Los defensores de Álvarez Cascos son la última tribu enloquecida de esta España donde la democracia es maltratada a diario y en la que el engaño y la confusión prevalecen siempre sobre la limpieza, la verdad y la luz. Están entre nosotros y se las dan de demócratas en la red, mensajes y mítines, cuando en realidad están defendiendo el verticalismo partitocrático y apoyando a quien fue una pieza clave del lamentable gobierno de Aznar, un tipo autoritario que, como secretario general del PP, impidió el debate libre, aplastó la disidencia, hizo y deshizo a su antojo, y antepuso siempre la disciplina y la sumisión a la libertad y a la crítica.
Cascos, hombre fuerte de Aznar, participó plenamente en todos los grandes errores que hicieron perder el poder al PP en 2004 frente a un Zapatero desconocido cuya única virtud era su capacidad de engaño, gracias a la cual se presentaba, hipócritamente, como humilde y cordial frente al autoritarismo, siempre furioso, de un Aznar que terminó haciéndose insoportable para millones de españoles.
Álvarez Cascos fue cómplice en aquel Pacto por la Justicia que autorizó a los partidos a nombrar jueces y magistrados, acabando con la independencia del poder judicial en España, como también lo fue en la designación "a dedo" de Mariano Rajoy como sucesor, sin contar con la opinión de militantes y simpatizantes.
Álvarez Cascos formó parte de aquel gobierno que demonizaba a los adversarios y que se negó siempre a reformar un sistema dominado por la corrupción, en el que los grandes valores de la democracia habían sido aniquilados por los partidos políticos. Aunque estuvieron ocho años en el poder, ni siquiera reformaron a tiempo la educación, que ya entonces era una de las peores del mundo desarrollado.
Los de la tribu que defiende la candidatura de Álvarez Cascos en Asturias, con ramificaciones en algunos otros lugares de España, tienen todo el derecho a respaldarlo, pero no tienen derecho alguno a presentarlo ante la opinión pública como un demócrata, ni como un reformador. Álvarez Cascos es solo un tipo que tiene nostalgia del poder que tuvo y quiere recuperarlo, un miembro de la partitocracia, un sistema que funciona al margen de los ciudadanos, que convierte al partido en una maquinaria suprema y que es tan contrario a la democracia como la misma tiranía. De hecho, los griegos clásicos consideraban que lo contrario de la democracia no era la tiranía, sino la oligocracia, algo muy parecido a lo que siempre ha sido Cascos.
La trifulca entre Cascos y su partido está siendo seguida y alimentada con entusiasmo desde las filas del gobierno de Zapatero porque distrae la atención del ciudadano y ayuda a olvidar que el socialismo está destruyendo a España. Es una pelea que no beneficia, precisamente, al sistema y que enloda todavía más la ya desprestigiada y lamentable política española, cada día más alejada de los auténticos demócratas y de la gente decente.
Para Rajoy, la rebelión de Cascos representa un riesgo de división interna pero también una oportunidad para demostrar su autonomía y distanciarse políticamente de Aznar y de su estilo autoritario.
Ya está bien de confusiones, Que cada uno defienda lo que quiera defender en España, pero que lo haga sin engañar a nadie, sin mentiras y sin trampas. Álvarez Cascos, como Felipe González, Zapatero, Rajoy y Aznar, son, sencillamente, oligarcas autoritarios, pero nunca verdaderos demócratas. Nunca.
Cascos, hombre fuerte de Aznar, participó plenamente en todos los grandes errores que hicieron perder el poder al PP en 2004 frente a un Zapatero desconocido cuya única virtud era su capacidad de engaño, gracias a la cual se presentaba, hipócritamente, como humilde y cordial frente al autoritarismo, siempre furioso, de un Aznar que terminó haciéndose insoportable para millones de españoles.
Álvarez Cascos fue cómplice en aquel Pacto por la Justicia que autorizó a los partidos a nombrar jueces y magistrados, acabando con la independencia del poder judicial en España, como también lo fue en la designación "a dedo" de Mariano Rajoy como sucesor, sin contar con la opinión de militantes y simpatizantes.
Álvarez Cascos formó parte de aquel gobierno que demonizaba a los adversarios y que se negó siempre a reformar un sistema dominado por la corrupción, en el que los grandes valores de la democracia habían sido aniquilados por los partidos políticos. Aunque estuvieron ocho años en el poder, ni siquiera reformaron a tiempo la educación, que ya entonces era una de las peores del mundo desarrollado.
Los de la tribu que defiende la candidatura de Álvarez Cascos en Asturias, con ramificaciones en algunos otros lugares de España, tienen todo el derecho a respaldarlo, pero no tienen derecho alguno a presentarlo ante la opinión pública como un demócrata, ni como un reformador. Álvarez Cascos es solo un tipo que tiene nostalgia del poder que tuvo y quiere recuperarlo, un miembro de la partitocracia, un sistema que funciona al margen de los ciudadanos, que convierte al partido en una maquinaria suprema y que es tan contrario a la democracia como la misma tiranía. De hecho, los griegos clásicos consideraban que lo contrario de la democracia no era la tiranía, sino la oligocracia, algo muy parecido a lo que siempre ha sido Cascos.
La trifulca entre Cascos y su partido está siendo seguida y alimentada con entusiasmo desde las filas del gobierno de Zapatero porque distrae la atención del ciudadano y ayuda a olvidar que el socialismo está destruyendo a España. Es una pelea que no beneficia, precisamente, al sistema y que enloda todavía más la ya desprestigiada y lamentable política española, cada día más alejada de los auténticos demócratas y de la gente decente.
Para Rajoy, la rebelión de Cascos representa un riesgo de división interna pero también una oportunidad para demostrar su autonomía y distanciarse políticamente de Aznar y de su estilo autoritario.
Ya está bien de confusiones, Que cada uno defienda lo que quiera defender en España, pero que lo haga sin engañar a nadie, sin mentiras y sin trampas. Álvarez Cascos, como Felipe González, Zapatero, Rajoy y Aznar, son, sencillamente, oligarcas autoritarios, pero nunca verdaderos demócratas. Nunca.
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