El papa Francisco ha dicho a los cristianos: "No os dejéis robar la esperanza". Pero ¿Qué hacer cuando es el propio gobierno el que nos roba, no sólo la esperanza, sino también el dinero y derechos, como el del trabajo, imprescindible para vivir con dignidad, sumiendo al país en la tristeza y el dolor? ¿Qué hacer cuando las aparentes democracias se tornan dictaduras y los gobiernos roban los ahorros depositados en los bancos y acosan al ciudadano con impuestos injustos e insoportables? ¿Qué debe hacer un cristiano cuando la injusticia imperante le empuja hacia la desesperación, de manera irresistible, al tener que buscar comida en los contenedores de basura, al no poder alimentar a la familia y cuando las circunstancias impiden vivir con dignidad?
Al mensaje del papa Francisco le falta una segunda parte. Tras pedir a los cristianos que no se dejen arrebatar la esperanza y recordarles que son nada menos que "hijos de Dios", el mensaje del líder espiritual católico debe incorporar una clara condena de los dirigentes políticos y financieros que están creando el mundo injusto que cada día nos invade más, un mundo donde los grandes valores han sido asesinados por el poder y en el que se han impuesto vicios y suciedades como la corrupción, el abuso de poder, la desigualdad extrema, el desprecio a los débiles, la arrogancia y el egoísmo.
El papa Francisco viene de Latinoamérica, que es una tierra de frontera donde se vive el eterno conflicto entre la injusticia y el poder. Él, como millones de cristianos de aquellos territorios, se encuentra frente al terrible dilema que ha dado vida a la Teología de la Liberación: ¿Qué hacer ante la injusticia, someterse o luchar contra ella?
La gran pregunta es: ¿Es compatible la dignidad de "hijos de Dios" con la cobardía y el sometimiento ante los abusos, arbitrariedades y canalladas del poder? O planteado de otro modo: ¿El deber del cristiano incluye someterse al expolio, el saqueo, la violación de la dignidad humana, el robo y otras canalladas del poder?
Al papa Francisco, que ha empezado su pontificado con buen pie, protagonizando gestos valientes de ruptura y acercamiento al pueblo, le queda un gran camino que recorrer si quiere acercar la Iglesia que dirige al pueblo que sufre. ¿A que esperanza se refiere cuando pide al pueblo que no la pierda? ¿Está hablando únicamente de la esperanza en una justicia que premiará a los buenos y castigará a los malos en la otra vida o esa esperanza exige también la lucha por un mundo mejor, aquí en la Tierra?
El papa tendrá que optar pronto por una de las dos opciones: o pastorea un rebaño sometido y acobardado que sólo espera la Justicia divina o es el líder de un pueblo que entiende la fe como un mandato divino para cuidar la creación y ayudar a que el mundo creado por Dios sea un espacio de paz, justicia y dignidad.
Es obvio que en Voto en Blanco entendemos que el mensaje cristiano exige, además de esperanza, lucha pacífica, aunque sin cuartel, por los valores y la decencia, aquí en la Tierra.
Pero el papa Francisco debe saber también que pastorear a un pueblo de ciudadano libres, cargados con la dignidad que se deriva de ser "hijos de Dios", conlleva el enfrentamiento con los canallas que dominan la Tierra, con los que jamás renuncian a controlar el mundo, padres y padrinos de la injusticia, la desigualdad, el abuso de poder y hasta el exterminio de los adversarios.
Al mensaje del papa Francisco le falta una segunda parte. Tras pedir a los cristianos que no se dejen arrebatar la esperanza y recordarles que son nada menos que "hijos de Dios", el mensaje del líder espiritual católico debe incorporar una clara condena de los dirigentes políticos y financieros que están creando el mundo injusto que cada día nos invade más, un mundo donde los grandes valores han sido asesinados por el poder y en el que se han impuesto vicios y suciedades como la corrupción, el abuso de poder, la desigualdad extrema, el desprecio a los débiles, la arrogancia y el egoísmo.
El papa Francisco viene de Latinoamérica, que es una tierra de frontera donde se vive el eterno conflicto entre la injusticia y el poder. Él, como millones de cristianos de aquellos territorios, se encuentra frente al terrible dilema que ha dado vida a la Teología de la Liberación: ¿Qué hacer ante la injusticia, someterse o luchar contra ella?
La gran pregunta es: ¿Es compatible la dignidad de "hijos de Dios" con la cobardía y el sometimiento ante los abusos, arbitrariedades y canalladas del poder? O planteado de otro modo: ¿El deber del cristiano incluye someterse al expolio, el saqueo, la violación de la dignidad humana, el robo y otras canalladas del poder?
Al papa Francisco, que ha empezado su pontificado con buen pie, protagonizando gestos valientes de ruptura y acercamiento al pueblo, le queda un gran camino que recorrer si quiere acercar la Iglesia que dirige al pueblo que sufre. ¿A que esperanza se refiere cuando pide al pueblo que no la pierda? ¿Está hablando únicamente de la esperanza en una justicia que premiará a los buenos y castigará a los malos en la otra vida o esa esperanza exige también la lucha por un mundo mejor, aquí en la Tierra?
El papa tendrá que optar pronto por una de las dos opciones: o pastorea un rebaño sometido y acobardado que sólo espera la Justicia divina o es el líder de un pueblo que entiende la fe como un mandato divino para cuidar la creación y ayudar a que el mundo creado por Dios sea un espacio de paz, justicia y dignidad.
Es obvio que en Voto en Blanco entendemos que el mensaje cristiano exige, además de esperanza, lucha pacífica, aunque sin cuartel, por los valores y la decencia, aquí en la Tierra.
Pero el papa Francisco debe saber también que pastorear a un pueblo de ciudadano libres, cargados con la dignidad que se deriva de ser "hijos de Dios", conlleva el enfrentamiento con los canallas que dominan la Tierra, con los que jamás renuncian a controlar el mundo, padres y padrinos de la injusticia, la desigualdad, el abuso de poder y hasta el exterminio de los adversarios.
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