Cuando un partido político traspasa la linea roja y se acostumbra a anteponer sus intereses a los del pueblo, ya no tiene vuelta atrás, ni puede regenerarse. Si, además, ha aprendido a convivir con la corrupción y prefiere engañar a los ciudadanos e inventar maniobras dilatorias antes que entrar a saco para erradicar ese insoportable vicio, entonces, la regeneración es todavía más imposible. Si, para colmo, esos partidos de tanto ejercer el poder sin controles ni cautelas, han perdido la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, como ocurre con los grandes partidos políticos españoles, entonces la única solución es resetearlos y empezar desde cero.
Esperar que de los mismos partidos políticos que son los grandes culpables de los males de España pueda surgir la solución de esos males, es ridículo, absurdo y estúpido. Los partidos han demostrado hasta la saciedad que no tienen interés alguno en cumplir los deseos democráticos de la ciudadanía y que prefieren atrincherarse en el poder antes que ceder y perder sus privilegios injustos y abusivos.
Es evidente que los ciudadanos no quieren que los partidos se financien con el dinero de los impuestos ciudadanos, ni que existan las listas cerradas, ni que la ley electoral baneficie a los partidos nacionalistas, ni que el Parlamento sea un nido de diputados ajenos al pueblo que dicen representar, gente que representa solo a los partidos que les colocan en las listas y que ni siquiera conocen a los ciudadanos de sus circunscripciones. Tampoco quieren los ciudadanos que los partidos subyuguen y controlen la Justicia, la Universidad y muchos otros pilares de la sociedad civil que debieran ser libres e independientes en democracia y que los partidos, sin pudor ni vergüenza, han ocupado. El peublo quiere que los ladrones paguen, que los que han saqueado las cajas de ahorros devuelvan lo robado, que las comisiones de investigación estén integradas por ciudadanos independientes y de probada ética, no por militantes comprados y leales a sus propios partidos, sin intención alguna de buscar la verdad y predispuestos al apaño y a la mentira. Los ciudadanos quieren que los políticos renuncien a buena parte de sus privilegios, que dejen de ser impunes y que se investiguen aquellos miles de patrimonios que no son explicables, acumulados por cargos públicos y políticos en ejercicio.
Pero los políticos actuales, nada demócratas y altamente próximos a la tiranía camuflada, cierran los oídos a esas demandas y prefieren lanzar a sus perros del poder, en especial a policías, periodistas y jueces, contra un pueblo que sólo reclama aquello a lo que tiene derecho: la democracia verdadera.
Si se analizan sus fechorías, si se toma nota de que hay más de 700 causas abiertas contra los partidos políticos por corrupción y abuso de poder, es lógico concluir que únicamente ETA supera a los partidos políticos españoles como asociaciones de malhechores.
El pueblo español está humillado y dolorido, acumulando odio frente a una clase política que prefiere hostigar y hacer la vida imposible a los ciudadanos antes que construir la democracia decente que todos quieren. Con toda razón y justicia, los políticos son ya los verdaderos enemigos del pueblo español y el gran obstáculo que impide el renacimiento de España y su avance hacia una sociedad justa y decente, propia de ciudadanos libres y no de masas aborregadas y sometidas al capricho de truhanes.
Esperar que de los mismos partidos políticos que son los grandes culpables de los males de España pueda surgir la solución de esos males, es ridículo, absurdo y estúpido. Los partidos han demostrado hasta la saciedad que no tienen interés alguno en cumplir los deseos democráticos de la ciudadanía y que prefieren atrincherarse en el poder antes que ceder y perder sus privilegios injustos y abusivos.
Es evidente que los ciudadanos no quieren que los partidos se financien con el dinero de los impuestos ciudadanos, ni que existan las listas cerradas, ni que la ley electoral baneficie a los partidos nacionalistas, ni que el Parlamento sea un nido de diputados ajenos al pueblo que dicen representar, gente que representa solo a los partidos que les colocan en las listas y que ni siquiera conocen a los ciudadanos de sus circunscripciones. Tampoco quieren los ciudadanos que los partidos subyuguen y controlen la Justicia, la Universidad y muchos otros pilares de la sociedad civil que debieran ser libres e independientes en democracia y que los partidos, sin pudor ni vergüenza, han ocupado. El peublo quiere que los ladrones paguen, que los que han saqueado las cajas de ahorros devuelvan lo robado, que las comisiones de investigación estén integradas por ciudadanos independientes y de probada ética, no por militantes comprados y leales a sus propios partidos, sin intención alguna de buscar la verdad y predispuestos al apaño y a la mentira. Los ciudadanos quieren que los políticos renuncien a buena parte de sus privilegios, que dejen de ser impunes y que se investiguen aquellos miles de patrimonios que no son explicables, acumulados por cargos públicos y políticos en ejercicio.
Pero los políticos actuales, nada demócratas y altamente próximos a la tiranía camuflada, cierran los oídos a esas demandas y prefieren lanzar a sus perros del poder, en especial a policías, periodistas y jueces, contra un pueblo que sólo reclama aquello a lo que tiene derecho: la democracia verdadera.
Si se analizan sus fechorías, si se toma nota de que hay más de 700 causas abiertas contra los partidos políticos por corrupción y abuso de poder, es lógico concluir que únicamente ETA supera a los partidos políticos españoles como asociaciones de malhechores.
El pueblo español está humillado y dolorido, acumulando odio frente a una clase política que prefiere hostigar y hacer la vida imposible a los ciudadanos antes que construir la democracia decente que todos quieren. Con toda razón y justicia, los políticos son ya los verdaderos enemigos del pueblo español y el gran obstáculo que impide el renacimiento de España y su avance hacia una sociedad justa y decente, propia de ciudadanos libres y no de masas aborregadas y sometidas al capricho de truhanes.
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