La ascensión de Rubalcaba es un caso insólito y sorprendente en el bando de las democracias, donde rara vez un hombre formado en las cloacas del Estado es promocionado como futuro presidente del gobierno. Los grandes fontaneros que se remueven la porquería interna del Estado, como Rubalcaba, son personajes necesarios para el poder, pero el manual exige que se mantengan en la sombra y que jamás sean exhibidos en público.
De los expertos en cloacas decía el difunto general De Gaulle que eran necesarios y a veces casi héroes, pero que el pueblo jamás debía verles el rostro.
Sin embargo, Rubalcaba, que goza del aprecio de la Casa Real y de quien se afirma que es el candidato ideal de los socialistas para suceder a un Zapatero que ya despierta un rechazo masivo entre los votantes de todos los colores y tendencias, ha sido colocado en la rampa de lanzamiento, donde está siendo achicharrado sin misericordia, lo que despierta la sospecha de que su promoción política es una jugada maquiavélica y de supervivencia del fracasado Zapatero.
De cualquier modo, sorprende que Rubalcaba, si quieren que sea un hombre de futuro, esté siendo tratado con estrategias pésimas, que, más que cuidarle, parecen destinadas a liquidarlo. En primer lugar acumula en sus manos demasiadas carteras (vicepresidente primero, portavoz y ministro del Interior), una concentración de poder propia de dictaduras e insólita en los países democráticos.
Más sorprendente todavía es su hoja de servicios a la mal llamada "democracia española", cargada de dramas y de sospechas, tan inapropiada para un candidato con futuro que podría sospecharse que ha sido el mismo Rajoy quien le ha designado.
Como ministro de Educación y Ciencia impulsó la LOGSE, la peor ley de educación de la España moderna, una auténtica fábrica de analfabetos que ha llevado a España a ocupar puestos de vergüenza en los rankings mundiales de baja calidad educativa y fracaso escolar.
Fue ministro de la Presidencia y de Relaciones con las Cortes, asumiendo también el papel de portavoz del gobierno de Felipe González en el periodo más negro y estremecedor del posfranquismo, marcado por escándalos casi diarios de corrupción y por el gran drama de los GAL, la gran mancha de la democracia española, en el que Rubalcaba ocultó los papeles del CESID y todas las pruebas sobre ese turbio asunto, capitaneando la operación que convirtió en chivos expiatorios a sus compañeros de partido Vera, Barrionuevo y Sancristóbal.
Apoyos ocultos y sorprendentes le elevaron hasta el Comité Federal del PSOE, pese a haber apoyado la candidatura de Bono frente a a la de Zapatero en las primarias más famosas del socialismo español. apoyar la candidatura de Bono frente a Zapatero. Fue también el director de la estrategia electoral de su partido en 2004, que culminó con la masacre del 11 M y con aquella traumática victoria socialista, marcada por el pánico de los votantes. El "España se merece un gobierno que no mienta" y el "pásalo", genuinas estrategias de cloaca, fueron creaciones suyas.
Tras un corto periodo como portavoz del grupo socialista en las Cortes, fue nombrado ministro de Interior en 2006 para dirigir el “proceso de paz” con ETA, la gran ilusión y la política medular de la primera legislatura de Zapatero. Fue responsable político del siniestro chivatazo del bar Faisán, delación por la que policías de su ministerio advirtieron a los etarras de una detención en curso.
Rubalcaba sigue hoy pilotando el delicado “proceso de negociación” con ETA, cada día más envuelto en la mentira, la manipulación y la oscuridad, transformado por el gran fontanero en una extraña pieza teatral televisada y denominada "el final de la violencia".
Bajo su mandato, la Fiscalía se ha puesto descaradamente al servicio del poder político, no del Estado, tratando de manera desigual los delitos de un bando y de otro, lo que constituye, probablemente, la mayor vergüenza antidemocrática de esta España en la que la democracia se ha convertido en basura y el poder en un gigantesco vertedero.
Impuso el "estado de Alarma" y movilizó a militares armados para acabar teatralmente con la huelga de controladores, sin que, posteriormente, ninguno haya sido condenado.
Fue él, personalmente, el que afianzó el sistema de espionaje informático y electrónico SITEL, que permite la grabación de millones de conversaciones simultáneas de ciudadanos y el seguimiento del rastro de las personas a través de la electrónica y otras pistas, un sistema infernal que fue adquirido por el gobierno de Aznar, que al final tuvo escrúpulos y no se atrevió a ponerlo en marcha. Quizás gracias al SITEL, su gran baza oculta es que conoce demasiados secretos de todos, aunque esos conocimientos, tal vez útiles para paralizar de miedo a sus adversarios políticos, no van a servirle para atraerse el voto de los ciudadanos.
Se le compara erróneamente con Maquiavelo, al que no le llega al tobillo, y con Fouché, al que solo se parece en lo oscuro, pero su condición de perito en sumideros le conectan con su verdadera familia política, la de los grandes traficantes de información, artífices del subsuelo y manipuladores de la opinión pública, del universo de los Goebbels, los Beria, los Andropov y el fundador del FBI, el opaco John Edgar Hoover.
