Tanto tiempo esforzándonos por erradicar el fascismo, pensando que cuando regresara tendría la cara de Franco, y ahora resulta que ya ha regresado, pero con el rostro de Artur Mas, Mariano Rajoy, Rodríguez Zapatero, Pérez Rubalcaba y otros por el estilo. Algunos cándidos creen que el fascismo llega con botas militares, golpes de porras policiales, partidos neonazis, fachada autoritaria y represión de las libertades básicas, pero se equivocan porque desconocen que el fascismo modernizado llega unido al desprestigio de la democracia, al poder descontrolado de los partidos políticos y a la perversión de un sistema que se hace pasar por demócrata sin serlo. El fascismo no es otra cosa que ausencia de democracia y la hegemonía de contravalores como la corrupción, el engaño al pueblo desde el poder, la impunidad de los políticos, la injusticia generalizada y la caída en picado de la honradez y otros valores básicos.
El fascismo, en su versión sutil, está tan incrustado ya en la médula del actual sistema político español que es necesario que cantemos de nuevo aquello de "Libertad, libertad, sin ira, libertad".
Los fascistas de hoy en España no son generales que imponen su voluntad a golpe de fusil y de cadáveres, sino políticos aparentemente demócratas que desvirtúan el sistema y utilizan la fuerza del Estado para someter a los ciudadanos, incrementar su poder, abrir las puertas a la corrupción, engañar, promover lo injusto y atrincherarse en el cargo y sus privilegios. Los desahucios masivos, la corrupción que infecta a los partidos e instituciones y el abandono de los desempleados y pobres son tan fascistas o mas que las escuadras falangistas del pasado.
Ante el blindaje de los falsos demócratas españoles que detentan el poder, impermeables a la voluntad popular, a los españoles no nos queda otra misión política que expresar nuestro malestar mediante la protesta, la crítica, la propaganda y las manifestaciones, una forma no convencional de participar en la política que constituye un derecho fundamental en democracia.
Los nuevos fascistas españoles, aunque se camuflen, están cada día mas desenmascarados. Cada vez son mas los ciudadanos que los han "detectado" y que ya no los votan y los combaten en todos los ámbitos de la comunicación social y la sociedad civil, criticándolos, desenmascarándolos y descubriendo sus traiciones, carencias, vicios y miserias.
Pensándolo bien y aunque duela reconocerlo, los españoles, desde la muerte de Franco, no nos hemos comportado como auténticos ciudadanos, sino como cobardes imbéciles sometidos, pues hemos permitido, sin resistencia, que un nuevo fascismo, mas hipócrita, ineficiente y malsano, se instale en el país, arruinándonos y destruyendo los cimientos de la nación.
Los fascistas españoles, incrustados en el poder del Estado y en las instituciones, dejan a sus ciudadanos al margen de sus decisiones y adoptan casi todas sus medidas en contra de la voluntad popular. Previamente, a escondidas, han cambiado las reglas de la democracia por otras normas bastardas que permiten el abuso de poder y la corrupción desencadenada de la "casta" política, que ya puede operar con impunidad. Sin que los ciudadanos lo perciban, con nocturnidad y alevosía, han transformado la democracia en una sucia partitocracia, casi una dictadura pura de partidos políticos y políticos profesionales impregnada de auténtico fascismo.
No escuchan el lamento y los anhelos de los ciudadanos, pero sí hacen caso a sus clientes, a los aliados que les ayudan a ejercer el dominio y la opresión, gente como los indeseables que han saqueado las cajas de ahorro y el sistema financiero.
Todo ese neofascismo escondido pero presente en el sistema político español significa acercarse a la tiranía y cuando el gobernante deja de ser limpio, decente y demócrata para convertirse en un tirano al pueblo le asiste el derecho y la obligación de rebelarse.
En la España de Zapatero y, por desgracia, también en la de Rajoy, donde los políticos prefieren aplastar al pueblo con impuestos y recortes antes de cerrar una televisión pública o de eliminar empresas e instituciones públicas inútiles y plagada de vagos que viven a costa del Estado, existe más razón histórica, dignidad y decencia en un solo rebelde que lucha por mejorar el sistema y por una sociedad más justa que en todos los ministros, diputados y senadores juntos.
El fascismo, en su versión sutil, está tan incrustado ya en la médula del actual sistema político español que es necesario que cantemos de nuevo aquello de "Libertad, libertad, sin ira, libertad".
Los fascistas de hoy en España no son generales que imponen su voluntad a golpe de fusil y de cadáveres, sino políticos aparentemente demócratas que desvirtúan el sistema y utilizan la fuerza del Estado para someter a los ciudadanos, incrementar su poder, abrir las puertas a la corrupción, engañar, promover lo injusto y atrincherarse en el cargo y sus privilegios. Los desahucios masivos, la corrupción que infecta a los partidos e instituciones y el abandono de los desempleados y pobres son tan fascistas o mas que las escuadras falangistas del pasado.
Ante el blindaje de los falsos demócratas españoles que detentan el poder, impermeables a la voluntad popular, a los españoles no nos queda otra misión política que expresar nuestro malestar mediante la protesta, la crítica, la propaganda y las manifestaciones, una forma no convencional de participar en la política que constituye un derecho fundamental en democracia.
Los nuevos fascistas españoles, aunque se camuflen, están cada día mas desenmascarados. Cada vez son mas los ciudadanos que los han "detectado" y que ya no los votan y los combaten en todos los ámbitos de la comunicación social y la sociedad civil, criticándolos, desenmascarándolos y descubriendo sus traiciones, carencias, vicios y miserias.
Pensándolo bien y aunque duela reconocerlo, los españoles, desde la muerte de Franco, no nos hemos comportado como auténticos ciudadanos, sino como cobardes imbéciles sometidos, pues hemos permitido, sin resistencia, que un nuevo fascismo, mas hipócrita, ineficiente y malsano, se instale en el país, arruinándonos y destruyendo los cimientos de la nación.
Los fascistas españoles, incrustados en el poder del Estado y en las instituciones, dejan a sus ciudadanos al margen de sus decisiones y adoptan casi todas sus medidas en contra de la voluntad popular. Previamente, a escondidas, han cambiado las reglas de la democracia por otras normas bastardas que permiten el abuso de poder y la corrupción desencadenada de la "casta" política, que ya puede operar con impunidad. Sin que los ciudadanos lo perciban, con nocturnidad y alevosía, han transformado la democracia en una sucia partitocracia, casi una dictadura pura de partidos políticos y políticos profesionales impregnada de auténtico fascismo.
No escuchan el lamento y los anhelos de los ciudadanos, pero sí hacen caso a sus clientes, a los aliados que les ayudan a ejercer el dominio y la opresión, gente como los indeseables que han saqueado las cajas de ahorro y el sistema financiero.
Todo ese neofascismo escondido pero presente en el sistema político español significa acercarse a la tiranía y cuando el gobernante deja de ser limpio, decente y demócrata para convertirse en un tirano al pueblo le asiste el derecho y la obligación de rebelarse.
En la España de Zapatero y, por desgracia, también en la de Rajoy, donde los políticos prefieren aplastar al pueblo con impuestos y recortes antes de cerrar una televisión pública o de eliminar empresas e instituciones públicas inútiles y plagada de vagos que viven a costa del Estado, existe más razón histórica, dignidad y decencia en un solo rebelde que lucha por mejorar el sistema y por una sociedad más justa que en todos los ministros, diputados y senadores juntos.
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