España está perdida en un laberinto complejo del que es difícil escapar. El drama catalán se completa con el bloqueo en España, donde una clase política miserable es incapaz de uNir fuerzas y alcanzar los acuerdos que los ciudadanos demandan. El socialista Sánchez quiere ser presidente a toda costa porque sabe que si no lo logra será expulsado de la Secretaría General del PSOE. Rajoy, como buen gallego indolente, no hace nada, salvo criticar y demoler al contrario, confiado en que el tiempo le beneficie y siga siendo presidente. Pablo Iglesias es preso de sus ideas y tiene difícil pactar con aquellos que son sus adversarios, sobre todo con un PSOE al que está a punto de desbancar como fuerza dominante en la izquierda. Ciudadanos es débil, demasiado débil para imponer criterios y tiene pocos escaños para ser decisivo.
Los papeles de cada parte están claros y ahora llega la hora de actuar: los gobernantes y los partidos constitucionales deben buscar el diálogo y el acuerdo, pero también tienen que aplicar la ley e impedir que el golpe de Estado catalán sea consumado; la Justicia tiene que vigilar y cerrar el paso a la delincuencia política oficial catalana; los empresarios catalanes deben decidir si conservan o pierden el mercado español y las ventajas de ser empresas de la Unión Europea; las fuerzas de defensa deben situarse en alerta, por si fuera necesaria su intervención y los ciudadanos deben presionar a todos para que sean decentes y demócratas y mostrar, al comprar productos, su rechazo a la conspiración de odio que se despliega en Cataluña.
Es la hora de la verdad para todos, pero esa hora de la verdad sorprende a España desarbolada por la bajeza de su política, por la ausencia de verdadera democracia y por la confusión, el cansancio y la indignación de unos ciudadanos que se sienten expulsados de la política e ignorados por las clases dirigentes.
Carlos Puigdemont, presidente de la Generalitat elegido "a dedo" por un resentido y cargado de odio Artur Mas, es el autor de una frase escalofriante: "Los invasores serán expulsados de Cataluña". Lógicamente, se refiere a los españoles. Sus primeros pasos confirman su línea beligerante. Al tomar posesión de su cargo de presidente lo hizo sin mencionar la Constitución ni la debida lealtad a la Corona, símbolos del Estado español.
Las líneas rojas están siendo cruzadas, mientras España está desarbolada y débil. Toda una desgracia.
Ante el bloqueo institucional y la incapacidad manifiesta de la clase política, que no da la talla, el papel de protagonismo corresponde a la sociedad civil, que en democracia debe servir como contrapeso y alternativa al poder político. Pero en España la sociedad civil ha sido ocupada, asfixiada y castrada por los políticos, que la han desmantelado y se han adueñado de sus grandes pilares: universidades, medios de comunicación, asociaciones, iglesias, fundaciones, sindicatos, colegios profesionales, etc.
El laberinto español es terrible y el desamparo del país, sin una clase dirigente a la altura, es sobrecogedor.
Los ciudadanos tampoco están a la altura. Llevan tanto tiempo sometidos a reeducación por parte del poder que están confundidos, embrutecidos y sin capacidad de reaccionar y exigir solvencia y decencia a sus dirigentes, que son, probablemente, los peores de Europa y sólo comparables en incapacidad, corrupción y mal liderazgo a países subdesarrollados del Tercer Mundo.
Internet es un hervidero donde las provocaciones se mezclan con la lucidez, la especulación y el demoledor trabajo de los trolls, muchos de los cuales están pagados por partidos políticos que se están comportando como máquinas de tiranía y opresión. El conjunto del ciberespacio es tan corrupto y antidemocrático como la vida misma y, aunque existen la luz y la decencia, cada día es mas difícil percibirla y aislarla de la basura.
No hay otra salida que incrementar el activismo de los ciudadanos conscientes y dispuestos a exigir una democracia verdadera, liberadora y salvadora. No existe otra receta eficaz para España que lograr una verdadera democracia, no el engendro corrupto y sucio que crearon los partidos políticos, para su propio beneficio, tras la muerte de Franco, un sistema que, con el transcurso del tiempo, ha demostrado su baja calidad e ineficacia.
