad de controlar el poder de los partidos políticos, la garantía de la lucha del Estado contra la corrupción, la defensa de los grandes valores y otros, todos ellos orientados a mantener al Estado bajo control, a obligarle a actuar con decencia e impedirle que desarrolle sus tendencias opresoras.
El cerrojo de la libertad mediática, esperanzador y eficiente, ideado como la última garantía del sistema, trajo consigo el nacimiento de una prensa rabiosamente libre, cuya principal misión era buscar y difundir la verdad, fiscalizando y controlando de ese modo, con luz y taquígrafos, a los grandes poderes. La democracia, consciente del valor crucial de la libertad y la independencia de la prensa, dotó a los periodistas de prestigio y casi los convirtió en héroes populares, regalándoles derechos especiales como el uso casi ilimitado de la libertad de expresión, facilidades para investigar y difundir la verdad y el derecho a preservar y proteger a sus fuentes. A cambio, sólo les pedía que buscaran incansablemente la verdad y la difundieran a los cuatro vientos, sin renunciar nunca a la independencia y al deber de servir a la ciudadanía en su lucha contra los grandes poderes. Esa alianza entre periodistas y ciudadanos, vital para el sistema democrático, es la que alumbró el periodismo moderno.
De esa prensa libre y crítica con los grandes poderes apenas quedan unas sombras, generalmente medios de poca audiencia y muchos blogs y páginas en internet, muy poco si se compara esos brotes de libertad con la inmensidad de las cadenas y medios vinculados al poder y ayudando a la confusión, desinformación y sometimiento del ciudadano, todo un panorama desolador para la libertad que hace imposible la existencia de una verdadera democracia.
Trump ha sorprendido al mundo declarando la guerra a los medios estadounidenses, probablemente los más influyentes y poderosos del mundo. En su última rueda de prensa, Trump ha negado la palabra a periodistas estrellas de Estados Unidos y ha llamado mentirosos y delincuentes a medios poderosos y temidos, hasta ahora considerados puntales de la democracia americana. Una parte importante de la sociedad norteamericana, acostumbrada a contemplar a la CNN, al Washington Post, al New York Times y a otros grandes medios como "dioses", está sorprendida, pero complacida en el fondo por la osada valentía de Trump.
Al calificarlos como los seres más deshonestos existentes sobre la tierra, Trump corre el riesgo de tener que gobernar con los periodistas y los medios en contra, pero los medios también arriesgan porque las acusaciones de Trump son compartidas por millones de ciudadanos que pueden tomar partido por el presidente y demostrar que el poder mediático tiene los pies de barro si pierde credibilidad y el aprecio de su audiencia.
La cruzada de Trump contra los medios no inaugura la polémica entre ciudadanos y poder mediático sino que únicamente la reactiva y relanza. Muchos ciudadanos empiezan a descubrir que el periodismo está todavía más degradado y degenerado que la política y que hay periodistas tan acostumbrados a manipular y mentir que superan en vileza y corrupción a los peores políticos.
Muchos creen que el gran drama de nuestro tiempo y la causa principal de la decadencia y de la corrupción es el deterioro de la política y la perversión de los políticos, pero la verdad es que el periodismo está todavía más degradado y degenerado que la política y que hay periodistas cuya vileza y corrupción supera las de los peores políticos.
En países como España, la alianza de los medios con los grandes poderes y la traición a la democracia son más graves y escandalosos que en Estados Unidos. Los políticos españoles prefieren gobernar sin interferencias y sin que nada ni nadie les vigile, critique y cuestione su proceder. Eso significa que desarrollan un antidemocrático trabajo que consiste en sellar alianzas con las empresas mediáticas, a las que ayudan con publicidad y otras concesiones y marginar a los medios críticos, al mismo tiempo que obstaculizan la carrera profesional de los periodistas críticos y promocionan la de sus voceros y sometidos. Simultáneamente, suelen contratar periodistas para los medios públicos, entre los que no soportan la crítica, y emplean cada vez más a expertos en distorsión, confusión y manipulación, muchos de los cuales son periodistas, para que desarrollen su actividad en las redes sociales, favoreciendo siempre a los poderosos.
No sabemos si Trump será un buen o un mal presidente, ni si logrará, como muchos esperamos, dar a la política mundial ese giro necesario que la obligue a mirar a los ciudadanos, a trabajar para el bien común y a defender los valores, derechos y libertades, en lugar de colaborar con el poder que ha llenado el planeta de paraísos fiscales, desigualdad, injusticia, desempleo, guerras, corrupción en los palacios del poder y una democracia tan deteriorada que cada día se parece más a una tiranía de partidos.
Si Trump triunfa, los medios habituados a manipular y mentir para beneficiar al establishment también tendrán que corregir su rumbo y volver a convertir a los ciudadanos y a la verdad crítica frente al poder en sus principales clientes y aliados.
Francisco Rubiales
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