El filósofo Aristóteles (384-322 a.C), discípulo de Platón y preceptor del rey macedonio Alejandro el Magno, opinaba que “cuanto más democrática se vuelve una democracia, más tiende a ser gobernada por la plebe, degenerando en tiranía”. Otro filósofo, este romano, el estoico Lucio Anneo Séneca (4 a.C-65 d.C), tutor del emperador Nerón, decía que “la opinión de la multitud es indicio de lo peor”.
Muy interesante es lo que enseñaba el obispo san Agustín de Hipona (354-430) a propósito de la forma de gobierno democrática: “si un pueblo es razonable, serio, muy vigilante en la defensa del bien común, es bueno promulgar una ley que permita a ese pueblo darse a sí mismo sus propios magistrados para administrar los asuntos públicos. Con todo, si ese pueblo poco a poco se degrada, si su sufragio se convierte en algo venal, si le da el gobierno a personas escandalosas y criminales, entonces resulta conveniente quitarle la facultad de conferir honores y volver al juicio de un pequeño grupo de hombres de bien”.
La Ilustración fue el período de plasmación de la democracia liberal. A propósito de la misma, el filósofo suizo Jean Jacques Rousseau (1712-1778) escribía que “si se toma el término con todo el rigor de su acepción, no existió nunca una verdadera democracia, ni existirá jamás. Va contra el orden natural que la mayoría gobierne y que la minoría sea gobernada”.
Del escritor francés Pierre Claude Victoire Boiste (1765-1824) es la definición “la democracia es la subdivisión de la tiranía entre varios ciudadanos”. La experiencia con las democracias liberales triunfantes en Occidente suscita en el siglo XIX muchas sentencias al respecto.
Otro suizo, el filósofo Henry F. Amiel (1821-1881) opinaba que “la democracia descansa sobre esta ficción legal por la cual la mayoría no sólo dispone de la fuerza sino también de la razón; que posee al mismo tiempo sabiduría y derecho”, mientras el psicólogo social Gustave Le Bon (1841-1931) decía que “un país gobernado por la opinión no lo está por la competencia”. El francés Robert Pellevé de La Motte-Ango, marques de Flers, dramaturgo (1872-1927) afirmaba que: “la democracia es el nombre que le damos al pueblo cada vez que lo necesitamos”.
El liberal de la unificación italiana, Carlo Bini, sentenciaba “quien no sabe gobernar es siempre un usurpador”. Ya en el siglo XX, uno de los filones de frases célebres es sin duda el escritor irlandés George Bernard Shaw (1856-1950), “fabiano” (socialista no revolucionario), vegetariano y siempre controvertido, al que a propósito de este tema se le atribuyen varias citas: “La democracia es el proceso que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que nos merecemos"; “la democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección debida a una mayoría incompetente", y la corrosiva “los políticos y los pañales se han de cambiar frecuentemente, y por idénticos motivos”. Del propio Winston Churchill (1874-1965) es la demoledora frase “el mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio”.
El escritor alemán Hermann Hesse (1877-1962) dejó escrito que “la masa no es buena ni mala, sino indolente, y no hay nada que odie tanto como las llamadas a la conciencia”. Otro escritor, el socialista francés Anatole France (1844-1924) fue el autor de aquella célebre “una necedad repetida por treinta y seis millones de bocas no deja de ser una necedad”. El ruso-francés Vladimir Volkoff (1932-2005), escritor e intelectual cristiano ortodoxo escribió “la definición de “El Pueblo” consiste en sustituir a una cantidad de personas distintas y bien reales por una sola persona perfectamente imaginaria”, y “la democracia ya no es más un sistema de designación de gobernantes, ahora es un cuerpo de doctrina infalible y obligatoria, y tiene su catecismo: los derechos del hombre, y fuera de los derechos del hombre, no hay salvación”.
Terminamos con una sentencia del pontífice Benedicto XVI (n. 1927): “la verdad no se determina mediante un voto de la mayoría”.
El Nardo
Muy interesante es lo que enseñaba el obispo san Agustín de Hipona (354-430) a propósito de la forma de gobierno democrática: “si un pueblo es razonable, serio, muy vigilante en la defensa del bien común, es bueno promulgar una ley que permita a ese pueblo darse a sí mismo sus propios magistrados para administrar los asuntos públicos. Con todo, si ese pueblo poco a poco se degrada, si su sufragio se convierte en algo venal, si le da el gobierno a personas escandalosas y criminales, entonces resulta conveniente quitarle la facultad de conferir honores y volver al juicio de un pequeño grupo de hombres de bien”.
La Ilustración fue el período de plasmación de la democracia liberal. A propósito de la misma, el filósofo suizo Jean Jacques Rousseau (1712-1778) escribía que “si se toma el término con todo el rigor de su acepción, no existió nunca una verdadera democracia, ni existirá jamás. Va contra el orden natural que la mayoría gobierne y que la minoría sea gobernada”.
Del escritor francés Pierre Claude Victoire Boiste (1765-1824) es la definición “la democracia es la subdivisión de la tiranía entre varios ciudadanos”. La experiencia con las democracias liberales triunfantes en Occidente suscita en el siglo XIX muchas sentencias al respecto.
Otro suizo, el filósofo Henry F. Amiel (1821-1881) opinaba que “la democracia descansa sobre esta ficción legal por la cual la mayoría no sólo dispone de la fuerza sino también de la razón; que posee al mismo tiempo sabiduría y derecho”, mientras el psicólogo social Gustave Le Bon (1841-1931) decía que “un país gobernado por la opinión no lo está por la competencia”. El francés Robert Pellevé de La Motte-Ango, marques de Flers, dramaturgo (1872-1927) afirmaba que: “la democracia es el nombre que le damos al pueblo cada vez que lo necesitamos”.
El liberal de la unificación italiana, Carlo Bini, sentenciaba “quien no sabe gobernar es siempre un usurpador”. Ya en el siglo XX, uno de los filones de frases célebres es sin duda el escritor irlandés George Bernard Shaw (1856-1950), “fabiano” (socialista no revolucionario), vegetariano y siempre controvertido, al que a propósito de este tema se le atribuyen varias citas: “La democracia es el proceso que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que nos merecemos"; “la democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección debida a una mayoría incompetente", y la corrosiva “los políticos y los pañales se han de cambiar frecuentemente, y por idénticos motivos”. Del propio Winston Churchill (1874-1965) es la demoledora frase “el mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio”.
El escritor alemán Hermann Hesse (1877-1962) dejó escrito que “la masa no es buena ni mala, sino indolente, y no hay nada que odie tanto como las llamadas a la conciencia”. Otro escritor, el socialista francés Anatole France (1844-1924) fue el autor de aquella célebre “una necedad repetida por treinta y seis millones de bocas no deja de ser una necedad”. El ruso-francés Vladimir Volkoff (1932-2005), escritor e intelectual cristiano ortodoxo escribió “la definición de “El Pueblo” consiste en sustituir a una cantidad de personas distintas y bien reales por una sola persona perfectamente imaginaria”, y “la democracia ya no es más un sistema de designación de gobernantes, ahora es un cuerpo de doctrina infalible y obligatoria, y tiene su catecismo: los derechos del hombre, y fuera de los derechos del hombre, no hay salvación”.
Terminamos con una sentencia del pontífice Benedicto XVI (n. 1927): “la verdad no se determina mediante un voto de la mayoría”.
El Nardo
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