No hace ningún favor a España, para mantener la confianza y su respetable imagen, toda esa gente antisistema, anarcoide, de extrema izquierda y comunista, incluidos los sindicatos con sus huelgas y las marchas veraniegas del tal Gordillo con su otro sindicato. Los enfrentamientos de esos grupúsculos extremistas ante el Palacio de los Diputados, con un programa minuciosamente preparado, establecido y manifestado en sus consignas, no ha beneficiado nada la situación española; lo mismo se puede decir de esas ideologías de izquierda y del virus nacionalista que alimentan mitos tan rentables para ellos como devastadores para la ciudadanía en general y ello gracias a la ingente cantidad de dinero, tiempo y esfuerzo que derrochan en manipular las mentes y las conciencias, mientras relegan toda responsabilidad de gestión; ese nacionalismo de CIU, heredero de un legado envenenado que viene de aquel tripartito que unió el socialismo catalán con el republicanismo independentista, ahora en manos de A. Mas, ataca con el soberanismo, para ocultar su fracaso en el gobierno de la Generalidad y la ruina económica a la que ha abocado a su Región. Y de estos lodos nos llegan los malos olores del extranjero.
Así, The New York Times, colocó, en portada, el mismo día que Su Majestad, el Rey visitaba su sede, un reportaje sobre el hambre en España: “Spain recoils as its hungry forage trash bins
for a next meal”: “España retrocede así como sus hambrientos rebuscan en los contenedores de basura restos de comida para comer”. La tal proeza periodística del ejemplar neoyorquino Iba adornada con dramáticas fotos en blanco y negro, para mostrar a la opinión pública norteamericana la pésima imagen de una sociedad que ha de rebuscar su sustento entre basuras y se ve obligada a hacer cola en los vomedores saciales, para poder alimentarse. A su vez, al día siguiente, nuestro diario madrileño ABC, publicó al lado de la susodicha noticia otras fotos de menesterosos norteamericanos: Un indigente rebuscando comida en la basura de Hollyvood, una familia sin techo que tiene que vivir en la calle de Santa Bárbara y una enorme cola de pobres ante un comedor social en San Francisco. Obama tiene en su país 45 millones de necesitados, la pobreza recorre en temblor de hambre sus calles, un 22% de los menores de dieciocho años se mueve sin recursos y el nivel de renta ha caído considerablemente en muchos hogares. El N. York Times, genuino evangelio del progresismo, mientras se dedica a airear la nuestra, oculta la pobreza de su gente y su miseria. No vamos a decir que aquella sea mayor que la española, pues siempre, sea aquí o allí, es una terrible situación dolorosa e insostenible. El paro y la pobreza son los dos sangrientos pesares de esta crisis, que los dirigentes actuales en su escasa talla y valía, no saben o no quieren atajar.
Los alborotadores y unos cuantos radicales, con el lema “Ocupar el Congreso”, no consiguieron el objetivo de activar su operación democrática, pues hacen más ruido mediático que fuerza real tienen. La voluntad ciudadana se expresa en las urnas, de ahí surgen las instituciones representativas que conllevan la legitimidad democrática; alentar a unos sujetos del desorden y la confusión, que van propalando el caduco modelo asambleario del que saldría una supuesta democracia popular, entraña una patente irresponsabilidad; proponen abrir un periodo constituyente y ¿quién redactará esa constitución, ellos sentados en las plazas, a mano alzada? La consecuencia del abuso del derecho de manifestación son los perjuicios para la gran mayoría social; son los ciudadanos los sufrientes, los grandes maltratados por el desafío de una vociferante minoría.
C. Mudarra
Así, The New York Times, colocó, en portada, el mismo día que Su Majestad, el Rey visitaba su sede, un reportaje sobre el hambre en España: “Spain recoils as its hungry forage trash bins
for a next meal”: “España retrocede así como sus hambrientos rebuscan en los contenedores de basura restos de comida para comer”. La tal proeza periodística del ejemplar neoyorquino Iba adornada con dramáticas fotos en blanco y negro, para mostrar a la opinión pública norteamericana la pésima imagen de una sociedad que ha de rebuscar su sustento entre basuras y se ve obligada a hacer cola en los vomedores saciales, para poder alimentarse. A su vez, al día siguiente, nuestro diario madrileño ABC, publicó al lado de la susodicha noticia otras fotos de menesterosos norteamericanos: Un indigente rebuscando comida en la basura de Hollyvood, una familia sin techo que tiene que vivir en la calle de Santa Bárbara y una enorme cola de pobres ante un comedor social en San Francisco. Obama tiene en su país 45 millones de necesitados, la pobreza recorre en temblor de hambre sus calles, un 22% de los menores de dieciocho años se mueve sin recursos y el nivel de renta ha caído considerablemente en muchos hogares. El N. York Times, genuino evangelio del progresismo, mientras se dedica a airear la nuestra, oculta la pobreza de su gente y su miseria. No vamos a decir que aquella sea mayor que la española, pues siempre, sea aquí o allí, es una terrible situación dolorosa e insostenible. El paro y la pobreza son los dos sangrientos pesares de esta crisis, que los dirigentes actuales en su escasa talla y valía, no saben o no quieren atajar.
Los alborotadores y unos cuantos radicales, con el lema “Ocupar el Congreso”, no consiguieron el objetivo de activar su operación democrática, pues hacen más ruido mediático que fuerza real tienen. La voluntad ciudadana se expresa en las urnas, de ahí surgen las instituciones representativas que conllevan la legitimidad democrática; alentar a unos sujetos del desorden y la confusión, que van propalando el caduco modelo asambleario del que saldría una supuesta democracia popular, entraña una patente irresponsabilidad; proponen abrir un periodo constituyente y ¿quién redactará esa constitución, ellos sentados en las plazas, a mano alzada? La consecuencia del abuso del derecho de manifestación son los perjuicios para la gran mayoría social; son los ciudadanos los sufrientes, los grandes maltratados por el desafío de una vociferante minoría.
C. Mudarra
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