Barak Obama despertó gran admiración y entusiasmo en todo el mundo cuando fue elegido presidente de los Estados Unidos. Parecía el líder que encabezaría una revolución moral y justa. Sin embargo, la verdad es bien distinta: fue elegido porque era un gran embaucador y porque su imagen encarnaba, sin riesgo alguno, lo que los ciudadanos quieren ver en un dirigente político del siglo XXI.
La elección de Obama, un gran orador negro, mas brillante que cualquier blanco y con antecedentes familiares directamente africanos y musulmanes, no representaba riesgo alguno porque era un miembro del "establecimiento" norteamericano, perfectamente encuadrado en el sistema, capaz de representar sin fisuras ni dudas los intereses de la primera economía y la primera potencia mundial.
El "Yes, we can", que en realidad era un "Yes, I can", era un grito perfectamente estudiado para que los ciudadanos recuperaran la vieja (y falsa) idea de que la democracia es obra de todos y que la participación de los ciudadanos es imprescindible.
Tras la caída del Muro de Berlín, Occidente, sin un enemigo mortal capaz de crear un escenario de intenso miedo, papel que cumplió la URSS perfectamente durante décadas, tenía miedo a que se descubrieran sus miserias: su falsa democracia, su falsa justicia, su falsa igualdad, su crueldad, si sometimiendo a las grandes corporaciones, el poder desmesurado del "Establishment" y la marginación real de los ciudadanos.
Para que el gran mito de la democracia justa, igualitaria y decente subsistiera en todo el mundo y los ciudadanos siguieran sintiéndose protagonistas de un mundo que le es cada día mas ajeno, los grandes poderes necesitaban a un gran embaucador como gran líder. Obama era el tipo adecuado porque su verbo cautivaba y porque se relato sobre el mundo y la política era creíble y fascinante.
Algunos años antes, el actor Ronald Reagan había conseguido un gran éxito haciendo creer al mundo que Occidente era el bueno y la URSS el malo. Aquella victoria moral de Reagan y de su aliada Margaret Thatcher fue decisiva para que el imperio soviético se hundiera, pero la necesidad de embaucar era mas apremiante en los comienzos del siglo XXI y se necesitaba un mentiroso mucho mas eficaz para dar un paso mas hacia el gran objetivo de crear un gran y único gobierno mundial, de inspiración anglosajona.
El gran objetivo de Obama es transformar el Estado regulador en un Estado movilizador y lo consiguió utilizando las redes sociales, despertando entusiasmo en los humildes, devolviendo al pueblo la esperanza, manteniendo a la sociedad permanentemente excitada, convirtiendo al poder del Estado en un poder atractivo y fascinante.
Con Obama y con la valiosa ayuda del terrorismo y la crisis, los verdaderos poderes del planeta consiguieron lo que parecía imposible: otorgarle todavía mas poder al Estado y acercar la política mundial hacia el gran objetivo de crear un único poder mundial.
Gracias a Obama, un tipo cruel e implacable pero de verbo atractivo y formas suaves, casi femeninas, el Estado se hizo mas poderoso que en cualquier otro tiempo pasado, pero con la apariencia de una ONG.
El éxito de Obama hizo que surgieran en todo el mundo muchos imitadores y que el poder en cada país copiase la nueva receta y el nuevo modelo: el retorno del Estado, con mas poder, pero gobernado por hipócritas con apariencia humilde, pero implacables. Pura crueldad, injusticia y antidemocracia, todo disfrazado de ONG.
El problema de todo este designio occidental es que hay dos grandes potencias mundiales que no entran por el aro: Rusia y China, dos gigantes que ya compiten abiertamente con Estados Unidos y sus aliados por la primacía mundial y por cautivar a los grandes países emergentes, llamados a liderar el futuro del planeta: Brasil, la India y tal vez México y Sudáfrica.
La elección de Obama, un gran orador negro, mas brillante que cualquier blanco y con antecedentes familiares directamente africanos y musulmanes, no representaba riesgo alguno porque era un miembro del "establecimiento" norteamericano, perfectamente encuadrado en el sistema, capaz de representar sin fisuras ni dudas los intereses de la primera economía y la primera potencia mundial.
El "Yes, we can", que en realidad era un "Yes, I can", era un grito perfectamente estudiado para que los ciudadanos recuperaran la vieja (y falsa) idea de que la democracia es obra de todos y que la participación de los ciudadanos es imprescindible.
Tras la caída del Muro de Berlín, Occidente, sin un enemigo mortal capaz de crear un escenario de intenso miedo, papel que cumplió la URSS perfectamente durante décadas, tenía miedo a que se descubrieran sus miserias: su falsa democracia, su falsa justicia, su falsa igualdad, su crueldad, si sometimiendo a las grandes corporaciones, el poder desmesurado del "Establishment" y la marginación real de los ciudadanos.
Para que el gran mito de la democracia justa, igualitaria y decente subsistiera en todo el mundo y los ciudadanos siguieran sintiéndose protagonistas de un mundo que le es cada día mas ajeno, los grandes poderes necesitaban a un gran embaucador como gran líder. Obama era el tipo adecuado porque su verbo cautivaba y porque se relato sobre el mundo y la política era creíble y fascinante.
Algunos años antes, el actor Ronald Reagan había conseguido un gran éxito haciendo creer al mundo que Occidente era el bueno y la URSS el malo. Aquella victoria moral de Reagan y de su aliada Margaret Thatcher fue decisiva para que el imperio soviético se hundiera, pero la necesidad de embaucar era mas apremiante en los comienzos del siglo XXI y se necesitaba un mentiroso mucho mas eficaz para dar un paso mas hacia el gran objetivo de crear un gran y único gobierno mundial, de inspiración anglosajona.
El gran objetivo de Obama es transformar el Estado regulador en un Estado movilizador y lo consiguió utilizando las redes sociales, despertando entusiasmo en los humildes, devolviendo al pueblo la esperanza, manteniendo a la sociedad permanentemente excitada, convirtiendo al poder del Estado en un poder atractivo y fascinante.
Con Obama y con la valiosa ayuda del terrorismo y la crisis, los verdaderos poderes del planeta consiguieron lo que parecía imposible: otorgarle todavía mas poder al Estado y acercar la política mundial hacia el gran objetivo de crear un único poder mundial.
Gracias a Obama, un tipo cruel e implacable pero de verbo atractivo y formas suaves, casi femeninas, el Estado se hizo mas poderoso que en cualquier otro tiempo pasado, pero con la apariencia de una ONG.
El éxito de Obama hizo que surgieran en todo el mundo muchos imitadores y que el poder en cada país copiase la nueva receta y el nuevo modelo: el retorno del Estado, con mas poder, pero gobernado por hipócritas con apariencia humilde, pero implacables. Pura crueldad, injusticia y antidemocracia, todo disfrazado de ONG.
El problema de todo este designio occidental es que hay dos grandes potencias mundiales que no entran por el aro: Rusia y China, dos gigantes que ya compiten abiertamente con Estados Unidos y sus aliados por la primacía mundial y por cautivar a los grandes países emergentes, llamados a liderar el futuro del planeta: Brasil, la India y tal vez México y Sudáfrica.
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