¿Por qué extraña razón los mayores asesinos de la Historia han sido políticos o personas al servicio del Estado? ¿Qué fuerza desconocida convierte en crueles e inmisericordes a algunos servidores públicos que, en buena ley, deberían haberse sacrificado por el bien de sus pueblos?
Desgraciadamente, existe suficiente evidencia científica para afirmar que los seres más crueles de la historia, los asesinos más sádicos, los más eficientes exterminadores del género humano fueron políticos gobernantes o estuvieron vinculados estrechamente al Estado, tipos que utilizaron el monopolio de la violencia y otros poderes y recursos "públicos" para torturar y asesinar a sus semejantes.
Los campeones universales del crimen, los comunistas Mao Zedong y José Stalin, los emperadores romanos Nerón y Calígula; Adolfo Hitler, Pol Pot, el príncipe Vlad Tepes Drácula de Valaquia, conocido como el empalador, que llegó a torturar hasta la muerte a más de 100.000 personas; la condesa Elizabeth de Bathery, que desangró a casi un millar de niñas para bañarse en su sangre, creyendo que así obtendría dosis de juventud, Ivan el Terrible, Robespierre, Idi Amín Dadá, el doctor Mengele y otros muchos seres de crueldad desproporcionada tienen como denominador común su condición de estadistas o de servidores del Estado. Comparados con estos criminales "estatales", cualquier otro famoso asesino civil de la historia, como Jack el Destripador o el Carnicero de Rostow, ofrecen balances de víctimas tan reducidos que parecen aficionados de tercera categoría.
Si se quiere ampliar la lista de los grandes asesinos de la humanidad siguen apareciendo representantes de Estados o jefes de naciones, como Lenin, Troski, algunos faraones del antiguo Egipto, emperadores hititas y persas, Atila, rey de los hunos, Filipo de Macedonia, Alejandro Borgia, Benito Musolini, Enver Hoxha, Francisco Franco, Nicolai Ceaucescu y Fidel Castro. Una tercera ampliación permite incorporar a nuevos servidores del Estado, como Gengis Kan, Kublai Kan, Mobutu Sese Seko, Robert Mugabe, el dictador portugués Oliveira Salazar y otros muchos, todos ellos vinculados al poder público en sus respectivas naciones.
Pero caben nuevas ampliaciones de la lista, incorporando a sicarios y ejecutores al servicio de grandes criminales, como Beria, Goebbels, Martín Borman y otros muchos, hasta superar el millar de grandes criminales de la historia sin que aparezca un solo caso de alguien que no haya tenido estrechos vínculos con el poder político o con el servicio al Estado.
Dicen los expertos que la principal causa de que muchos políticos y gobernantes se transformen en asesinos radica en el error de creer que el Estado está por encima del individuo. Ese principio se transforma fácilmente en otro similar: "todo vale con tal de servir al Estado" o en el todavía más peligroso "el fin justifica los medios". Ahí está el origen de la patología asesina política. Desgraciadamente, muchos de nuestros políticos afirman hoy algo que no es identico pero que posee la misma raiz macabra: "En política vale todo". ¿Quien no ha oído alguna vez esa burrada pronunciada por políticos y dirigentes aparentemente democráticos?
Nosotros, sin rechazar esa tesis, creemos que detrás del crimen de los estadistas está siempre la lucha por el poder, la mayor de las pasiones humanas, que convierte el liderazgo en el mayor problema de la especie, un problema nunca resuelto cuyo principal resultado ha sido pocos gobernantes decentes, muchos mediocres al frente de naciones y demasiados criminales pastereando el rebaño humano.
Desgraciadamente, existe suficiente evidencia científica para afirmar que los seres más crueles de la historia, los asesinos más sádicos, los más eficientes exterminadores del género humano fueron políticos gobernantes o estuvieron vinculados estrechamente al Estado, tipos que utilizaron el monopolio de la violencia y otros poderes y recursos "públicos" para torturar y asesinar a sus semejantes.
Los campeones universales del crimen, los comunistas Mao Zedong y José Stalin, los emperadores romanos Nerón y Calígula; Adolfo Hitler, Pol Pot, el príncipe Vlad Tepes Drácula de Valaquia, conocido como el empalador, que llegó a torturar hasta la muerte a más de 100.000 personas; la condesa Elizabeth de Bathery, que desangró a casi un millar de niñas para bañarse en su sangre, creyendo que así obtendría dosis de juventud, Ivan el Terrible, Robespierre, Idi Amín Dadá, el doctor Mengele y otros muchos seres de crueldad desproporcionada tienen como denominador común su condición de estadistas o de servidores del Estado. Comparados con estos criminales "estatales", cualquier otro famoso asesino civil de la historia, como Jack el Destripador o el Carnicero de Rostow, ofrecen balances de víctimas tan reducidos que parecen aficionados de tercera categoría.
Si se quiere ampliar la lista de los grandes asesinos de la humanidad siguen apareciendo representantes de Estados o jefes de naciones, como Lenin, Troski, algunos faraones del antiguo Egipto, emperadores hititas y persas, Atila, rey de los hunos, Filipo de Macedonia, Alejandro Borgia, Benito Musolini, Enver Hoxha, Francisco Franco, Nicolai Ceaucescu y Fidel Castro. Una tercera ampliación permite incorporar a nuevos servidores del Estado, como Gengis Kan, Kublai Kan, Mobutu Sese Seko, Robert Mugabe, el dictador portugués Oliveira Salazar y otros muchos, todos ellos vinculados al poder público en sus respectivas naciones.
Pero caben nuevas ampliaciones de la lista, incorporando a sicarios y ejecutores al servicio de grandes criminales, como Beria, Goebbels, Martín Borman y otros muchos, hasta superar el millar de grandes criminales de la historia sin que aparezca un solo caso de alguien que no haya tenido estrechos vínculos con el poder político o con el servicio al Estado.
Dicen los expertos que la principal causa de que muchos políticos y gobernantes se transformen en asesinos radica en el error de creer que el Estado está por encima del individuo. Ese principio se transforma fácilmente en otro similar: "todo vale con tal de servir al Estado" o en el todavía más peligroso "el fin justifica los medios". Ahí está el origen de la patología asesina política. Desgraciadamente, muchos de nuestros políticos afirman hoy algo que no es identico pero que posee la misma raiz macabra: "En política vale todo". ¿Quien no ha oído alguna vez esa burrada pronunciada por políticos y dirigentes aparentemente democráticos?
Nosotros, sin rechazar esa tesis, creemos que detrás del crimen de los estadistas está siempre la lucha por el poder, la mayor de las pasiones humanas, que convierte el liderazgo en el mayor problema de la especie, un problema nunca resuelto cuyo principal resultado ha sido pocos gobernantes decentes, muchos mediocres al frente de naciones y demasiados criminales pastereando el rebaño humano.
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