Aseguran las encuestas que Mariano Rajoy será el próximo presidente del gobierno de España, sustituyendo a Zapatero en la Moncloa, pero esas mismas encuestas revelan que mas que una victoria del Partido Popular lo que se está preparando en España es una sonada derrota de Zapatero y su gobierno, al que los votantes abandonarán por su mala gestión de la crisis y su fracaso general.
En España, desde que murió Franco, la oposición nunca ha ganado unas elecciones. Las pierde siempre el poder, que se autodestruye por sus fracasos y errores. La terrible tradición, síntoma de que España es una democracia de tercera división, volverá a cumplirse en las próximas elecciones generales, en las que un Zapatero destrozado por su incapacidad como gobernante será sustituído, probablemente, por un Rajoy incapaz de entusiasmar y de generar esperanza.
El fenómeno no sólo ocurre a escala nacional, sino que se está produciendo región a región, incluso en feudos tradicionales del socialismo, donde las encuestas reflejan no un incremento espectacular de votos hacia el PP sino el abandono de los socialistas por parte de sus votantes tradicionales.
En Andalucía, sI las elecciones autonómicas se celebraran ahora, el Partido Popular ganaría por mayoría absoluta y Javier Arenas sería el nuevo presidente de la Junta de Andalucía, según la encuesta recién realizada por la empresa IMC para ABC. Sin embargo, Arenas es un personaje que genera desconfianza y recelo entre millones de andaluces, incluso entre liberales y gente de derecha.
El panorama es desolador y revela ausencia de entusiasmo ante el programa vencedor. Los españoles votarán al Partido Popular no porque creen en él o porque se sientan atraídos por sus propuestas, sino porque quieren vengarse del PSOE o porque creen que hacerlo peor que Zapatero es imposible.
La falta de entusiasmo político en España es un sentimiento preocupante, especialmente en la presente coyuntura de profunda crisis económica, de la que únicamente se puede salir con esfuerzo generalizado y con una ilusión colectiva por el resurgimiento y la reconstrucción de una economía que Zapatero dejará hecha trizas y de una moral arrasada por males como la corrupción, la pérdida de los grandes valores, el descrédito del liderazgo, la desconfianza y la sensación de fracaso.
El fenómeno actual no es nuevo en España, aunque nunca antes fue tan acentuado el hundimiento del gobierno. Felipe Gonzalez solo ganó las elecciones de 1982 cuando la UCD de Suarez se desmoronó y perdió el apoyo popular por sus divisiones y enfrentamientos internos; Aznar sustituyó en el poder a Felipe González cuando el gobierno socialista se había desacreditado por su fracaso económico, corrupción y práctica del terrorismo de Estado. Zapatero sustituyó a Aznar de manera inesperada, cuando el país estaba paralizado por el miedo al terrorismo islamista, al que se acusó de los atentados de los trenes en Madrid, después de que Aznar se autodestruyera con su arrogancia, su participación en la guerra de Irak, contra la voluntad popular, por la fastuosa boda de su hija en el Escorial y por designar a dedo, como un monarca absoluto, a su sucesor.
Ahora, fiel a la terrible tradición de que en España nadie gana porque es el gobierno quien pierde las elecciones, Rajoy se dispone a suceder al fracasado Zapatero en el poder, pero sin despertar entusiasmo, sin liderazgo, sin ilusión ni esperanza, mientras el país se siente derrotado y envuelto en la tristeza.
Ese tipo de relevo en el poder sin entusiasmo, tan típico de España, ha contribuido poderosamente al deterioro de la democracia española y es especialmente nocivo hoy, cuando el país, destrozado por la crisis, frustrado por los fracasos de Zapatero y sin esperanza ni credibilidad, necesita un gobierno fuerte, con capacidad de ilusionar y de arrastrar al país por los caminos del esfuerzo, la excelencia y la regeneración, en todos sus ámbitos.
En España, desde que murió Franco, la oposición nunca ha ganado unas elecciones. Las pierde siempre el poder, que se autodestruye por sus fracasos y errores. La terrible tradición, síntoma de que España es una democracia de tercera división, volverá a cumplirse en las próximas elecciones generales, en las que un Zapatero destrozado por su incapacidad como gobernante será sustituído, probablemente, por un Rajoy incapaz de entusiasmar y de generar esperanza.
El fenómeno no sólo ocurre a escala nacional, sino que se está produciendo región a región, incluso en feudos tradicionales del socialismo, donde las encuestas reflejan no un incremento espectacular de votos hacia el PP sino el abandono de los socialistas por parte de sus votantes tradicionales.
En Andalucía, sI las elecciones autonómicas se celebraran ahora, el Partido Popular ganaría por mayoría absoluta y Javier Arenas sería el nuevo presidente de la Junta de Andalucía, según la encuesta recién realizada por la empresa IMC para ABC. Sin embargo, Arenas es un personaje que genera desconfianza y recelo entre millones de andaluces, incluso entre liberales y gente de derecha.
El panorama es desolador y revela ausencia de entusiasmo ante el programa vencedor. Los españoles votarán al Partido Popular no porque creen en él o porque se sientan atraídos por sus propuestas, sino porque quieren vengarse del PSOE o porque creen que hacerlo peor que Zapatero es imposible.
La falta de entusiasmo político en España es un sentimiento preocupante, especialmente en la presente coyuntura de profunda crisis económica, de la que únicamente se puede salir con esfuerzo generalizado y con una ilusión colectiva por el resurgimiento y la reconstrucción de una economía que Zapatero dejará hecha trizas y de una moral arrasada por males como la corrupción, la pérdida de los grandes valores, el descrédito del liderazgo, la desconfianza y la sensación de fracaso.
El fenómeno actual no es nuevo en España, aunque nunca antes fue tan acentuado el hundimiento del gobierno. Felipe Gonzalez solo ganó las elecciones de 1982 cuando la UCD de Suarez se desmoronó y perdió el apoyo popular por sus divisiones y enfrentamientos internos; Aznar sustituyó en el poder a Felipe González cuando el gobierno socialista se había desacreditado por su fracaso económico, corrupción y práctica del terrorismo de Estado. Zapatero sustituyó a Aznar de manera inesperada, cuando el país estaba paralizado por el miedo al terrorismo islamista, al que se acusó de los atentados de los trenes en Madrid, después de que Aznar se autodestruyera con su arrogancia, su participación en la guerra de Irak, contra la voluntad popular, por la fastuosa boda de su hija en el Escorial y por designar a dedo, como un monarca absoluto, a su sucesor.
Ahora, fiel a la terrible tradición de que en España nadie gana porque es el gobierno quien pierde las elecciones, Rajoy se dispone a suceder al fracasado Zapatero en el poder, pero sin despertar entusiasmo, sin liderazgo, sin ilusión ni esperanza, mientras el país se siente derrotado y envuelto en la tristeza.
Ese tipo de relevo en el poder sin entusiasmo, tan típico de España, ha contribuido poderosamente al deterioro de la democracia española y es especialmente nocivo hoy, cuando el país, destrozado por la crisis, frustrado por los fracasos de Zapatero y sin esperanza ni credibilidad, necesita un gobierno fuerte, con capacidad de ilusionar y de arrastrar al país por los caminos del esfuerzo, la excelencia y la regeneración, en todos sus ámbitos.
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