De los expertos en cloacas decía el difunto general De Gaulle que eran necesarios y a veces casi héroes, pero que el pueblo jamás debía verles el rostro.
Sin embargo, Rubalcaba, que goza del aprecio de la Casa Real y de quien se afirma que es el candidato ideal de los socialistas para suceder a un Zapatero que ya despierta un rechazo masivo entre los votantes de todos los colores y tendencias, ha sido colocado en la rampa de lanzamiento, donde está siendo achicharrado sin misericordia, lo que despierta la sospecha de que su promoción política es una jugada maquiavélica y de supervivencia del fracasado Zapatero.
De cualquier modo, sorprende que Rubalcaba, si quieren que sea un hombre de futuro, esté siendo tratado con estrategias pésimas, que, más que cuidarle, parecen destinadas a liquidarlo. En primer lugar acumula en sus manos demasiadas carteras (vicepresidente primero, portavoz y ministro del Interior), una concentración de poder propia de dictaduras e insólita en los países democráticos.
Más sorprendente todavía es su hoja de servicios a la mal llamada "democracia española", cargada de dramas y de sospechas, tan inapropiada para un candidato con futuro que podría sospecharse que ha sido el mismo Rajoy quien le ha designado.
Como ministro de Educación y Ciencia impulsó la LOGSE, la peor ley de educación de la España moderna, una auténtica fábrica de analfabetos que ha llevado a España a ocupar puestos de vergüenza en los rankings mundiales de baja calidad educativa y fracaso escolar.
Fue ministro de la Presidencia y de Relaciones con las Cortes, asumiendo también el papel de portavoz del gobierno de Felipe González en el periodo más negro y estremecedor del posfranquismo, marcado por escándalos casi diarios de corrupción y por el gran drama de los GAL, la gran mancha de la democracia española, en el que Rubalcaba ocultó los papeles del CESID y todas las pruebas sobre ese turbio asunto, capitaneando la operación que convirtió en chivos expiatorios a sus compañeros de partido Vera, Barrionuevo y Sancristóbal.
Apoyos ocultos y sorprendentes le elevaron hasta el Comité Federal del PSOE, pese a haber apoyado la candidatura de Bono frente a a la de Zapatero en las primarias más famosas del socialismo español. apoyar la candidatura de Bono frente a Zapatero. Fue también el director de la estrategia electoral de su partido en 2004, que culminó con la masacre del 11 M y con aquella traumática victoria socialista, marcada por el pánico de los votantes. El "España se merece un gobierno que no mienta" y el "pásalo", genuinas estrategias de cloaca, fueron creaciones suyas.
Tras un corto periodo como portavoz del grupo socialista en las Cortes, fue nombrado ministro de Interior en 2006 para dirigir el “proceso de paz” con ETA, la gran ilusión y la política medular de la primera legislatura de Zapatero. Fue responsable político del siniestro chivatazo del bar Faisán, delación por la que policías de su ministerio advirtieron a los etarras de una detención en curso.
Rubalcaba sigue hoy pilotando el delicado “proceso de negociación” con ETA, cada día más envuelto en la mentira, la manipulación y la oscuridad, transformado por el gran fontanero en una extraña pieza teatral televisada y denominada "el final de la violencia".
Bajo su mandato, la Fiscalía se ha puesto descaradamente al servicio del poder político, no del Estado, tratando de manera desigual los delitos de un bando y de otro, lo que constituye, probablemente, la mayor vergüenza antidemocrática de esta España en la que la democracia se ha convertido en basura y el poder en un gigantesco vertedero.
Impuso el "estado de Alarma" y movilizó a militares armados para acabar teatralmente con la huelga de controladores, sin que, posteriormente, ninguno haya sido condenado.
Fue él, personalmente, el que afianzó el sistema de espionaje informático y electrónico SITEL, que permite la grabación de millones de conversaciones simultáneas de ciudadanos y el seguimiento del rastro de las personas a través de la electrónica y otras pistas, un sistema infernal que fue adquirido por el gobierno de Aznar, que al final tuvo escrúpulos y no se atrevió a ponerlo en marcha. Quizás gracias al SITEL, su gran baza oculta es que conoce demasiados secretos de todos, aunque esos conocimientos, tal vez útiles para paralizar de miedo a sus adversarios políticos, no van a servirle para atraerse el voto de los ciudadanos.
Se le compara erróneamente con Maquiavelo, al que no le llega al tobillo, y con Fouché, al que solo se parece en lo oscuro, pero su condición de perito en sumideros le conectan con su verdadera familia política, la de los grandes traficantes de información, artífices del subsuelo y manipuladores de la opinión pública, del universo de los Goebbels, los Beria, los Andropov y el fundador del FBI, el opaco John Edgar Hoover.
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