Desde el fin de la II Guerra Mundial, la conciencia moral del mundo nunca ha estado tan agotada y desalentada como ahora. Las violaciones del derecho internacional y de los derechos humanos permanecen hoy impunes, sin que los ciudadanos reacciones, sin que los intelectuales y periodistas, teóricos vigilantes del pulso del mundo, adviertan el desastre, sin que surja, como en el pasado, movimiento alguno de protesta que haga temblar a los déspotas.
Sin que nadie reaccione, países como Cuba, Venezuela, Nicaragua, Irán, China y otros están siendo oprimidos por sus dictaduras, en algunos casos encabezadas por chulos disfrazados de demócratas, que están siguiendo al pie de la letra un guión preescrito para esclavizar a los pueblos y recuperar la tiranía comunista con otros métodos y por otros caminos.
En algunas democracias teóricas, como España, transformadas en oligocracias alejadas del ciudadano, los hechos y dramas demuestran la impotencia inepta del poder político y hacen evidente el decaimiento y la degradación del país. El incremento de una corrupción casi siempre impune y el hecho de que grandes crímenes como los del 11 M permanezcan sin resolver están contribuyendo al hundimiento de la esperanza. En esta España degradada, el gobierno adopta sin escrúpulos medidas contrarias a la voluntad popular y se atreve a gobernar en contra de los deseos y opiniones de la mayoría, con impunidad y de espaldas al pueblo soberano.
En muchos países islámicos se asesina al que practica otra religión, se aplasta a la mujer, se mutila al delincuente, se predica la guerra y el exterminio del infiel y se violan a diario los derechos humanos básicos, sin que esas canalladas tengan consecuencias en el plano internacional.
Dirigida por gobiernos que llaman "pragmatismo" a la cobardía y a la ausencia de moral, la Humanidad está perdiendo la capacidad de sentir asco y de rebelarse.
Es fácil pensar que frente a los poderosos aparatos estatales de propaganda, los principales causantes del desfallecimiento moral y del envilecimiento, no hay defensa posible y que el librepensamiento y la resistencia están condenadas al fracaso, pero no es así si se analiza la Historia.
Hace poco más de un siglo, el "Yo acuso" de Emile Zola hizo temblar a Francia y poco después, en 1914, "Canto de odio", de Lissauer, una poesía de 14 versos, se transformaba en un acontecimiento capaz de cambiar la Historia.
La clave del desastre moral del mundo actual está en el uso de la propaganda y de la mentira organizada por parte de los gobiernos. Aunque sean pocos los que perciban la tragedia y sin que periodistas e intelectuales lo denuncien, lo cierto es que los mentirosos en el poder están destruyendo la estructura moral del mundo civilizado y lo están empujándolo hacia un nuevo tipo de barbarie.
Hítler fue el primero que utilizó la propaganda para convertir la mentira en algo natural. Los imitadores han sido muchos y en la España actual la mentira del poder está alcanzado el rango de política de Estado, después de la gran estafa al ciudadano que representó Zapatero y el incumplimiento salvaje de todas sus promesas electorales realizado por Rajoy. La mentira oficial está acabando no sólo con la democracia en España, sino también con la política, la confianza, la ética, la literatura y el arte.
La situación exige que cualquier regeneración pase por recuperar la verdad como modelo de convivencia y guía del liderazgo.
En España, la pandilla decadente de siempre, amparada bajo el paraguas del falso "progreso", la misma que en tiempos de Hítler y de Stalin llamaba cobardes a los prudentes y débiles a los humanistas, está actuando con apoyo oficial, llamando pesimista al que duda, etiquetando como antisistema al que protesta y señalando como fascista al que se rebela.
El poder político ha renunciado a ser ejemplar, despojando así al liderazgo de su principal fuerza moral, y no le importa humillarse, contradecirse y mentir con tal de mantenerse en el poder. Los políticos profesionales se han transformado en una raza maldita que pilota la decadencia, que arrasa la democracia y que conduce a la Humanidad por una senda sin principios ni valores, hacia la derrota y el fracaso.
Sin que nadie reaccione, países como Cuba, Venezuela, Nicaragua, Irán, China y otros están siendo oprimidos por sus dictaduras, en algunos casos encabezadas por chulos disfrazados de demócratas, que están siguiendo al pie de la letra un guión preescrito para esclavizar a los pueblos y recuperar la tiranía comunista con otros métodos y por otros caminos.
En algunas democracias teóricas, como España, transformadas en oligocracias alejadas del ciudadano, los hechos y dramas demuestran la impotencia inepta del poder político y hacen evidente el decaimiento y la degradación del país. El incremento de una corrupción casi siempre impune y el hecho de que grandes crímenes como los del 11 M permanezcan sin resolver están contribuyendo al hundimiento de la esperanza. En esta España degradada, el gobierno adopta sin escrúpulos medidas contrarias a la voluntad popular y se atreve a gobernar en contra de los deseos y opiniones de la mayoría, con impunidad y de espaldas al pueblo soberano.
En muchos países islámicos se asesina al que practica otra religión, se aplasta a la mujer, se mutila al delincuente, se predica la guerra y el exterminio del infiel y se violan a diario los derechos humanos básicos, sin que esas canalladas tengan consecuencias en el plano internacional.
Dirigida por gobiernos que llaman "pragmatismo" a la cobardía y a la ausencia de moral, la Humanidad está perdiendo la capacidad de sentir asco y de rebelarse.
Es fácil pensar que frente a los poderosos aparatos estatales de propaganda, los principales causantes del desfallecimiento moral y del envilecimiento, no hay defensa posible y que el librepensamiento y la resistencia están condenadas al fracaso, pero no es así si se analiza la Historia.
Hace poco más de un siglo, el "Yo acuso" de Emile Zola hizo temblar a Francia y poco después, en 1914, "Canto de odio", de Lissauer, una poesía de 14 versos, se transformaba en un acontecimiento capaz de cambiar la Historia.
La clave del desastre moral del mundo actual está en el uso de la propaganda y de la mentira organizada por parte de los gobiernos. Aunque sean pocos los que perciban la tragedia y sin que periodistas e intelectuales lo denuncien, lo cierto es que los mentirosos en el poder están destruyendo la estructura moral del mundo civilizado y lo están empujándolo hacia un nuevo tipo de barbarie.
Hítler fue el primero que utilizó la propaganda para convertir la mentira en algo natural. Los imitadores han sido muchos y en la España actual la mentira del poder está alcanzado el rango de política de Estado, después de la gran estafa al ciudadano que representó Zapatero y el incumplimiento salvaje de todas sus promesas electorales realizado por Rajoy. La mentira oficial está acabando no sólo con la democracia en España, sino también con la política, la confianza, la ética, la literatura y el arte.
La situación exige que cualquier regeneración pase por recuperar la verdad como modelo de convivencia y guía del liderazgo.
En España, la pandilla decadente de siempre, amparada bajo el paraguas del falso "progreso", la misma que en tiempos de Hítler y de Stalin llamaba cobardes a los prudentes y débiles a los humanistas, está actuando con apoyo oficial, llamando pesimista al que duda, etiquetando como antisistema al que protesta y señalando como fascista al que se rebela.
El poder político ha renunciado a ser ejemplar, despojando así al liderazgo de su principal fuerza moral, y no le importa humillarse, contradecirse y mentir con tal de mantenerse en el poder. Los políticos profesionales se han transformado en una raza maldita que pilota la decadencia, que arrasa la democracia y que conduce a la Humanidad por una senda sin principios ni valores, hacia la derrota y el fracaso.
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