Mientras todos pelean y la ciudadanía es presa de angustia y desesperación, se está demostrando algo sorprendente e insólito: sin gobierno y con los políticos sin plena capacidad de dominio, el país funciona mejor. Eso suele ocurrir en sociedades podridas y condenadas a soportar dirigentes sin grandeza ni mérito. En Italia, un país que ha "disfrutado" de largas temporadas sin gobierno, hay un dicho popular que lo explica todo: "No hay gobierno, buen gobierno".
Los papeles de cada parte están claros y ahora llega la hora de actuar: los gobernantes y los partidos constitucionales deben buscar el diálogo y el acuerdo, pero también tienen que aplicar la ley e impedir que el golpe de Estado catalán sea consumado; la Justicia tiene que vigilar y cerrar el paso a la delincuencia política oficial catalana; los empresarios catalanes deben decidir si conservan o pierden el mercado español y las ventajas de ser empresas de la Unión Europea; las fuerzas de defensa deben situarse en alerta, por si fuera necesaria su intervención y los ciudadanos deben presionar a todos para que sean decentes y demócratas y mostrar, al comprar productos, su rechazo a la conspiración de odio que se despliega en Cataluña.
Es la hora de la verdad para todos, pero esa hora de la verdad sorprende a España desarbolada por la bajeza de su política, por la ausencia de verdadera democracia y por la confusión, el cansancio y la indignación de unos ciudadanos que se sienten expulsados de la política e ignorados por las clases dirigentes.
Carlos Puigdemont, presidente de la Generalitat elegido "a dedo" por un resentido y cargado de odio Artur Mas, es el autor de una frase escalofriante: "Los invasores serán expulsados de Cataluña". Lógicamente, se refiere a los españoles. Sus primeros pasos confirman su línea beligerante. Al tomar posesión de su cargo de presidente lo hizo sin mencionar la Constitución ni la debida lealtad a la Corona, símbolos del Estado español.
Las líneas rojas están siendo cruzadas, mientras España está desarbolada y débil. Toda una desgracia.
Ante el bloqueo institucional y la incapacidad manifiesta de la clase política, que no da la talla, el papel de protagonismo corresponde a la sociedad civil, que en democracia debe servir como contrapeso y alternativa al poder político. Pero en España la sociedad civil ha sido ocupada, asfixiada y castrada por los políticos, que la han desmantelado y se han adueñado de sus grandes pilares: universidades, medios de comunicación, asociaciones, iglesias, fundaciones, sindicatos, colegios profesionales, etc.
El laberinto español es terrible y el desamparo del país, sin una clase dirigente a la altura, es sobrecogedor.
Los ciudadanos tampoco están a la altura. Llevan tanto tiempo sometidos a reeducación por parte del poder que están confundidos, embrutecidos y sin capacidad de reaccionar y exigir solvencia y decencia a sus dirigentes, que son, probablemente, los peores de Europa y sólo comparables en incapacidad, corrupción y mal liderazgo a países subdesarrollados del Tercer Mundo.
Internet es un hervidero donde las provocaciones se mezclan con la lucidez, la especulación y el demoledor trabajo de los trolls, muchos de los cuales están pagados por partidos políticos que se están comportando como máquinas de tiranía y opresión. El conjunto del ciberespacio es tan corrupto y antidemocrático como la vida misma y, aunque existen la luz y la decencia, cada día es mas difícil percibirla y aislarla de la basura.
No hay otra salida que incrementar el activismo de los ciudadanos conscientes y dispuestos a exigir una democracia verdadera, liberadora y salvadora. No existe otra receta eficaz para España que lograr una verdadera democracia, no el engendro corrupto y sucio que crearon los partidos políticos, para su propio beneficio, tras la muerte de Franco, un sistema que, con el transcurso del tiempo, ha demostrado su baja calidad e ineficacia.
Mientras todos pelean y la ciudadanía es presa de angustia y desesperación, se está demostrando algo sorprendente e insólito: sin gobierno y con los políticos sin plena capacidad de dominio, el país funciona mejor. Eso suele ocurrir en sociedades podridas y condenadas a soportar dirigentes sin grandeza ni mérito. En Italia, un país que ha "disfrutado" de largas temporadas sin gobierno, hay un dicho popular que lo explica todo: "No hay gobierno, buen gobierno".
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