El PP debe administrar con prudencia y sin euforia lo que se ha vendido a la opinión pública como una "gran victoria" porque en realidad sólo fue una gran derrota del socialismo. Ha sido una gran victoria, pero sólo si se cuentan los escaños, que fueron 186 contra 110. Pero, si se contabilizan los votos y se comparan con los obtenidos en las pasadas generales de 2008, se descubre con sorpresa que solo 552.683 ciudadanos han incrementado las papeletas a favor del PP, una subida menor que las obtenidas por Izquierda Unida y UPyD. El dato aclara la situación y permite descubrir que mas que una gran victoria del PP, el 20 de noviembre se produjo un profundo hundimiento del PSOE, que perdió casi 4.5 millones de votos..
Rajoy y su partido deberían analizar con detenimiento y realismo por qué su partido ha recibido tan poco incremento de votos, a pesar de que casi cinco millones de ciudadanos abandonaron al PSOE. Algo sigue sin funcionar en la relación entre el PP y la sociedad española, a pesar de la victoria obtenida. La enorme mayoría de 186 escaños contra 110 se debe a los números que se derivan de la ley de Hontd, que reparte los escaños beneficiando al partido mas votado.
Un análisis científico de los resultados del pasado domingo lleva a la conclusión de que responden a un "gran castigo" a los "verdugos de España", no a una confianza masiva de los ciudadanos en el PP.
Tras el recuento, las primeras reacciones de los dos grandes partidos han sido decepcionantes. Rubalcababa y Zapatero siguen empeñados en mantener la ceguera y atribuyen su humillante derrota "a la crisis", sin reconocer los enormes errores y daños que el mal gobierno socialista ha causado a España, por los que no parecen dispuestos a pedir perdón. Por su parte, Rajoy y su partido parecen sentirse mas apoyados de lo que debieran, a juzgar por los votos obtenidos, y, lamentablemente, se han olvidado en sus primeros discursos de problemas tan apremiantes como la corrupción y la inmoralidad de la vida política española, más graves, si cabe, que la crisis económica, una crisis que nunca se habría producido sin la corrupción pública que corroe la política española. Para desgracia de los españoles, los dirigentes del PP parecen haber olvidado también otro fenómeno gravísimo ocurrido el 20 de noviembre: el ascenso del nacionalismo independentista, tanto en Vascongadas como en Cataluña, un monstruo alimentado estúpidamente por el incompetente Zapatero y su partido.
La verdad cruda del 20 de noviembre es que, gracias a la ley de Hontd, no a los votos recibidos, el nuevo gobierno del PP disfruta de una mayoría absoluta, aunque irreal, con base de barro y con unos nacionalismos disgregadores llenos de euforia y pisando más fuerte que nunca, dispuestos, junto con los socialistas recalcitrantes derrotados, los sindicalistas que dejarán de cobrar sus regalías del Estado, los fanáticos y los cientos de miles que ordeñaban al Estado cada día, a seguir adelante con la tarea de destruir España.
El mayor reto de Rajoy no es, como él dice, combatir contra la crisis, la deuda y el paro, objetivos que son realmente importantes, sino eliminar la corrupción, el desequilibrio en la vida política española y la sucia impunidad de los políticos, que pueden acumular privilegios, enriquecerse ilegalmente y destruir la nación sin que visiten la cárcel, problemas y carencias sangrantes y antidemocráticos que están en la base de todas las desgracias españolas, sin olvidar la misión de hacer frente a un nacionalismo excluyente y radical que odia a España y que está dispuesto a destruirla con todas sus fuerzas, incluyendo ahora su presencia en el Congreso y el Senado..
Haber olvidado la corrupción en sus primeros discursos y análisis no es un buen síntoma y es lógico pensar que ese olvido anticipa que nada va a cambiar en ese sentido.
El PP está obligado a considerar y asumir que su victoria se debe a la debacle del PSOE, debida, a su vez, a la pésima gestión socialista, inundada de numerosos casos de corrupción, de despilfarro y de saqueo de las arcas públicas, con el lógico descalabro de nuestro sistema financiero, sobre todo en las Cajas de Ahorro, que también han sido arruinadas, y en algunos casos esquilmadas, por los políticos que las han dirigido.
Por último, en el país que tiene, probablemente, uno de los mayores déficits democráticos de toda Europa, los vencedores no hablan de regeneración y de la necesidad de avanzar hacia una democracia verdadera, en la que la ley sea igual para todos, todos tengan idénticas oportunidades, los diputados y senadores elegidos respondan ante los ciudadanos, no ante sus partidos, en la que los grandes poderes del Estado sean independientes y libres, donde se castigue duramente a los corruptos y donde los ciudadanos nunca sean engañados y manipulados por los poderosos.
