El nuevo rey ha iniciado su reinado con mensajes claros y contundentes. Ante una España dividida y con dos regiones que desean la independencia, gobernadas por políticos que odian a España, ha afirmado que "En la España unida y diversa cabemos todos, todas las formas de sentirse español, porque los sentimientos no deben nunca enfrentar o dividir sino respetar y convivir". El otro mensaje clave es el que defiende "Una Corona íntegra, honesta y transparente" y una "Monarquía renovada para un tiempo nuevo.
La historiadora Carmen Iglesias, que ha sido profesora de Historia y Humanidades de Don Felipe, desveló hace unos días que Carlos III era uno de los Reyes favoritos del Príncipe y ha destacado las expediciones científico militares que se desarrollaron bajo su reinado. Carlos III practicó el despotismo ilustrado de la época y llevó a cabo reformas muy importantes, entre otras las de otorgar poder político a la burguesía, liberalizar el comercio, impulsar la investigación científica y reformar la docencia. En política exterior, consiguió recuperar Menorca, que había caído antes en manos de los ingleses.
Pero las intenciones del nuevo Jefe del Estado español se enfrentan a un importante obstáculo, tal vez invencible para él: carece de poderes para imponer una política concreta y tendrá que convivir con una clase política española deleznable y fracasada, rechazada cada día mas por el pueblo y a la que los ciudadanos acusan de haberse entregado a la corrupción, al abuso de poder, al desprecio a la verdadera democracia y de ser la causante de los grandes males de España.
Si el nuevo rey quiere ser de verdad honrado, decente, transparente y justo, sus enemigos serán los mismos que tiene el pueblo español: los políticos y sus partidos. El rey, al tener que convivir con la "casta" política española, será la principal víctima de una clase política que margina a los ciudadanos, que gobierna con arrogancia, que está infectada de corrupción, que disfruta de una impunidad obscena, que ha degradado la democracia y que gobierna abusando del poder, sin rendir cuentas a la ciudadanía y creyéndose con derecho a adoptar decisiones en contra del interés general, la justicia y el bien común.
Rodeado de la odiosa tribu de los políticos españoles, el nuevo rey será considerado por los ciudadanos, especialmente por los cada dia mas numerosos resistentes y los demócratas, como un miembro mas de la odiada casta y como un obstáculo para la regeneración y el resurgir de la nación.
Lo único que une a Felipe VI con su pueblo es que tenemos el mismo enemigo común: los políticos y sus antidemocráticos partidos. El gran peligro del nuevo monarca es caer, como hizo su padre, en las redes de la casta y comportarse como un rey secuestrado por los políticos. Es muy difícil que Felipe pueda evitar esa red enorme de baba y de pegamento pelota y servil que saben tejer los políticos, sobre todos aquellos que odian a España, como los secesionistas vascos y catalanes, y los que se alimentan del saqueo y el privilegios, ajenos al pueblo y a la democracia. La única vía para que la Corona se salve es forjar una alianza con los ciudadanos, que son la parte sana de la nación, nunca con los políticos, que son el cáncer y la escoria.
Es evidente que si el rey quiere imitar a Carlos III y convertirse en el médico de la enferma España, además de en el gran impulsor de la modernidad y la decencia, tendrá que enfrentarse a una deplorable y obscena casta política que se atreve a nombrar jueces y magistrados, que está infectada de corrupción hasta el tuétano y que comete una y otra vez los dos peores pecados contra la democracia: anteponer los intereses propias al bien común y gobernar sin las leyes, controles, contrapesos y frenos que someten el poder e impiden en democracia que se produzcan el abuso, la opresión y la tiranía.
Sin embargo, hay muchos españoles con amplio conocimiento y cultura que, frustrados por el comportamiento de los borbones, opinan todo lo contrario. Ellos sostienen que a Felipe VI, como al resto de antecesores en la dinastía, el Bien Común y la Política, con mayúscula, al servicio de los españoles le traen al pairo, mientras no afecten a sus privilegios para disfrutar de "la Finca" (España) y los beneficios anejos. En ese contexto, con tal de mantener esos privilegios, a Felipe VI le hubiera dado igual que en la ceremonia inaugural hubiera tenido que leer la guía telefónica.
