El acorralado y derrotado Zapatero está presionado desde dos ángulos opuestos. Por un lado, la Unión Europea y el FMI le exigen que adopte las reformas que España necesita para retirarse del abismo de la quiebra, mientras que por otro lado, Rubalcaba y su equipo le piden que se mantenga en el poder, que resista hasta noviembre y que no adopte medida alguna que sea impopular y reste votos al PSOE.
En el presente, Zapatero representa la parte menos innoble e indecente del socialismo, cuya peor cara está representada por Rubalcaba y su equipo, insensibles y lo suficientemente mezquinos como para anteponer sus intereses electorales a los de una España al borde del abismo.
Los primeros pasos de Rubalcaba y su equipo son de una pobreza sobrecogedora y de un egoísmo patológico. Cuando España requiere medidas de urgencia, aunque sea impopulares, ellos exigen inmovilismo al presidente del gobierno, al que recomiendan un perfil plano que no perjudique los intereses electorales del partido, demostrando así que el problema de España no es tanto que Zapatero sea un mediocre inepto sin preparación para gobernar como que el PSOE es un partido político al que le falta altura, generosidad y limpieza para estar a la altura de la democracia y del liderazgo de un país moderno, occidental y libre.
Personalmente, nunca me he sentido menos lejos de Zapatero que en estos momentos, cuando lo veo presionado sin misericordia por Rubalcaba y por sus socios europeos, sin que le permitan ni siquiera despedirse del poder, después de los múltiples y costosos errores y traiciones perpetrados en los últimos siete años, con alguna media decente y adecuada.
Me cuentan en el entorno de Zapatero que el presidente está decidido a adoptar algunas medidas urgentes que España necesita, aunque disgusten a los sindicatos, como sería la aprobación de un contrato de crisis, sin indemnización y con baja cotización, adecuado para impulsar la contratación de jóvenes y reactivar la economía, pero que Rubalcaba se opone con todas sus fuerzas, ayudado por la cada día más numerosa facción del partido que le apoya.
Las propuestas de Rubalcaba como candidato están sorprendiendo a los observadores y analistas por su estupidez y pobreza. Se limitan a amenazar a los bancos, intentando conectar así con el odio social a los banqueros, y a lanzar guiños hipócritas a los indignados, a los que la policía trata con más mimo y cuidado que a los ciudadanos pacíficos y cumplidores. Rubalcaba y su equipo creen que si no ocurren desastres inesperados, pueden llegar a las elecciones del 20 de noviembre con algunas posibilidades de ganar, pero que esas opciones quedarían neutralizadas si el gobierno adopta las medidas urgentes que Europa, los mercados y el FMI exigen a España.
Decididamente, Rubalcaba, genuino producto del socialismo español corrompido que es incapaz anteponer el bien común a los propios intereses, puede lograr lo que parecía imposible: que los españoles añoren a Zapatero cuando contemplen y sufran su política.
En el presente, Zapatero representa la parte menos innoble e indecente del socialismo, cuya peor cara está representada por Rubalcaba y su equipo, insensibles y lo suficientemente mezquinos como para anteponer sus intereses electorales a los de una España al borde del abismo.
Los primeros pasos de Rubalcaba y su equipo son de una pobreza sobrecogedora y de un egoísmo patológico. Cuando España requiere medidas de urgencia, aunque sea impopulares, ellos exigen inmovilismo al presidente del gobierno, al que recomiendan un perfil plano que no perjudique los intereses electorales del partido, demostrando así que el problema de España no es tanto que Zapatero sea un mediocre inepto sin preparación para gobernar como que el PSOE es un partido político al que le falta altura, generosidad y limpieza para estar a la altura de la democracia y del liderazgo de un país moderno, occidental y libre.
Personalmente, nunca me he sentido menos lejos de Zapatero que en estos momentos, cuando lo veo presionado sin misericordia por Rubalcaba y por sus socios europeos, sin que le permitan ni siquiera despedirse del poder, después de los múltiples y costosos errores y traiciones perpetrados en los últimos siete años, con alguna media decente y adecuada.
Me cuentan en el entorno de Zapatero que el presidente está decidido a adoptar algunas medidas urgentes que España necesita, aunque disgusten a los sindicatos, como sería la aprobación de un contrato de crisis, sin indemnización y con baja cotización, adecuado para impulsar la contratación de jóvenes y reactivar la economía, pero que Rubalcaba se opone con todas sus fuerzas, ayudado por la cada día más numerosa facción del partido que le apoya.
Las propuestas de Rubalcaba como candidato están sorprendiendo a los observadores y analistas por su estupidez y pobreza. Se limitan a amenazar a los bancos, intentando conectar así con el odio social a los banqueros, y a lanzar guiños hipócritas a los indignados, a los que la policía trata con más mimo y cuidado que a los ciudadanos pacíficos y cumplidores. Rubalcaba y su equipo creen que si no ocurren desastres inesperados, pueden llegar a las elecciones del 20 de noviembre con algunas posibilidades de ganar, pero que esas opciones quedarían neutralizadas si el gobierno adopta las medidas urgentes que Europa, los mercados y el FMI exigen a España.
Decididamente, Rubalcaba, genuino producto del socialismo español corrompido que es incapaz anteponer el bien común a los propios intereses, puede lograr lo que parecía imposible: que los españoles añoren a Zapatero cuando contemplen y sufran su política.
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