Para desgracia y desasosiego de muchos demócratas españoles, nadie ha dicho tampoco la gran verdad del 20 de noviembre: que no fue una fiesta de la democracia, sino un aquelarre de la partitocracia en el que los españoles cambiaron de amos.
Rajoy y su partido deberían analizar con detenimiento y realismo por qué su partido ha recibido tan poco incremento de votos, a pesar de que casi cinco millones de ciudadanos abandonaron al PSOE. Algo sigue sin funcionar en la relación entre el PP y la sociedad española, a pesar de la victoria obtenida. La enorme mayoría de 186 escaños contra 110 se debe a los números que se derivan de la ley de Hontd, que reparte los escaños beneficiando al partido mas votado.
Un análisis científico de los resultados del pasado domingo lleva a la conclusión de que responden a un "gran castigo" a los "verdugos de España", no a una confianza masiva de los ciudadanos en el PP.
Tras el recuento, las primeras reacciones de los dos grandes partidos han sido decepcionantes. Rubalcababa y Zapatero siguen empeñados en mantener la ceguera y atribuyen su humillante derrota "a la crisis", sin reconocer los enormes errores y daños que el mal gobierno socialista ha causado a España, por los que no parecen dispuestos a pedir perdón. Por su parte, Rajoy y su partido parecen sentirse mas apoyados de lo que debieran, a juzgar por los votos obtenidos, y, lamentablemente, se han olvidado en sus primeros discursos de problemas tan apremiantes como la corrupción y la inmoralidad de la vida política española, más graves, si cabe, que la crisis económica, una crisis que nunca se habría producido sin la corrupción pública que corroe la política española. Para desgracia de los españoles, los dirigentes del PP parecen haber olvidado también otro fenómeno gravísimo ocurrido el 20 de noviembre: el ascenso del nacionalismo independentista, tanto en Vascongadas como en Cataluña, un monstruo alimentado estúpidamente por el incompetente Zapatero y su partido.
La verdad cruda del 20 de noviembre es que, gracias a la ley de Hontd, no a los votos recibidos, el nuevo gobierno del PP disfruta de una mayoría absoluta, aunque irreal, con base de barro y con unos nacionalismos disgregadores llenos de euforia y pisando más fuerte que nunca, dispuestos, junto con los socialistas recalcitrantes derrotados, los sindicalistas que dejarán de cobrar sus regalías del Estado, los fanáticos y los cientos de miles que ordeñaban al Estado cada día, a seguir adelante con la tarea de destruir España.
El mayor reto de Rajoy no es, como él dice, combatir contra la crisis, la deuda y el paro, objetivos que son realmente importantes, sino eliminar la corrupción, el desequilibrio en la vida política española y la sucia impunidad de los políticos, que pueden acumular privilegios, enriquecerse ilegalmente y destruir la nación sin que visiten la cárcel, problemas y carencias sangrantes y antidemocráticos que están en la base de todas las desgracias españolas, sin olvidar la misión de hacer frente a un nacionalismo excluyente y radical que odia a España y que está dispuesto a destruirla con todas sus fuerzas, incluyendo ahora su presencia en el Congreso y el Senado..
Haber olvidado la corrupción en sus primeros discursos y análisis no es un buen síntoma y es lógico pensar que ese olvido anticipa que nada va a cambiar en ese sentido.
El PP está obligado a considerar y asumir que su victoria se debe a la debacle del PSOE, debida, a su vez, a la pésima gestión socialista, inundada de numerosos casos de corrupción, de despilfarro y de saqueo de las arcas públicas, con el lógico descalabro de nuestro sistema financiero, sobre todo en las Cajas de Ahorro, que también han sido arruinadas, y en algunos casos esquilmadas, por los políticos que las han dirigido.
Por último, en el país que tiene, probablemente, uno de los mayores déficits democráticos de toda Europa, los vencedores no hablan de regeneración y de la necesidad de avanzar hacia una democracia verdadera, en la que la ley sea igual para todos, todos tengan idénticas oportunidades, los diputados y senadores elegidos respondan ante los ciudadanos, no ante sus partidos, en la que los grandes poderes del Estado sean independientes y libres, donde se castigue duramente a los corruptos y donde los ciudadanos nunca sean engañados y manipulados por los poderosos.
Para desgracia y desasosiego de muchos demócratas españoles, nadie ha dicho tampoco la gran verdad del 20 de noviembre: que no fue una fiesta de la democracia, sino un aquelarre de la partitocracia en el que los españoles cambiaron de amos.
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