La historiadora Carmen Iglesias, que ha sido profesora de Historia y Humanidades de Don Felipe, desveló hace unos días que Carlos III era uno de los Reyes favoritos del Príncipe y ha destacado las expediciones científico militares que se desarrollaron bajo su reinado. Carlos III practicó el despotismo ilustrado de la época y llevó a cabo reformas muy importantes, entre otras las de otorgar poder político a la burguesía, liberalizar el comercio, impulsar la investigación científica y reformar la docencia. En política exterior, consiguió recuperar Menorca, que había caído antes en manos de los ingleses.
Pero las intenciones del nuevo Jefe del Estado español se enfrentan a un importante obstáculo, tal vez invencible para él: carece de poderes para imponer una política concreta y tendrá que convivir con una clase política española deleznable y fracasada, rechazada cada día mas por el pueblo y a la que los ciudadanos acusan de haberse entregado a la corrupción, al abuso de poder, al desprecio a la verdadera democracia y de ser la causante de los grandes males de España.
Si el nuevo rey quiere ser de verdad honrado, decente, transparente y justo, sus enemigos serán los mismos que tiene el pueblo español: los políticos y sus partidos. El rey, al tener que convivir con la "casta" política española, será la principal víctima de una clase política que margina a los ciudadanos, que gobierna con arrogancia, que está infectada de corrupción, que disfruta de una impunidad obscena, que ha degradado la democracia y que gobierna abusando del poder, sin rendir cuentas a la ciudadanía y creyéndose con derecho a adoptar decisiones en contra del interés general, la justicia y el bien común.
Rodeado de la odiosa tribu de los políticos españoles, el nuevo rey será considerado por los ciudadanos, especialmente por los cada dia mas numerosos resistentes y los demócratas, como un miembro mas de la odiada casta y como un obstáculo para la regeneración y el resurgir de la nación.
Lo único que une a Felipe VI con su pueblo es que tenemos el mismo enemigo común: los políticos y sus antidemocráticos partidos. El gran peligro del nuevo monarca es caer, como hizo su padre, en las redes de la casta y comportarse como un rey secuestrado por los políticos. Es muy difícil que Felipe pueda evitar esa red enorme de baba y de pegamento pelota y servil que saben tejer los políticos, sobre todos aquellos que odian a España, como los secesionistas vascos y catalanes, y los que se alimentan del saqueo y el privilegios, ajenos al pueblo y a la democracia. La única vía para que la Corona se salve es forjar una alianza con los ciudadanos, que son la parte sana de la nación, nunca con los políticos, que son el cáncer y la escoria.
Es evidente que si el rey quiere imitar a Carlos III y convertirse en el médico de la enferma España, además de en el gran impulsor de la modernidad y la decencia, tendrá que enfrentarse a una deplorable y obscena casta política que se atreve a nombrar jueces y magistrados, que está infectada de corrupción hasta el tuétano y que comete una y otra vez los dos peores pecados contra la democracia: anteponer los intereses propias al bien común y gobernar sin las leyes, controles, contrapesos y frenos que someten el poder e impiden en democracia que se produzcan el abuso, la opresión y la tiranía.
Sin embargo, hay muchos españoles con amplio conocimiento y cultura que, frustrados por el comportamiento de los borbones, opinan todo lo contrario. Ellos sostienen que a Felipe VI, como al resto de antecesores en la dinastía, el Bien Común y la Política, con mayúscula, al servicio de los españoles le traen al pairo, mientras no afecten a sus privilegios para disfrutar de "la Finca" (España) y los beneficios anejos. En ese contexto, con tal de mantener esos privilegios, a Felipe VI le hubiera dado igual que en la ceremonia inaugural hubiera tenido que leer la guía telefónica.
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